epífitas

 

Líneas apresuradas para y por Francisco Brines

Premio Reina Sofía 2010

 

María Antonieta Flores

 

Recuerdo cuando me encontré con los poemas de Francisco Brines. Primera feria del libro que se celebraba en Caracas en los espacios abiertos del Teatro Teresa Carreño. Llegué buscando poesía colombiana que ya me interesaba en aquel entonces. Una edición de la editorial Tiempo Presente que data de 1990 y que pertenece a la colección Quinto Centenario donde están reunidas voces significativas de la poesía colombiana y americana. Gracias a esta colección conocí también la poesía de Juan Manuel Roca cuya voz ha sido compañía en el camino, pude conocer más ampliamente la poesía de Gómez Jattin y leer finalmente a Roque Dalton.

Ahora, justo ahora tengo a mi lado esa edición de los poemas de Brines, con el maltrato y los dobleces del tiempo.

Revisando mis ejemplares de la obra del poeta, me doy cuenta de que mi lectura de Brines no ha arribado al subrayado y a la anotación –a los que soy muy afecta-. Encuentro sólo en esa antología que me inició en la poesía de Brines, un trazo leve de lápiz que abarcan los dos versos que cierran uno de sus poemas emblemáticos: “Y así, de un mundo débil y una existencia torpe,/nace, breve, el amor”. Me refiero a “Ante el jardín nublado”. De resto, tímidos dobleces en muy pocas páginas. Supongo que hay una reverencia que pronto romperé o que los subrayados están en mi interior.

Como buen encuentro, fui descubriendo los poemas sin tener noticias del autor y dejando que los versos hicieran su labor. Por años, el delgado libro, casi un folleto, fue escasamente fotocopiado con encarecida recomendación de lectura porque no podía prestarlo por su carácter único, y fue muy manoseado en lecturas insistentes.
Luego me hice de La última costa editado por Tusquet y allí encontré uno de los poemas que me acompañarán siempre y de dos versos que escribí en una puerta donde cohabitaban con un par de versos de Sophia de Mello y de Rafael Cadenas. Los versos decían, lo cito de memoria: “El poema, si uno tiene la fuerza de acabarlo/da siempre la respuesta”. Esta afirmación llevó a Roberto Martínez Bachrich a decirme que no había respuesta y a mí, a decirle que uno nunca tenía la fuerza de acabar el poema, lo que implicaba un acuerdo en que ambos no teníamos respuestas.

Pocos años después, en 1997, la misma editorial editó su Poesía completa (1960-1997) con 546 páginas. Años después me sería inevitable adquirir una recopilación de sus ensayos titulada Escritos sobre poesía española (De Pedro Salinas a Carlos Bousuño) editado por Pre-textos en 1995. Lo pensé mucho porque estaba en Bogotá y bajo el régimen cambiario que se ha agudizado con el tiempo. Divisas controladas es sinónimo de abstinencia para la clase profesional y todos sabemos que la sensibilidad es costosa. Así que fue una osadía para mis finanzas de la cual no me arrepentí.

Con Brines, primero fue la lectura del encuentro, la apresurada, apasionada, deseante, la que puede dialogar con su poema “Historias de una sola noche” (“ transformaron la carne en fuego y aire,/daban conocimiento.”); luego la lectura del amor, más lenta y pausada pero igualmente apasionada y más comprometida. Finalmente, llegó la lectura del reencuentro, la del regreso hacia lo que permanece, a lo que se ha hecho imprescindible después de la depuración, de la decantación marcada por esa serenidad apasionada que se descubre en la mirada poética de Brines.

Ante su poesía, como ocurre con la de Lorca y la de otros y otras poetas, las circunstancias, el género, la elección amorosa, la generación o la geografía son elementos que no determinan el vínculo con su voz. Es sólo la poesía la que resplandece al margen de los indicadores culturales que reducen al ser humano y a la poesía a etiquetas o tags, y a categorías.

Me interesa la mirada que plasma en sus poemas, la actitud estoica, la manera de nombrar el mundo, al otro, a sí mismo, la vida que palpita resignada y digna en la pérdida, el gran tema de su obra como el mismo Brines ha reconocido. Y quizás por ello su poesía me dice tanto. No dejo de recordar aquel soneto de Góngora (“Mientras por competir con tu cabello”) que leí por primera vez en primer año de bachillerato bajo la égida de mi profesor de literatura, Juan García del Castillo, y que termina con “es polvo, ceniza, nada”. Un gran tópico del barroco que aún pervive.

Con estas líneas quizás testimonio un diálogo solitario con la potente voz de Brines y el entusiasmo que su poesía me despierta en lo íntimo. Tal vez siga así, sosteniendo esta lectura silenciosa. Tal vez no. Quizás sea un “Soliloquio para que lo escuche el otro”. Certeza, la presencia de su voz. Certeza como su poema titulado “Programa de vida”:

La noche ahora nos guarda, y el virtuoso acecha.
Respira entre las sábanas el mundo, y nada falta.
Cuando venga la muerte, la vida será esto.
Más pasajera es la virtud que una noche.
Si los muertos oyeran, dirían que es verdad.
Y yo lo aprendí de ellos, y ellos no lo sabían.

 

fotografía:agencia EFE, 2005

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