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Alba
María Paz Soldán |
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Esta antología de Norah Zapata-Prill nos permite rastrear los gestos de una de las voces femeninas que ha marcado la poesía boliviana de la segunda mitad del siglo veinte. La autora ha diseminado su voz en cuatro libros que, hoy en día, no son tan accesibles y se sabe de ellos más por referencia que por experiencia, aunque sus poemas son recuperados siempre de publicaciones más informales como periódicos, revistas o antologías de poesía boliviana. Hace aún más interesante esta publicación el hecho de que la autora misma haya seleccionado los poemas y decidido el orden en que aparecen, ello pone en perspectiva también una nueva dimensión, la de la actualización de su lectura. En esa clave podemos aceptar la invitación al riesgo y a la fiesta de esta nueva lectura que se nos hace en el primer poema titulado "Reencuentro": Así como los árboles / sin piedad por sí mismos / voy a dejar a la hojarasca mis manos / mis hojeadores dedos, mis esposas / mis pies y la hierba y el camino / Que todo sea por un grano / un nuevo brote / un nuevo libro. Y en este nuevo libro, el vivir ocupa el lugar de honor, privilegiado por la fuerza de la escritura y por las irrupciones desde diversos personajes (sea Lázaro, Cleopatra o la amante suplicante), el existir –no simplemente la vida, ese inquietante proceso, ese azaroso camino, que trae llanto y trae goce porque nos ofrece sobre todo el amor, ese súbito del encuentro con el otro, ese misterio que nos refleja, momento mágico al que no se le puede pedir permanencia ni estabilidad; sombra sobre sombra / imposibles posibles / juntos y lejos de nosotros mismos (¿Espejismo?); sólo cabe gozarlo y alimentarse de él para seguir volando: Fue un beso / calor que liba el colibrí para mejor volar. (Un beso). El vivir, ese vuelo, ese continuum que en la pasión confunde miel y miedo (Ícaro), del que participamos jugando lo infernal y lo divino al mismo tiempo, es un viaje al que estamos destinados por el azar. Somos sujetos de ese viaje y estamos sujetos al mismo, lo realizamos y estamos sometidos al mismo, es por eso que viajar puede volverse, en un poema, un verbo transitivo: viájame (Ruleta irlandesa y barco vikingo); o, en otro, se pueda decir: caí en tu viaje (Ícaro). Somos viaje, y esto implica el apartarse, el desarraigo: Estaba escrito, romperemos el cántaro / Tú nacerás de nadie /…Desprenderé de tus pies el barco / Por única posesión / sangraremos / Beberse esta embriaguez es todo lo que somos. (Nómadas). Pero, ¿Qué es el ‘existir’, si no el apartarse, el estar lanzados a viajar lejos del origen? Y, entonces se siente en esta escritura la soledad: ¿Por qué tan lobos solitarios, nosotros? / ¿Por qué esta errancia devoradora? (Ruleta irlandesa y barco vikingo) que viene acompañada del ansia de volver a ser uno, de alcanzar la plenitud, algo que señala muy bien Eduardo Mitre al concluir el estudio que dedica a esta poeta "La soledad del horizonte". Pero esa plenitud es sospechada y presentida con el cuerpo en aquellos encuentros con el otro, en el beso. Sólo se existe con el cuerpo, de ahí también la sensualidad de esta escritura, entregada a lo fugaz, a lo precario, a lo doloroso del cuerpo, que es también belleza y bestialidad, que nos pierde y nos permite gozar: Lo vivido se inclina cada día al sol que muere / a la belleza del cuerpo / de los cuerpos tentados / por el beso / Sangra. (Cleopatra). Es precisamente del goce, específicamente de aquel situado en los labios –con los que se besa, se liba; pero también con los que se pronuncia las palabras– del que surge la escritura: Fui rica por azar. Fue puro azar mi sexo / mi inteligencia, mi pasión por la palabra (Pronto. La confesión) recordándonos "la apertura palatal" de Lezama Lima. Pero esta palabra se remonta asimismo a otra expresión de vida más animal, al grito: Todo nace con un grito en el fondo de sí mismo / incluso de la muerte se desgaja el grito de otro nacimiento; sin embargo, sus libaciones están asociadas al sueño, al recuerdo y a los secretos. Así, "En la colina" dedicado a Oscar Cerruto y a los hijos de la indiferencia, todo se disuelve en sueños con la cita de Calderón de la Barca. Si el beso hace posible el amor, ese fugaz encuentro yo-tú, esa sospecha de plenitud; la palabra es la posibilidad de volatilizar, de evaporar esta corporalidad que nos consume, nos apresa y, de alguna manera, nos gobierna: La pasión es vagabunda y no tiene sosiego / como si el mal estuviera de turno / todo el tiempo (En la ruta). Y esa evaporación por la palabra se da, en Norah Zapata-Prill como sueño que vuela: Viajeros somos / viajeros moriremos / Y en el jilguero que estará entonces en nuestros labios / seremos eso / sueño que vuela (Nómadas). De modo parecido Rilke nos propone a la sensación: para nosotros toda sensación es dispersión; ahí nos exhalamos y nos dispersamos - (Elegías de Duino). Esta poesía, entonces, se abre y extiende los brazos a su lector, un "tú", que siente ese gesto 'abrazador' e irremediablemente asiente a ser incorporado a estos sentires, más que reflexiones; a estos andares, más que relaciones, en fin, a este mundo sobre todo vivido.
Alba María Paz Soldán. Crítico literario, Profesora de Literatura de la Universidad Católica de San Pablo, Bolivia Este texto se presenta como epílogo en Zapata- Prill, Norah. (2008). Anhologie Antología. Viena: Liter Atur Forum /Academia Boliviana de la Lengua/Fondation Donatella Mauri. Edición bilingüe español-alemán. |