--sobre Fanes de José Delpino

 

Un ojo salvajemente abierto

Adalber Salas

 

El ojo existe en estado salvaje.
André Breton

Tal vez no estaría mal empezar esta presentación con una de esas frases casi conmovedoras, enunciadas usualmente en un tono soñador que no viene al caso, como “la primera vez que vi a José Delpino fue un día lluvioso de abril…”, o “lo escuché recitar sin siquiera haber visto su rostro, y quedé paralizado…”. Pero lo cierto es que me resulta imposible: por más que lo intente, no logro recordar la ocasión en la que nos conocimos, y la verdad es que tampoco me atrapó su manera de recitar.

Así que, por lo visto, debo buscarme otro modo de dar inicio a esta presentación. Me gustaría hacerlo entonces colocando a Fanes bajo el signo del naufragio. De aquello que aún se conserva intacto en mi memoria, resalta la prolongada serie de reelaboraciones y reescrituras que padeció este libro. José era y es un obseso de la corrección, y ejecuta esta tarea del modo más radical. Pasaba larguísimas jornadas agotando la paciencia de la página, escribiendo una y otra vez el mismo puñado de versos, como si quisiera atisbar esa forma inapelable, cumplida, que se aferra a su envés. No era ingenuo: sabía lo que este propósito tiene de quimérico. Pero aún así lo intentaba, persiguiendo su propio deber oscuro. Es por ello que este libro que tenemos ahora, esta última forma de Fanes –que por ser última no deja de ser tan provisional como todas las anteriores– no es sino el resultado de una sucesión de naufragios previos, de hundimientos y mutilaciones verbales. E incluso: estos versos que nos quedan apenas se han salvado, encallando por azar en nuestra mirada.

Pero, ¿ha sido realmente como he dicho el azar lo que nos ha dado estos poemas? Sí, en última instancia sí. El azar los ha puesto al alcance del ojo de nuestro autor, y éste los ha arrancado de esa deriva borrosa para hacerlos cuajar en el insomnio de la hoja en blanco. De esta manera nos topamos con restos de un mundo ya ido, que sin embargo se conservan en la mirada de este yo poético:

 

algún secreto guarda la mirada del hombre,
la última foto de la casa vacía,
la mesa donde los codos se cansan,
el rictus de daga que queda en el cuello;
el recuerdo;
el vacío en el estómago y en el puesto

algún secreto guarda la mirada del hombre,
la fiebre de las cosas,
la cena amarga,
la ira del deseo y la euforia confusa
que se va como un eco

 

Este secreto que guarda la mirada del hombre no es sino su propio devenir inevitable, el rosario de olvidos que lo delatan mortal, sujeto del tiempo. El ojo de este yo poético se empeña tercamente en tomar lo que puede de lo fortuito, de la duración confusa de los días. Es decir, de aferrarse con avidez al naufragio de existir. Es por esto que se dice a sí mismo:

has enjugado tu ojo sediento
su vértigo enorme entre el lleno del mundo

 

Entonces lo comprendemos: la sed no deja dormir a este ojo. De hecho, lo empuja a saciarse en la sucesión vertiginosa de las cosas, que padecen de una fiebre que les impide hallar su lugar y su momento propicios. Esta mirada, no obstante, se los da. Quien lea con atención los poemas de Fanes hallará en ellos una cadencia dura, como de huesos que chocan entre sí. Hay un impulso en ellos, un movimiento profundamente vital que los ordena, pero que a un mismo tiempo se delata agónico, como si las imágenes que se suceden ante nosotros, con un ritmo tan implacable, pagaran el precio de su existencia habitando las orillas de su propia muerte. Tal vez sea ese comercio con la posibilidad siempre palpable de cesar lo que otorga a estos versos su carácter inevitable.

El ojo ordena así las imágenes, rescatándolas del azar; mas no por ello puede hacerlas suyas. Su condena, o si se prefiere su virtud cruel, es permanecer siempre en la carencia. Es así cómo los textos no poseen mayúsculas o puntos en su final: estas letanías responden a la necesidad más cruda, sin principio o conclusión discernibles. Los poemas llamados naipes dan cuenta de esto con la mayor contundencia. Desgranados en una suerte de cuenta regresiva, se nos entregan en ellos el azar y la necesidad a la vez, del ojo y de la voz, así como de las cartas que una a una se van repartiendo sobre el tapete de la página:

gesto de caída
gesto de tiempo
chasquido
sed
sed de tu boca en la carta que cae
la suerte
que se parte como pan de pulpa
de tu dedo
cuerpo
borde

 

He dicho antes: azar y necesidad. Pero, ¿no es ésta una contradicción? ¿No es acaso el azar un filo incontrolable, impredecible, y la necesidad la rectora de la ley? Sí, lo son. Y sin embargo, en este libro se aúnan. Ese gesto de caída, gesto de tiempo, pone en movimiento la sed. Azar en su forma más terrible: el tiempo; y necesidad vestida de sed reptando por la garganta.

En las antiguas cosmogonías órficas, Fanes se presenta como un dios primigenio, nacido el universo aún en caos, un universo de elementos indiferenciados en forma de huevo. El dios nace cuando Cronos, el tiempo, y Ananké, lo inevitable, quiebran el huevo, dando origen al cosmos que conocemos. De ahí el nombre Fanes, que suele traducirse como “traer a la luz”. Este mito rige el nacimiento del libro: el ojo que lo recorre y lo hila trae a la luz de la hoja todo lo que le han entregado el tiempo y la necesidad ineludible, todas las imágenes que ha salvado del caos, del mar intratable del cuerpo y de los días, del naufragio:

blanco
espuma sólida de carne
espesa carne blanca clavada de nervios
el mundo se hace ojo
se hincha
se deshincha
se duplica
mar de ojos
(…)
mar de ojos
mar capricho
mundo mirado
de sí mismo
en lejanía

De esta forma el ojo deviene lo que mira, lo mismo que rescata. Su hambre lo empuja a asimilar dentro de sí las ruinas que logra salvar del caos, consumiéndolas en la metáfora, en el mismo acto de traerlas a la luz.

Ya en los últimos versos las imágenes apenas gotean, golpeando la superficie huidiza de nuestra mirada para llevarnos con menos fiebre al destino de este ojo que, a la vez que rescata imágenes a la deriva, él mismo se hace náufrago:

gotas

sobre el mueble

la mordida

contrafuerte

los pechos

los pubis

y el tiempo

que desconcha

y se mira

 

Al final el ojo, salvajemente abierto, se ha vuelto el tiempo que observa, el tiempo en el que se sumerge, el azar y la necesidad mismos. Hasta aquí lo ha llevado su travesía de naufragio en naufragio. Se ha vuelto lo que buscaba rescatar e iluminar, sin llegar nunca a poseerlo. Es por ello que estas palabras de La conjuración sagrada, de Georges Bataille, lo cobijan en su clarividencia: “no podía dudar más de que el destino y el tumulto infinito de la vida humana se abriría para quienes ya no podían existir como ojos reventados sino como videntes arrebatados por un sueño perturbador que no puede pertenecerles.”

 

 


texto de presentación de Fanes leído por su autor el día 31 de mayo de 2010 en Caracas en el marco de la celebración de la Colección Papiros de la Editorial Equinoccio.

 

 

fotografía: maría antonieta flores

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