epífitas

Puentes: VI Encuentro Internacional de Escritores 2009 Carlos Luis Fallas Sibaja in memoriam

María Antonieta Flores

 

Cuando una mañana mientras comenzaba a desayunar a solas me detuve a ver un letrero que avisaba en inglés que estaba en la zona segura en caso de terremotos, me hice consciente de que estaba en tierra de volcanes.

Primer amanecer en San José de Costa Rica. Había llegado el día anterior. Una cena retardada y con vino nos había reunido con Adriano Corrales Arias, el organizador del encuentro, y con Iván Uriarte de Nicaragua, recién llegado, quien junto con quienes lo esperaban había sufrido los retrasos de la línea de buses bajo los designios del asombro que definen ciertas instancias de la realidad hispanoamericana. El mismo día había llegado Edgardo López Ferrer de Puerto Rico –quien había preferido descansar y sólo se dejó ver al día siguiente-.

Atrás había dejado una cantidad de trabajo pendiente y mi típico cavilar de los días previos a los viajes con recriminaciones flageladoras. También había dejado atrás un incidente relacionado con mi maleta, que aunque viajo ligera de equipaje no puedo levantar su ligereza, favores que uno pide para medio funcionar decentemente y que pueden, al fallar, fastidiar bastante.

Ese momento lento y a solas, después de aguzar más la mirada para ubicarme en un espacio que sería morada por unos días, me permitía sentir que había llegado.

El sonido de una fuente con peces y la vegetación generosa ofrecían espacio amable para los días y las conversas –tan importantes como los actos oficiales... y más reveladoras-.

Las paredes pintadas con colores fuertes y murales. Al llegar, el día anterior, me había percatado de las referencias, fotografías e imágenes de Hemingway. Cada habitación estaba mentada con una de sus obras. Hotel sencillo, en la onda de lo temático porque el nombrecito de hotel boutique apesta, no podía ofrecer mejor ambiente para escritores. Todo el personal del Hemingway Inn terminó siendo muy querido, como dicen en Colombia, por su calidez y atención.

Así que aprovechando el silencio de ese momento a solas me dije que ya estaba allí para vivenciar lo bueno y lo malo que trajeran los días. Para el desayuno había fruta abundante y ya eso era bueno y se agradecía.

Asistir a estos eventos, al margen de los esfuerzos, exigencias y amabilidades de tanto los organizadores como del público, puede convertirse en rutina, lo que es muy aburrido; tanto como convertirlos en escenario para desplegar los afanes del narcisismo de quien no conoce realmente los misterios de la palabra y disfruta de sus cinco minutos de fama para luego colocar un renglón más en su curriculum; tan aburridos como leer siempre los mismos poemas y, a veces, ante las mismas caras. Igualmente, pueden ser un ejercicio de resistencia, paciencia y obediencia. Al final, todos vamos a terminar luchando contra el cansancio de las actividades, contra los horarios y rutinas trastocados. En algún momento, escaparemos buscando un momento de soledad para constatar que todavía seguimos allí como creemos que somos. Y, también robaremos algún tiempo para la compra de recuerdos o regalos –si hay dinero para ello-.

Pero, a pesar de todo esto, encuentros y festivales son lugares para el aprendizaje. Sí, se puede lograr eso. Escuchar a los otros, apostar a que los encuentros podrán prolongarse a través de lo virtual y la esperanza.

Ampliar los vínculos de la palabra con otras latitudes es asunto de disciplina y de sincronías o azar. Invaluable conocer refilones culturales de una realidad a la que sólo se puede palpar en presencia y observando.

Prevenida contra ciertos escenarios y con una frustracioncita por haber querido aproximarme fraternamente a la poesía centroamericana en Nicaragua, no había llegado con muchas expectativas. En esos momentos, Centroamérica seguía siendo un misterio para mí y tenía la sensación de un mundo cerrado y arisco, girando sobre su propio centro. Mis deseos de conocer y aprender sobre el mundo y la literatura centroamericana seguían allí pero un tanto desencantados. Había concluido que bien podía ser un coto cerrado este mundo de fronteras diluidas por las cercanías de las distancias.

Cuando vi las profundas canales en las calles de San José, no sólo me avisaban que las lluvias debían ser torrenciales sino que las malpresentí como metáforas de lo días siguientes. Las zanjas me ponían difícil cruzar una simple calle, pero luego descubrí en algunos lugares de la calle lo que terminé llamando puentecitos que eliminaban las distancias y permitían cruzar sin esfuerzo. Acá mi puentecito ya era Adriano. Habíamos coincidido en dos encuentros pero no habíamos logrado sostener una conversa de esas que uno puede inscribir en la amistad o en la cercanía poética. No tenía un poemario de él y apenas conocía su obra por lo que le había escuchado y lo que traía la web. Con los otros poetas invitados estaba en condiciones similares.

Luego, ellos también serían puentecitos que me tenderían la mano hacia sus palabras y amistad, y, en consecuencia, hacia la poesía de la región con un saltito al caribe puertorriqueño.

Ese día, cuando el desayuno me advirtió de que estaba en tierra de temblores, llegó Otoniel Martínez de Guatemala. Quizás ese mismo día llegó Víctor Baca de México pero no lo recuerdo, la verdad. Otoniel fue el último en aparecerse.

Los otros peregrinos no llegaron. Para bien o para mal. Pero el fruto y la criba del final fue un grupo compenetrado, sin competencias en las conversaciones, más interesados en el intercambio y en la palabra.

Esa mañana, y vuelvo a mi primer desayuno con el sabor de las frutas ticas, vi a Iván Uriarte. Estaba dando rondas por todo el hotel, conversando, bromeando con los trabajadores y tomando ritualmente agua antes de desayunar. Se sentó un rato a conversar y yo, que no le temo a la queja ya que me ha dado muestras de su capacidad de construir, le comenté que la cama era muy bajita, demasiado para mis dolores. Y conversamos de otras cosas. Luego, siguió con sus rondas y yo con las frutas, hasta que se sentó de veras a desayunar y me calentó un tamalito, la arepa de esa continuidad que es Centroamérica. Al rato me avisaron que me habían arreglado el problema de la cama colocando otro colchón para aumentar la altura. Y mi asombro… y el agradecimiento.

La mañana terminó con charla de todos los que habíamos acudido a la cita, palabras de tanteos, constataciones, convergencias y disonancias.

En la noche, era la inauguración. En estos asuntos no se pierde el tiempo. Pero, iríamos antes, al final de la tarde, a conversar con los participantes del taller que dirige Corrales allí en el instituto anfitrión. Conversar sobre talleres reveló inevitables coincidencias, también diferencias, y la innegable necesidad de reunirse y compartir para propiciar la lectura y la escritura.

El encuentro, de historia accidentada como todos los esfuerzos de nuestros lares, es ahora auspiciado por el Instituto Tecnológico de Costa Rica, Centro Académico de San José y epecialmente por la Casa Cultural Amón que constituye un bastión para las actividades culturales de extensión del instituto.

Esta vez se le rendía homenaje a Carlos Luis Fallas Sibaja (Calufa) nacido en 1909 y fallecido en 1966, escritor, luchador sindicalista y líder del partido comunista, La novela Mamita yunai (1940) es su obra más conocida y está completica en la web. En ella testimonia los avatares de una época dominada por la United Fruit Company (“Ilusiones de todos los que entran a la Zona Bananera en busca de fortuna y que se van dejando a jirones en las fincas de la United.” escribió. A lo que se puede agregar igual como las ilusiones que dejaron los trabajadores en las haciendas y en los campos petroleros de nuestra región).

La sede del Tecnológico en San José está en el barrio Amón. Uno de los barrios más antiguos de la ciudad con construcciones muy bien conservadas que dan testimonio de la historia de la ciudad. Caminé pocas calles pero me tropecé primero con unos bancos hermosos que fotografíé por terquedad y caminando llegué al Parque Nacional y a las instalaciones del Ministerio de Cultura que acoge varios centros culturales, entre ellos el Museo Nacional. Una antigua fortaleza ahora destinada para actividades más civiles y necesarias. Luego me enteraría que las obras que veía en las paredes del barrio eran de Fernando Matamoros, entre otros.

Después de la inauguración, vinieron las lecturas en diferentes locaciones: en el Liceo San Antonio de Desamparados, El Café Latino de la Librería Lehmann, la Asamblea Legislativa en San José; en la sede principal del Instituto Tecnológico de Costa Rica en Cartago, la antigua capital del país y donde está la basílica de la patrona, lugar de peregrinaje; el Museo Juan Santamaría en Alajuela; la Universidad de Costa Rica en San Pedro Montes de Oca; el Café Kaffa en San Isidro Coronado.

Convivencia con el público y con los poetas ticas, porque es muy feo decirles poetas locales.

Así, los días siguientes se entregaron o la poesía los fue entregando más bien, mientras se jugaron partidos de las eliminatoria para el Mundial de Sudáfrica 2010. Aún así insistimos con la poesía y entre una actividad y otra hubo quienes se instalaron a ver el partido de México vs. Costa Rica.

Ah, nos tocó el día más cálido en años en la ciudad. Tanto así que fue noticia.

Hubo intercambio y conversación con los poetas locales, digo, ticas, perdón y con Luciana Biseo y Fabrizio Lorusso, italianos radicados en el país. Diálogo necesario para romper las fronteras narcisistas de los nacionalismos y los discursos propios de lo regional.

El conversatorio planteado sobre “La literatura Latinoamericana hoy” no eludió las situaciones sociopolíticoculturales de las regiones. Ocurrió sin ponernos de acuerdo al respecto. Simplemente nadie que sea un escritor genuino, coloquémosno ahí como aspiración o culpa irremediable, está de espaldas a la realidad ni evadiéndose de las situaciones que afectan lo nacional y lo internacional.

La clausura oficial deparó cena, vino y más conversaciones ya con el sabor de la despedida. Al día siguiente hubo visita a los valles de Orosí, donde se encuentra la iglesia colonial en pie más antigua, con su museo y cementerio al lado. En el valle de Ujarrás, unas ruinas de un templo muy profanamente visitadas entre cantos de mariachis, gritos y algarabía. Cosa natural e inevitable.

Los encuentros se dan a pesar de que no todos asistan a la cita. ¿quién sabe lo que puede ocurrir? Es lugar común señalarlo. Pero los lugares comunes son sabios. Hay encuentros con designios propicios y otros intrascendentes, aves que cantan a la diestra y recuerdan que la poesía siempre está allí y que la palabra se concede como bien.

Una lluvia torrencial caía sobre San José el día antes del regreso y ya había habido despedida.


fotografía: De izquierda a derecha: Otoniel Martínez, Américo Ochoa, María Antonieta Flores, Edgardo López Ferrer,Ronald Bonilla en las ruinas de Ujarrás, Costa Rica

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