Anotaciones de febrero

 

Wilfredo Carrizales

 

 

1

La señora Sauce se sentó en el quiosco a contemplar el lago congelado. Su mirada se alargó hasta encontrarse con el reflejo de su rostro sobre el hielo. Declamó de memoria un poema de Li Bai: “El viajero sube al viento; en barco emprende largo viaje. Como el pájaro en medio de las nubes, se va y no deja huella”. Luego cerró los ojos y permitió vagar a su expresión facial. El frío no la coaccionó a alejarse de allí. Tan pronto como el sol comenzó a atraer la variedad de rojos para su ocaso, la señora Sauce sintió en el subconsciente el llamado de la primavera dormida. Durante breves instantes pasaron frente a sus ojos docenas de brotes, capullos y retoños y el inquieto movimiento de los grillos.

Una pareja de niños corría excitada y alegre sobre el hielo. La señora Sauce los vio desde su reciente proximidad. Por momentos el hielo se resquebrajaba y el gélido diapasón vibraba y anunciaba peligro. La señora Sauce tembló perentoriamente y su figura se expuso a una ráfaga de viento que portaba la continuidad irresoluta del invierno. Sus manos se movieron de manera simultánea, se buscaron y se estrecharon con acostumbrada hermandad.

A espaldas de la señora Sauce, el crepúsculo aumentaba sus emociones y trabajaba con tenacidad para que las islas y los bordes del lago y los carrizos resecos se expusieran automáticamente a la cura de sus males mediante la infusión que gravitaba en la tina solar.

 

2

Los pinceles de los sauces escribieron sus poemas en el fondo del agua. Ahí debajo podía estar el estudio del papel desplegado. Comenzó una ligera turbulencia que quiso alejarse con la corriente hacia el sur del canal.

Se percibía, en aquel recodo acuático, que el ocaso se enlazaba magistralmente con el esbozo del alba. Los paseantes se apasionaban mientras caminaban por el terraplén y se sabían agrandados, junto a los sauces desnudos, en el calmo espejo que la tarde disponía para salvarse en la eternidad de su ilusión.

Aunque el estado de la hibernación estaba presente, no por ello dejé de recordar el breve poema de Pei Di, referido a las ondas de los sauces, y que yo había traducido alguna vez: “El reflejo y el estanque son una misma escena. Acosa, sopla el viento y los separa como a hilos de seda. Se tejen las sombras y ganan el suelo. ¿Cuándo despediremos al maestro Tao?” Creí ver también al “Señor Cinco Sauces”, el poeta Tao Yuanming, el “maestro Tao”, dando un paseo por la vereda apartada, con el espíritu henchido por los rizos de los árboles que amaba.

El sol continuó declinando y grabó sus sentimientos en la lejanía. Se acentuó el misticismo del agua. Yo me aproximé y toqué la superficie helada. Respondió con un eco que se podía ver casado con el firmamento nublado.

Una claridad penetró a mi cámara fotográfica y se acentuó el disfrute del mayestático silencio. Cualquier palabra que hubiese pronunciado se hubiese hundido en su trivialidad. La escena había que llevársela en lo hondo, detrás del esternón, para que se multiplicara, creciera y perdurara.

 

3

El lago mostraba el límite de su helada y la especialidad de un blancor parecido a una nieve que avanzaba hacia una pintura imaginada siglos atrás. Las frágiles y enjutas pajas se mantenían erectas, esculpidas frente a la superficie congelada, donde signos abstractos imitaban el caos de la animación del azar. (Un ojo -¿el mío acaso?- podía modificar o influir el curso aislado de la creación segmentada del invierno. El extenso recubrimiento blanco podía permitir un uso: el de la lectura entre las líneas que se curvaban, pero que no llegaban a tocarse).

La lontananza proveyó una colina y la hizo destacar en su tendida oscuridad. El resplandor del hielo autorizó a distinguir una pagoda budista sobre el espinazo de tierra. La visión continuó y no se agotó, a pesar de la densidad del aire. Es más: se apuntaló y se adhirió a la cordillera que, más lejana, era su natural contrafuerte.
El viento intentó distorsionar, con su frío de hostilidad, el impulso fluido del disfrute de la atmósfera representada. En ese preciso momento, una bandada de patos salvajes cruzó el espacio intermedio y en un brusco cambio de vuelo rasante, se posaron encima del hielo, un trecho más allá, y se dedicaron a graznar y a caminar en parejas. El hecho pareció irracional, mas ¿quién fue capaz de conocer las razones de esas palmípedas? Después de andar en círculos, se echaron, se acurrucaron, plegaron las alas y se sumieron en el sueño.

La sorpresa me ganó. Creí que las aves querían suicidarse. Afortunadamente comprendí que no era ese su deseo y mi error me salvó de dirigir mis preces al Viejo Abuelo del Cielo, en demanda de auxilio para las criaturas emplumadas. El buen augurio se cristalizó en una prolongación de la claridad.

 

4

Los amentos del sauce tardarán un tiempo todavía en aparecer. En su lugar me extasié en la contemplación de las cejas finas y largas de una mujer que se aovilló entre mis mechones de pelo. Las ramitas del sauce verdaderamente lloraban y como un laúd enfermo se desmadejaban. ¿A qué hora regresará la curruca con su candelilla musical?

A través del entramado del ramaje se abrió paso el puente de mármol. Sus diecisiete ojos veían cómo nadaban los peces de hielo y cómo se expresaban con el tino del líquido que los disolvía. De una orilla a la otra, el puente anunció las festividades de las estaciones. Él enlaza los existires para el recreo y es portavoz exacto de los mensajes duros del invierno.

Los valientes se ejercitaron en ensartar las arcadas del puente que son cáscaras de tortugas salidas del punto clave de una patología del entumecimiento. Los gorriones sufren de ceguera nocturna si se atreven a saltar encima del pretil.

La helada escenografía colocó sus títulos en los extremos. Los huéspedes pudieron dislocarse si pensaron demasiado en el tanteo de la antigüedad. El mes que nos ocupó prosiguió en su asunto de aspecto sombrío y, quedamente, se levantó por un lado para moldear la llave que abriría con pausas a la primavera.

Hubo quienes descubrieron páginas escritas sobre el hielo y condenaron los relatos que se derritieron con facilidad. Olvidaron que la reputación de un lago congelado pasa por el sostén que le brinda un puente en el intervalo más abrupto.


5

Quieto. Se irguió. Curvó su lomo y con desmesurado entusiasmo abrió su amplísimo ojo. Dentro de la pupila atisbamos la continuación del plano que congeló su elegancia de ayer y unos edificios cuya arquitectura invitaban al arrobamiento y a la ensoñación con cortesanas cantantes y juguetonas.

(Un jet atravesó el firmamento y de intento probó a horizontalizar al puente. La estela de humo quedó como testimonio de una frontera inalcanzable).


Ante el puente acabó la andanza. También su arco constituye una maravillosa boca que segrega el hálito de la armonía y la preservación de las sonrisas y la salud. ¿Cómo se verá en ese espacio semicircular el retrato de mi amada?

En la perspectiva, la luz patinó desde el interior y reverberó contra la opacidad del lienzo que colgaba del nadir o su equivalente en el éter. Un hueco se sugirió bajo la arcada. Inmejorable se tradujo su manera para escudriñar en los secretos del lago. Yo me asomé a tal ventana figurada y quedó al descubierto la imagen de un barco tempranamente hundido en la memoria de sus dobleces. El papel de su hechura lo sentí ronco, de un tatuaje de pino, expuesto al rincón contrario donde se apañaba el entonces inabordable futuro.

Del puente extraje la maravilla que interroga acerca del por qué y los pro y los contra y el sujeto de uno y de esto y lo de acullá. Tal vez su simbolismo no aspire a ilustrar el sentido amplio de lo perpetuo o de la supervivencia, pero la enseña de su porte reviste tal majestad que nos obliga a respirar con vigor.

 

Wilfredo Carrizales. (Cagua, Aragua, Venezuela, 1951). Poeta, cuentista, sinólogo, traductor, editor, conferencista, promotor cultural, fotógrafo amateur y dibujante aficionado. Egresado de la Universidad de Peking en la especialidad de Historia de la Cultura China. De 1992 a 2001 fue el Coordinador de Literatura y Publicaciones de la Secretaría Sectorial de Cultura del estado Aragua, Venezuela. De 2001 a 2008 fungió como Agregado Cultural de la embajada de Venezuela en China. Actualmente reside en Peking. Colabora de forma permanente en Letralia, Cinosargo y Revista Seda. Trabajos suyos han sido publicados en el cautivo, Margencero, palabras malditas, osiazul, Ficción Breve y Ficción Mínima. Su trabajo como fotógrafo amateur se encuentra en Facebook, Unión Internacional de Fotógrafos, Agregarte, Voces de hoy, Cinosargo, Revista Seda y Fotoclube f/508. Ha publicado: Ideogramas (poemas, 1992), Calma final (relatos,1995), Mudanzas, el hábito (poemas, 2003), Textos de las estaciones, 2003), Postales (poemas en prosa, 2004), La casa que me habita (poemas en prosa, 2004), Desde el cinabrio (brevedades, 2005), Textos de las estaciones (poemas en prosa, 2006), La casa que me habita (versión en chino, 2006), Vestigios en la arena (poemas en prosa, 2007). Intromisiones, radiogramas y telegramas: antología de poesía y fotografía (2008).

 

fotografía: Wilfredo Carrizales. Palacio de Verano, Peking

 

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