Memoria de la luz
Emerges con el sueño
de la última estrella.
La noche trae
el olor de tu sangre,
ardiente transparencia.
El tiempo ya no es tiempo.
Memoria mía eres.
Busco el que soy
en tu ser.
Reconozco el camino.
Tibios golpes de luz
me llevan hasta tus orígenes.
Hallo la eternidad
en la dulce savia de tus profundidades.
Suspendida has quedado.
Río fugaz.
Sombra del límite.
Ardida maravilla
El tiempo
arquea la sangre
que el vientre aviva
jadeante
como la primavera.
No ordena
la mirada
tanta alegría
en mariposa prohibida.
El cuerpo
es la memoria
de la lengua que acecha,
ardida maravilla en forma.
Extrañeza es la calma
que ausculta la creciente,
la soledad y el grito,
la luz y las tinieblas.
Ante un retrato de mi madre
Lo vivo lejano...
José Hierro
Cuánta serenidad
hay en tu frente,
madre.
Sol exacto.
¿Por qué hoy busco
el equilibrio de otros ojos
en los tuyos
desde esta soledad
que no conoces
a pesar
de ser tan tuya?
¿Quién eres?
¿Qué nostalgias
incendiaron tus sueños?
¿Serán un mismo río
el amor y el olvido,
y un mismo silencio
la ternura y el viento?
¿Será tu luz
la de mi sangre?
¿Será tu imagen
la de mi muerte?
¿Cómo asir
la prodigiosa muerte
del mediodía
de tus ojos?
¿Serán estas palabras
el mudo espacio
de tu presente?
¿O serán mis palabras
la pérdida
que ausculto
en tu mirada?
Tal parece
madre,
que en ti
y en mí
sólo una verdad
habita:
el tiempo.
Para Ángela María Dávila
Caminas
por la sombra
de mi muerte.
Profunda
de ti misma.
Intensa
y misteriosa.
Las trenzas
de la infancia
han creado
otro lienzo
en el oscuro río
de la nada,
mientras
el viento y la lluvia
de tantos sueños
vulnerados,
en tu mirar ausente,
de intransigente paz
hoy se deshacen.
El mar
y las madreselvas
de tus manos
no encuentran
las querencias
de tu espacio
porque ya no existen
las palabras
ni el fulgor
del exacto equilibrio
del fuego
y de las mariposas.
Sólo
la prudente soledad
y el generoso silencio
iluminan
tu cuerpo
y tus labios.
Cotidiana memoria
A Víctor Morales Santana,
asesinado en la República Dominicana
Compañero,
¿por qué hablar de ti
una mañana como ésta,
en que la vida
no es más que una idea
y la memoria
una terrible mariposa?
¿Por qué
tu imagen hoy,
en que el vivir asume
su compacta
alegría?
¿Qué decir,
entonces,
sobre la oscura noche
de tus días
y el pan
diario
que alumbraban
tus manos?
No sé.
La palabra
es apenas
sombra
de la luz
de tu muerte.
Ya ves.
Nunca hubo
tiempo
para inventar
una metafísica
del valor.
Hoy
lo sabemos.
El leopardo
en su carrera
construye
el viento
y las flores
que nacen
a su paso.
Espejo
Me miro en esta letra que reclama
mi vida toda al tiempo lisonjero.
Canto fugaz, audaz espejo fiero
que me rehace y la memoria inflama.
Letrado árbol, sosegada llama.
Del afanoso río, marinero.
De la amorosa fuente, caminero
que la rosa deshace y desinflama.
Puerta del paraíso, ruiseñor.
Exacta transparencia que arrebata.
Noche serena, mágico esplendor.
Equilibrada luz, la letra mata.
Frágil y austera forma; alaflor
que al fiel olvido, el amor desata.
Edgardo López Ferrer. (Puerto
Rico, 1943). Poeta, narrador y ensayista. Doctor en Filosofía y
Letras. Pertenece a la generación poética de los años
sesenta. Miembro fundador del Grupo Guajana. Ha publicado dos poemarios:
Contrabando (1990) y Cifrado espejo (2005). Cuentos
suyos aparecen en Relatos en espiga. Cuentos del Grupo Guajana (2007).
Tiene en preparación un amplio estudio titulado El trapecista en
el revés del día: La temporalidad obsesiva en la lírica
de Eliseo Diego. Ha sido incluido en diversas antologías. Ha enseñado
en Queens College (CUNY), Fordham University, Hunter College (CUNY) y
la Universidad de Puerto Rico en Cayey.
fotografía: maría antonieta flores.
San José de Costa Rica, 2009
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