epífitas |
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María
Antonieta Flores
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Diez años sin su presencia generosa, sin la fuerza vivificante del barroco como manera de vivir y de comprendernos en las coordenadas del caos.
De profesión abogado, había abandonado un ejercicio profesional exitoso para dedicarse a la escritura en un país donde no se vive del oficio literario. Lo conocí a mediados de la década de los noventa. Escritor pionero en el uso de internet para difundir la literatura venezolana, Denzil dirigía la Sección de lengua y literatura del Foro Venezolano de Compuserve. Preparaba, entre otros trabajos, una antología de poesía venezolana.. En aquella época se empezaba a difundir el uso de internet en el continente latinoamericano y a pesar de su insistencia, no fue sino mucho después en el 2000 cuando un amigo, también narrador, me abrió mi primera cuenta de correo electrónico. Por esta razón, uno de los medios de comunicación que utilizábamos era el fax. A través de esta vía me enviaba con notas manuscristas en los bordes, unas pocas de sus largas cartas electrónicas que intercambiaba con amigos de otros países. Gracias a él, supe de Angélica Gorodischer –con quien compartía amistad con el Mempo, como le decía a Giardinelli – y fue, finalmente, gracias a él que Angélica y yo nos conocimos personalmente en 2006. Por allí, entre mis papeles andan copias de esos testimonios y de comentarios manuscritos que de su puño y letra me llegaban a través del fax. No pudo concretar la idea de publicar un epistolario con una selección de aquellos emails. Fue también la época cuando coincidimos en la maestría de literatura latinoamericana de la Universidad Pedagógica Experimental Libertardor, el antiguo Pedagógico de Caracas. Dictábamos clases a la misma cohorte y todavía lo recuerdo en algún bar cercano con su bufanda y en amena conversación. Terminé tutoriando el trabajo de grado de Herminia Gutiérrez sobre su novela erótica más famosa. Así, las circunstancias tejían los vínculos de una amistad con un narrador que confesaba leer consistentemente poesía y alimentar con esas lecturas su escritura. Leyó varios de mis textos crudos, inéditos y su palabra fue buena consejera. La erudición que destilaba su obra era generosa, y descubrí algunos libros esenciales e inconseguibles, gracias a él. Para ese momento, ya yo había leído su novela premiada por La sonrisa vertical de Tusquets, La esposa del doctor Thorne, pero su dedicatoria data de 1996 cuando me atreví a pedírsela y allí dejó en palabras el testimonio de una amistad que siempre me honrará. Producto de mis afiebradas iniciativas a lo Sísifo, preparé un proyecto para la fundación de una cátedra libre de literatura en el Instituto Universitario de Tecnología “Dr. Federico Rivero Palacio”. Y aceptó que llevara su nombre. Era ya 1998. Obviamente, la lección inaugural estuvo a su cargo. Su respiración ya delataba unos pulmones extenuados. El día de la inauguración, su subida por unos pocos tramos de escalera fue lenta, pero eso no le impedía seguir viviendo, escribiendo y asistiendo a eventos que lo reclamaban por los alcances internacionales de su obra. Fue una época de muchas actividades en torno a la cátedra. Después de su partida, siempre hubo actividades relacionadas con su obra o vida, mientras me ocupé de la coordinación. Cuando concretamos el hecho de que la cátedra fuera bautizada con su nombre, llegué por segunda vez a su casa y compartimos mesa y vino. Allí estaba Maritza, su esposa, compañera de vida, madre de sus hijos. Inevitablemente estrechamos vínculos y ya en su viudez asistía a los actos que organizaba la cátedra en honor a Denzil, donde amigos como Manuel Bermúdez, hablaron y rememoraron lo humano y lo literario de este gran escritor universal, quien nunca recibió el premio nacional de literatura pero fue premio La sonrisa vertical en España y premio Casa de las Américas por La tragedia del generalísimo, el primero de su trilogía sobre Francisco de Miranda. Preterido, pues… sólo se cuenta con una edición de sus cuentos completos y una reedición de La esposa del doctor Thorne, ediciones que ya deben estar agotadas. Está de más mencionar la urgencia de que alguna editorial nacional reedite su obra o se le dé el espacio merecido de una biblioteca como se ha hecho con algunos de nuestros autores. Nuestra literatura está necesitada y exige reediciones que permitan percibir la consistencia de nuestra tradición de manera accesible para todos los lectores y lejos de la lectura fragmentaria que ofrecen algunas antologías. El último libro editado en vida de Denzil fue Para seguir el vagavagar (Caracas: Monte Avila, 1998), título que cerraba la trilogía iniciada con La tragedia del generalísimo (1983) y luego por Grand Tour (1987). Escrita entre julio de 1986 y diciembre de 1993, su mismo título confirma la continuidad de un acto escritural que desde la desacralización y mitificación de la figura del héroe nacional romántico, ficcionaliza y narrativiza la historia como un viaje memorioso de caótico y caprichoso trazado que busca el origen desplazándose del centro a la periferia y de ésta al centro. Miranda carece de espacio y tiempo. La celda es la manifestación cabal de una inmovilidad que detiene, suspende, petrifica. Recuérdese que La tragedia del generalísimo se inicia con la descripción del cuadro Miranda en La Carraca de Arturo Michelena. El héroe como ícono, elaborado por los trazos del pintor, leyenda y mito transformado por el tiempo, permite la libertad de la ficción rompiendo tiempo y espacio. Miranda es elaborado desde la mirada contemporánea signada por el fracaso. Es ésta la manera como Denzil rinde homenaje al héroe nacional, desde la desacralización, y la exaltación de lo sexual como vía de legitimación. Este mismo proceso de magnificación lo llevó a construir su novela más polémica y escandalosa para aquellos que no distinguen las fronteras entre ficción y realidad, y éstas se convierten en una sóla línea larga y extensa sin poder dilucidar que la invención y la ficción narrativa son maneras de comprender el mundo bajo otras normas y propuesta que conducen al mismo camino. Aparte de otros trabajos, dejó inédito el Diario de Montpellier (publicado en 2002 pero escrito en 1994). Allí recoge el lugar inevitable que acosa a todo escritor: sus memorias, su mirada detenida en su propia cotidianidad, porque no pudo obviar la exigencia que la palabra termina imponiendo a todo escritor genuino: reescribirse, hacer de su historia y su intimidad, territorio de la ficción. Su maravillada estadía en Montpellier mientras dictaba un curso en la Universidad, lo obliga a llevar un registro entre lo íntimo y la ficción. Surge este diario, donde se entrecruzan distintos discursos y se va construyendo una especie de hipertexto donde están las claves de su vida, su escritura y su visión de mundo. Así, la pequeña historia que lo circunda, está cumpliendo el designio que se impone al escritor: ser devorado por la propia palabra. A ella le entrega todo, hasta el más mínimo rastro, los anhelos secretos, hasta las pasiones ocultas. Denzil Romero termina siendo palabra en toda su obra y en este diario, pues Montpellier es el espacio detenido para contarse, para hacerse ficción, quizás más cierto y palpable en este confesarse y descubrirse en la vivencia íntima, el territorio de lo familiar y de los amigos, lo mínimo cotidiano. Obra culminante en todo su proyecto creador, su gran
macrorrelato del héroe se proyecta en su microrrelato personal.
El mismo Denzil se convierte en el objeto y en la metáfora de
su propia razón estética y escritural, lugar para el afecto,
el recuerdo, el testimonio, pero también para la reelaboración
de la vivencia personal. La partida de Denzil Romero poco antes de que se iniciara el siglo XXI, fue preámbulo de las orfandades que marcan nuestra literatura actual y que exigen seguir retomando los hilos de la tradición con una mirada que reelabore –tal como lo propone la novela histórica contemporánea- la identidad y la sensibilidad del individuo y de la nación. Para esto, la obra de Romero, mal comprendida desde criterios convencionales, permanece para revelar la elaboración de un mundo de mixturas y ficciones que da brillo a la cotidianidad. Privilegio de una voz que demostró la percepción totalizante de un mundo pleno de inversiones y parodias con todo el peso que eso significa.
fotografía: Denzil Romero y María Antonieta Flores en la casa del narrador. 1998. |