Tatuados de nubes. Entre nubes. Fernando Savater


 
 
Cuando era colegial, mis constantes distracciones me ganaban una frecuente reconvención: “¡estás en las nubes!”. Que venía reforzada, además, por mi propensión que nunca he perdido a un raro gesto de echar la cabeza hacia atrás como si mirase al cielo… He querido ver en tales reproches una especie de aperitivo de mi condición filosófica: después de todo, la anécdota mas conocida de Tales de Mileto —uno de los primeros presocráticos— es que por empeñarse en pasear mirando a las nubes en lugar de al camino se cayó a un pozo, lo que despertó la risa de una criada testigo del accidente. Y cuentan que a otro insigne pensador, Agustín de Hipona, la gente le conocía como “ese señor que mira tanto al cielo”. O sea, que estar en las nubes puede ser afición no sólo de malos escolares sino también de los enamorados de Sofía… Es un modesto alivio, claro, porque en mi caso, los años me han convencido de que tenían razón los maestros y ahora no me cabe duda de que soy por talante distraído y no por talento meditador. Me resigno a ello. Si alguien hoy me pregunta cómo veo el mundo, no tengo más remedio que acudir al parte meteorológico: “reina una nubosidad variable…”.

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