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Adriano
Corrales Arias
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Debo decirlo de una vez: no fui muy asiduo de Benedetti. Quizás en mi adolescencia universitaria con aquéllos poemas-canciones (Vamos, hagamos un trato… Somos muchos más que dos…), cuando vi el dramático montaje de su Pedro y el Capitán, o leí bobaliconamente La Tregua, su presencia estuvo más cerca. Sin embargo, luego, a medida que se iba popularizando y los muchachos y muchachas lo citaban, me fui, estratégicamente, alejando. Hoy luego de su muerte no voy a volver al sitio común: todo muerto es bueno. No, sencillamente hay que destacarlo como lo que fue: un autor masivo, casi excesivo por todos los costados. Un tanto liviano, sí, incluso empalagoso a tramos, pero tremendamente conectado a sus lectores, e incluso a personas que no leen cotidianamente poesía. Y allí está la paradoja: criticado por quienes creemos que la poesía, y la literatura en general, debe ser una expresión formalmente más compleja y elaborada, su presencia masiva desmintió un poco ese aserto. Quiero decir que aspiramos, de muchas maneras, a que la poesía y la literatura se lean como los deportes en los diarios, pero, a medida que se tornan más complejas y elaboradas, menos gente las lee. Ello para no hablar de la mísera forma en que se editan, especialmente la poesía. Y Mario lo logró. Consiguió ser reconocido como un poeta popular, no porque se lo propusiera, sino porque así le resultó. Claro, están las necesarias muletas publicitarias: el discurso de izquierda, la cantidad de cantautores y compositores que lo musicalizaron y lo cantaron, su ardua labor periodística, etc. Y más: su razonable lucha ideológica por una Latinoamérica autónoma, integrada y justa. Ello no quiere decir que demerite su incansable lucha contra la satrapía militar uruguaya que lo exilió y lo “desexilió”, como él mismo acostumbraba apuntar. Para nada. Debo reconocer su invaluable aporte a las luchas democratizadoras en el cono sur, en América Latina y el resto del mundo. En ese plano se colocó como un paladín justiciero de las causas populares y democráticas. Ciertamente era un intelectual orgánico y respetable. Cruzó pluma con gente de la talla de un Mario Vargas Llosa, saliendo siempre bien parado. Y se destacó no solo como buen polemista e informado interlocutor, sino como aforista y como ensayista, para no hablar de su trabajo puramente periodístico, sobre el cual deja miles de páginas y proyectos. En fin, estuvo de boca en boca en admiradores y detractores. No pasó desapercibido. Y eso, tal vez, es lo que todo productor de imágenes, a todo nivel, persigue en vida. Muchos no lo logran, lo que no quiere decir que sean peores, o mejores. Eso lo juzgará el más implacable juez: el tiempo. Incluso, hay que subrayarlo con insistencia, agenció que mucha gente que no lee poesía, ni literatura en general, interesada por sus trabajos, se adentrara en el mágico mundo de la lectura de poesía y narrativa, sobre todo latinoamericana. Esto ya se puede considerar como un logro impresionante, porque quiere decir, que, tal vez sin proponérselo, y por extensión, ayudó a otros autores no tan populares como él. Pero he allí el envés de la paradoja: desde su posición “revolucionaria”, militante, y con un discurso libertario y abundantemente “popular”, llegó a un público absolutamente lejano a esas coordenadas ideológicas. En otras palabras, su poesía, y su literatura en general, como por obra de birlibirloque, se descafeinó y acabó siendo digerida desde el balcón liviano y confortable, desde la visión empresarial, casi new age, tipo call center. Porque no era una poesía ni una literatura, salvo serias excepciones, dirigida a los sectores populares, sino a la clase media, ese sector de cuello blanco imposible de retratar, pues igual se convierte en tupamaro que en yuppie, o en francamente reaccionario. De allí la liviandad en la recepción de su trabajo literario, el cual circula en correos masivos o se lo encuentra en las oficinas de la burocracia estatal, o en los baños de algunas tiendas y empresas privadas. Es cierto: tuvo muchos lectores, demasiados diría yo. Pero, ¿cuántos de ellos compartían la médula de lo que supuestamente se escondía en la palabra del Benedetti contestatario y comprometido con la revolución cubana, por ejemplo, y otras causas? Habrá que repensar esta doble vía de la recepción benedettiana, aunque no se puede negar que impactó a considerables sectores de un público reacio a la lectura per se. Tal vez no hemos comprendido aún su táctica, mucho menos su estrategia. Por eso, aunque mantengamos una visión
crítica de su legado estético, como la mía, debemos
sacarnos el sombrero, o la boina, ante una obra que alcanzara la recepción
de millones de hispanohablantes. Y el respeto de sus enemigos y acusadores.
Eso es mucho en una sociedad cada vez más analfabeta y más
proclive a la liviandad de la farándula y el desparpajo. Y en
un mundillo literario donde la envidia y la serruchada de piso son pan
de todos los días.
fotografía: http://media.photobucket.com/image/mario%20benedetti/wsshyplaya5/benedetti.jpg |