epífitas. Ballenas en el bosque, el vuelo del alma. María Antonieta Flores

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“Ballenas en el bosque”, de Marlo Ovalles

Las complicidades entre un padre y su hijo pueden ser múltiples, sustentadas en cosas extraordinarias o cotidianas, indudables elementos que conformarán la arquitectura de la personalidad. Creo que una de las más eficientes son las que establecen la palabra y la imaginación, las complicidades más fuertes y más hondas que alimentan el terreno interior de una persona. No hay arte más elevado que enseñar a soñar, que nutrir las realidades impalpables pero que serán futuros territorios seguros para la sobrevivencia del yo, una base sólida para la habitación del pánico que todos hemos tenido que construir en nuestro interior. Éste es un arte sustentado en el amor.

Esta solidaridad y camaradería con el padre, seguramente abrieron muchas ventanas y llevaron a Marlo Ovalles a trabajar por la difusión de la poesía a través de Team poetero, acción que no pocas obras ya ha dejado, pero no es esto lo que me ocupa sino la edición de Ballenas en el bosque (Caracas, 2016) con el gozo de las ilustraciones de Antonio Quintero que añaden más historia e imagen al texto original.

Este libro, en su sencillez y brevedad discursiva, toca profundidades que se cobijan en el silencio. Negada a la idea de la llamada literatura infantil como una categoría cerrada y limitante, busco en estos textos su capacidad diciente para el alma colectiva, para los estratos comunes y lastimados del colectivo. En este sentido, este es un libro reparador de la relación padre-hijo. Al cerrar al libro queda la emoción de un amor agradecido hacia el gesto cotidiano, simple de la lectura de un cuento, costumbre casi perdida en estos tiempos raudos y atribulados y más en una región geográfica como la que habita el autor.

El título, una imagen que rompe la lógica de la realidad, revela la condición de habitar las profundidades del mar y la elevación de los árboles. La ballena como gran vientre y horno transformador es continente y soporte de lo interior. El santuario natural que es el bosque, ese camino entre la tierra y cielo, simboliza el inconsciente y por lo tanto puede ser devorador, sagrado, símbolo de las revelaciones y de lo materno. Así, en el título está una invocación a lo materno femenino. El bosque es vida; la ballena, vientre, útero. Se devela metafóricamente, entonces, el mundo de la familia tradicional (madre, padre, hijo) a través de las imágenes que sustentan el relato, mundo enunciado en la dedicatoria.

Pero aquí, la ballena no es el lugar donde Jonás y Pinocho viven transformaciones, es el animal que traslada, que lleva en su lomo a un niño y su padre, para que vuelen entre los árboles. Su poder está en su capacidad de habitar profundidades y superficies, de vehicular vínculos de lo consciente y lo inconsciente. Se emparenta con esa cara imagen del pez volador.

Lo que no sabía Marlo Ovalles es que “ese mundo fantástico,/ que palabra a palabra,/ me había construido/ en noches en las que me dormía en su regazo” iba, muchos años después, a mostrarle su palpable realidad y a obligarlo a escribir sobre ello. Su texto, un híbrido entre lo poético y lo narrativo, tiene su nudo y desenlace. El padre y el hijo viajan juntos gracias a las historias que noche a noche le lee el padre, pero como establece la dinámica vital, el hijo deja solo al padre para ir tras sus propias aventuras, pero siempre lo va a encontrar en un despertar que tiene que ver con hallazgos, reconciliaciones y con lugares de protección que siempre aguardan. Así, el padre que se elabora en las líneas de Ballenas en el bosque es nutritivo y reparador, también liberador pues no amarra al hijo a su redil, sino que ha construido amorosamente un lugar con una puerta abierta para dejarlo ir y regresar.

“Montar ballenas en el bosque” es una imagen axial de la imaginación. Se borran las fronteras de lo alto y lo bajo, de lo real y lo irreal, el lugar habitado por los objetos cambia, así en el cielo hay un mar de fuego, el dragón. Alguien diría que es una elaboración de la mirada infantil, pero detrás de esa sencillez palpita lo simbólico y la posibilidad de una lectura más rica en sentidos.

Ballenas que son nubes, bosques que son cielos, un viaje por los cuatro elementos que conforman el universo y cuyas páginas, que nos regalan el diálogo entre palabra e ilustración, se cierran dejando el sabor del agradecimiento y de la emoción.

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#Ballenas en el bosque#epífitas#María Antonieta Flores#Marlo Ovalles

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