Poesía y verdad

 

Teresa Casique

 

Trece.


Si el poema se construye —como objeto espiritual, intelectual y sensible— mediante una voluntad de verdad lingüística y estética, lo hace a la vez desde una posición ética que es esa que el poeta sostiene en sociedad, la misma ética inclusiva que lleva a Eliot a formular una función social de la poesía(1) que deja claramente a la luz la ineludible responsabilidad que implica el oficio del poeta. Esa ética, creo, es también la que Ezra Pound exhibe en El arte de la poesía, donde pensando en la posible utilidad del trabajo del poeta, lanza una pregunta que será necesario atender: ¿tiene la poesía una función que trascienda el ámbito privado y personal del poeta y entronque con la colectividad, con el Estado, con la res pública? “La tiene”, afirma categóricamente, y esta importante función, a su juicio está relacionada con:

…mantener limpias las herramientas, con la salud de la materia misma del pensamiento. Salvo en los raros casos de invención en las artes plásticas, o en las matemáticas, el individuo no puede pensar y comunicar su pensamiento, el gobernante y el legislador no pueden actuar eficazmente o formular sus leyes, sin palabras, y la solidez y validez de esas palabras está al cuidado de los condenados y despreciados litterati. Cuando su obra se corrompe —y con ello no quiero decir cuando expresan pensamientos indecorosos; sino cuando su medio mismo, la esencia misma de su trabajo, la aplicación de las palabras a las cosas se corrompe: se torna fangosa e inexacta, excesiva o hinchada—, la maquinaria entera del pensamiento y el orden social e individual se va al demonio(2).

 

El compromiso de los litterati estriba en velar por la salud de las palabras que es como una manera de formular votos por la dignidad de la lengua (si pensamos que es ese un vocablo que se opone bien al de corrupción), por la dignidad de lo que parece etéreo y es el más peligroso de los instrumentos al uso (Hölderlin dixit). La lengua que habla la sociedad está al cuidado de los escritores y de la verdad que se le inyecte a esa lengua depende su permanencia en estado sólido y válido entre su comunidad de origen. Cualquier elemento que denuncie un “uso indebido” cual un tumor en el organismo vivo de las palabras, enferma no sólo al texto poético sino también al contexto social, intelectual e institucional donde se inscribe ese poema, esa novela, ese decir apresurado e indigente, ese lenguaje de pronto empobrecido.

La obligación del poeta no es exclusivamente con las palabras mismas, sino que va mucho más allá: el poeta tiene la responsabilidad de afianzar la pulcritud de las herramientas que recibió de su patria literaria o de la tradición en que se inscribe, para legarlas “sanas” que es tanto como decir vivas, polisémicas, fecundas, a las generaciones siguientes. “En mi opinión, dijo Giuseppe Ungaretti en un programa de radio, un escritor, un poeta, siempre está engagé: comprometido: comprometido en hacer reencontrar al hombre las fuentes de la vida moral que las estructuras sociales, de cualquier clase que sean, tienden siempre a corromper y a disecar”(3).

Al referirse a la función de la crítica, Eliot advertía sobre el modo en que distintos géneros literarios cambiaban en el tiempo de manera paralela a como parecían evolucionar las sociedades: “el desarrollo de la poesía es en sí mismo un síntoma de cambios sociales”(4), afirmaba, y quizá es preciso mantener la vigilancia sobre esos síntomas, ¿o tal vez la tradición y la ruptura ya no son fuente de preocupaciones intelectuales y el poeta puede escribir al desamparo de su tiempo y de su historia? Supongo que no. En realidad, creo que no.

Llevado al límite y ubicado frente al lugar canalla de la historia, pienso que el poeta contemporáneo tendrá que asumir posiciones críticas del tipo que la situación demande y hacerlas públicas retomando así el papel que tácitamente la sociedad ha depositado en él, el papel de orientador o mediador, y hacerlo sin otro interés en la cosa pública que el bienestar psíquico y espiritual de sus semejantes.

Pero también allí donde la vida transcurre con su providencial rutina el poeta tiene ocupaciones y responsabilidades éticas, ya no le va la imagen de mantenerse en una torre autocontemplándose a placer y desgarre. Sencillamente porque la lengua es un mecanismo que puesto a rodar no hay quién lo detenga y de su vigilancia y observancia dependen la vitalidad, la resonancia, la verdad de lo que la poesía dará cuenta en adelante.

Puede ser que esté engañada y que mi ingenuidad sea muy grande, puede ser, y sin embargo, siempre que he topado con un gran poeta he entendido que ese es el destino de la poesía, decir una verdad que está profundamente imbricada en la individualidad y que, a la vez, perfora el andamiaje social para que de ese roce brote el gesto genuino de una conflictividad. Si como ha escrito Hans-Georg Gadamer, el poeta moderno es el prototipo del ser humano, a esa medida se circunscriben personas como Ossip Mandelstain, Marina Tsvietáieva, Derek Walcott, Joseph Brodsky, Seamus Heaney, Paul Celan, Wislawa Szymborska, Czeslaw Milosz, Armando Rojas Guardia entre tantos otros que me acompañan. Es verdad que en muchas ocasiones es “difícil saber de dónde proviene el orgullo de los poetas, / cuando tan a menudo quedan en ridículo mostrando su fragilidad”. (Milosz). Claro, como que en esa fragilidad está la jugada inexorable. El orgullo, como el ridículo, son pasajeros. Y eso cómo lo supo Milosz.

La dificultad de una tarea como sostener esa voluntad de verdad en el tiempo y en el espacio, en la vida pública y en la privada, en los oficios personales y en las distintas áreas de la participación ciudadana presupone quizá algunos riesgos. ¡Nada tan sensible para la reflexión como el terreno ético! Pero habrá que desembarazarse del escrúpulo que causa esa discusión que nos está esperando, porque al poeta, más que a nadie, no le está permitido mentir. He allí su responsabilidad. ¿Cómo ser consecuente con ella? Cuando el mismo Ezra Pound se equivocó aliándose con Musolini, su memoria quedó en evidencia ya para siempre. Y solamente la poesía no logra salvarlo. Tal fue el castigo que él mismo, desde una de sus brillantes páginas, impuso al artista que falsificara su relación con la palabra:

Si un artista falsifica su informe acerca de la naturaleza del hombre, acerca de su propia naturaleza, acerca de la naturaleza de su ideal de lo perfecto, acerca de la naturaleza de esto o lo otro, de dios, si dios existe, de la fuerza vital, de la naturaleza del bien y el mal, si el bien y el mal existen, de la intensidad con la que cree o no en esto, eso o lo otro, del grado en que sufre o se alegra; si el artista falsifica sus informes sobre estos asuntos o sobre cualquier otro asunto con el fin de ajustarse al gusto de su época, a los requisitos de un soberano, a las conveniencias de un código ético preestablecido, entonces ese artista miente. Si miente por voluntad deliberada de mentir, si miente por cobardía, descuido, pereza, o por cualquier negligencia, miente de todos modos y se le debe castigar y despreciar de acuerdo con la magnitud de su delito. (...) Quizá sea canallada más bien que crimen. Sin embargo tal vez no haya nada peor para un hombre que saberse canalla y saber que alguien más, así sea una sola persona, también lo sabe(5).

Ya Eliot advirtió con sobrada videncia que “…Sólo no nos engaña / Lo que, si nos engañase, ya no pudiera dañarnos”(6).

 

Notas

(1) La poesía, escribe Eliot, “proporcionalmente a su excelencia y vigor incide sobre el habla y la sensibilidad de toda la nación”, y de esta manera amplía las fronteras del servicio y la responsabilidad que tienen las palabras en su dinámica social, más allá del rango estético que les es propio. “Función social de la poesía”, en Sobre poesía, La Liebre Libre, Maracay, 1995, p. 22.

(2) Ezra Pound, El arte de la poesía, Versión directa de José Vázquez Amaral, Joaquín Mortiz, México, 1970, p. 35.

(3) Entrevista transmitida por la RAI en la rúbrica "Escritores en el micrófono", de marzo de 1950, y publicada por la misma RAI en el volumen colectivo “Confesiones de escritores”, en "I Quaderni della Radio", XI, Edizione Radio italiana, Torino 1951; traducción de Ana María del Re: Verbigracia, El Universal, 1998.

(4) T.S. Eliot, Función de la poesía y función de la crítica, Prólogo y traducción de Jaime Gil de Biedma, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 35.

(5) Ezra Pound, El arte de la poesía, op. cit., p. 69.

(6) En Cuatro cuartetos, op. cit., p. 35.

 

De Poesía y verdad. Mínima meditación. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2007. pp. 61-65,

 

fotografía: Orlando Ugueto.

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