Al Maestro, con cariño

Elkin Restrepo

 

Desde 1970, cuando con un pequeño grupo de escritores colombianos, fui invitado al Congreso de Cabimas, evento que se ha tornado casi mítico para quienes allí asistimos, oigo hablar de Rafael Cadenas con un respeto y devoción que no es frecuente cuando se trata de los poetas. Aunque esto sería un decir, si se piensa igualmente en Eugenio Montejo y Vicente Gerbasi, colegas suyos, para quienes también sonaron y han sonado siempre músicas celestiales entre la legión de ángeles, arcángeles y demonios que pueblan el mundo. Leí entonces su poesía, sobre todo aquella donde el verbo precario, minimizado pero espléndido, renunciaba a artificios y adornos para inaugurarse nueva habla, signo y vivencia al borde de toda frontera. Incursión en lo blanco, grafía primera o última de una existencia que se quiere verdaderamente real, ajena a toda mixtificación. Y dialecto al fin humano. Ese es el tipo de aventura que su poesía traza. Y uno piensa en Beckett inevitablemente, su pariente cercano, quien igualmente borroneó y miró la existencia desde otro lado.

Con Rafael he coincidido en tres o cuatro ocasiones, aquí y allá, compartiendo a veces lecturas públicas, lo que para mí ha sido un privilegio. En Viena recorrimos parte del Ring, almorzamos en el café Einstein y fuimos hasta el Belvedere con Milena, Pura López Colomé, Ivette Betancurt y María Antonieta Flores, y nos tomamos fotos en los jardines, al pie de las quimeras de mármol. En ellas, como es habitual, Rafael aparece silencioso, apesadumbrado, ciudadano de un lugar aparte. Pero nunca hosco ni descortés. Irritado sí, intransigente, allí y después, con la situación política de su país, nada propicia hoy al pensamiento ni a la libertad que es propia y esencia de la democracia. Y por cuya existencia el Maestro luchó y sufrió exilio antes, cuando joven, y ahora sufre exilio interior, como tantos otros brillantes intelectuales venezolanos que viven el drama de la barbarie doméstica gracias a los delirios de un coronel.

En Cali, hace unas semanas, hemos vuelto a coincidir. Y con Pedro Lastra y J.M Roca leímos poemas ante un público interesado y afable. Estaba animado, casi sonriente, pero sin abrir la boca, como siempre, en el restaurante al que luego fuimos invitados con un grupo de escritores y amigos por doña Consuelo Sinisterra de Carvajal y el Festival de Arte. Contentos también nosotros porque hacía poco se le había concedido al noble Maestro el Premio Internacional de Guadalajara, el valioso reconocimiento a su extraordinaria obra poética, joya de nuestra lengua y patrimonio de nuestro continente. Y en cuyo honor nos tomamos las copas que ahora recuerdo nos tomamos.




Elkin Restrepo. (Medellín, 1942). Poeta, narrador, dibujante y abogado. Ha publicado: Bla, bla, bla (1967), Ohhh (1970), La sombra de otros lugares (1973), Memoria del mundo (1974), Lugar de invocaciones (1977), La palabra sin reino (1982), Retrato de artistas (1983), Absorto escuchando el cercano canto de sirenas (1985), La dádiva (1990), Lo que trae el día (antología, 1983-1998) (2000), Fábulas (1991), Sueños (1993), El falso inquilino (1999), La visita que no pasó del jardín (2002), Luna blanca (antología, 2005), Amores cumplidos (antología, 2006). Poemas y textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, ruso, alemán y hebreo. Fundador y codirector de las revistas literarias Acuarimántima, Poesía y Deshora. Actualmente dirige la Revista de la Universidad de Antioquia y la revista de cuento Odradek. Ha sido invitado a congresos de escritores, festivales y ferias del libro en Estados Unidos, Israel, Venezuela, Austria.

Poemas suyos en el cautivo n. 33

 

fotografía: maría antonieta flores. Rafael Cadenas, Milena, su esposa, y Elkin Restrepo en el Belvedere, 2007

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