sábado 8 de julio de 2017
Manual de invisibilidades [Fragmentos para una poética]. Adalber Salas Hernández
El poema está hecho de hallazgos, atisbos, breves encuentros azarosos. El poema es fabricado con los restos, las migajas de lo que hay más allá de él.
En nuestra tendencia a cambiar y remover cada sentido de cada palabra, ya está el poema.
En nuestra resistencia a conformarnos con un lenguaje que heredamos, ya está el poema.
En el gesto que confunde sonido y sentido, y por ello encuentra una forma de salvación, ya está el poema. En la mirada resistente, ya está el poema.
El poema es el producto acabado de ese hambre que mantiene la lengua en perpetua renovación, buscándose continuamente.
Método para hacerse invisible
#63
Ser interrogado por oficiales de inmigración.
No recibir a la palabra con honores. No abrirle las puertas, aunque venga mendigando de noche.
No extenderle la mano en saludo. Regalarle sed y hambre. Una lámpara insomne.
Un recuerdo que no la deje dormir.
Método para hacerse invisible
#5
Hacer listas.
Soy miope. Muy miope. Cada día empieza con los lentes de contacto, para no ver borroso, porque esa realidad blanda me resulta amenazante. Y al volver a casa, lentes de montura. Así, durante la jornada voy administrando mi ceguera. Desde niño he viajado, casi insensiblemente, de un país a otro: desde el país de las formas nubladas al país de las formas de nitidez triste. El globo ocular es el órgano más avaro: querría acaparar la realidad, hacernos creer que existe gracias a que él la observa.
El poema recuerda con demasiada claridad lo que todavía no ha sucedido.
Necesito una ciencia de los lugares. No una geografía, sino una ciencia que estudie la piel de los espacios, la hondura de los pasillos, las migajas del pan que es la distancia.
El poema cree en un dios menudo, que se deja inventar por el polvo que se posa sobre los objetos, por las sobras de comida en los platos, por el moho en las esquinas de la casa.
Un dios hecho de minúsculas.
Toda la vida he tenido que mirar la caligrafía temerosa de mi cuerpo. Hoy observo la carne que le cuelga de los brazos, los pellejos endurecidos, las uñas que crecen irregulares, las estrías como vetas. No entiendo cómo ahí puede haber un designio, cómo en la desnudez puede habérsenos dado una lección.
Creo que la ternura es un método de conocimiento. La ternura nítida, mordida por el sol, afilada por la pericia de las manos.
El hambre como un abrazo desnudo / piel contra piel amarga.
De Materia intacta. Caracas: Kalathos Editorial, 2016.
Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Autor de los poemarios La arena, el vidrio (Caracas, 2008), Extranjero (Caracas, 2010; Bogotá, 2012), Suturas (Caracas, 2012), Heredar la tierra (Bogotá, 2013), Salvoconducto (ganador del XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Valencia, Pre-textos, 2015), Río en blanco (Nueva York, 2016), mínimos (Madrid, Amargord, 2016) y Materia intacta (Caracas, 2016). Asimismo, ha publicado los volúmenes Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (Caracas, 2013) y Estábamos muertos y podíamos respirar. Paul Celan, escritura y desaparición (Madrid, 2017). Entre sus traducciones publicadas, destacan obras de Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane y Hector de Saint-Denys Garneau. Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza editó las antologías Poetas venezolanos contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes (Bogotá, 2014) y Destinos portátiles. Poesía venezolana reciente. Forma parte del comité editorial de las revistas Poesía y Buenos Aires Poetry. Dirige la colección Diablos danzantes en Amargord Ediciones. Cursa estudios doctorales en la New York University.
Fotografía: Ezequiel Zaidenwerg
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