En homenaje: Harry Almela, poeta de la resistencia y la libre resonancia. Edda Armas

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Estaba escrito en el cielo, en la constelación zodíaca de Virgo que poeta iluminado y rebelde sería, y con ardor, irradiado desde el plexo solar. Lo fue. Tan indagador como come libros, memorioso y retador. Generoso supe que era. Harry Altahir Almela Sánchez supo, desde el inicio, que escribir sería una batalla consigo mismo y con los otros. El primer poema, el que te topas al abrir su primer libro, sencillamente titulado Poemas (1983), se cuela a modo de Arte poética, brevísimo, bajo el título-signo de Grillo:

Aprendió pacientemente
a conocer los signos
de la noche.
Afina las cuerdas
para su solitaria guerra.
Canta.

Ese grillo era él. Él cantaría, como poeta trovador cuestionador, insuflado con vehemencia bebida de la fuente de los clásicos, de la Biblia y, especialmente, de la eternidad laberíntica fabulada por Jorge Luis Borges: quien venalmente asumiría la batalla del canto, aclarando sin embargo en el poema de cierre de ese mismo primer poemario, con esclarecedor epígrafe de Ungaretti: Busco un país inocente:

No soy de la raza
de los que se atan al mástil
para resistir el canto.
Prefiero irme con aguafina
a través del hilo
de los papagayos.
Solo quiero vivir
la paz de las esponjas.

Batalla consigo mismo pero también con los otros. Harry no era hombre de dudar en hurgar, aclarar, zanjar incisivo y clavar el colmillo en el tobillo si convencido estaba de tener que hacerlo en busca de una verdad, aunque le valiera enemistades. Tú, “mejor de amigo que de enemigo”, le decía siempre yo. Más amigo (cómplice) que enemigo resultó ser, a pesar de nuestras diferencias y algunos pocos líos con los que lidiamos a lo largo de la vida. Lo apoyé en proyectos, le escuché las quejas, casi siempre bien fundadas. Gracias doy al universo y a los rebeldes dioses por las aventuras en las que logramos coincidir, cotejar, apoyarnos en lo personal y lo literario; por cercanías compartidas en —al menos los veinte últimos años de su vida, los últimos cinco y, muy esencialmente, durante el último año—, sin sospechar que lo estaba siendo.

Le conocí a mediados de los años ochenta, cuando a él se le ocurrió la estupenda idea de juntarnos a un grupo de poetas, invitándonos a pasar un fin de semana en el acogedor refugio cultural en la casona de Agua Fuerte, antigua planta eléctrica de Maracay para el año de 1929. Mágico lugar sembrado cerro arriba vía Choroní, en un ambiente selvático con un virginal río “encantado” (según los pobladores). Rescatada en 1986 por el padre jesuita José Ignacio Castillo, Mercedes Pulido de Briceño, Ramón J. Velázquez, Pedro León Zapata y estudiantes ucabistas, convertida en fundación con fines culturales para el disfrute de la comunidad, como centro cultural con museo, biblioteca, espacios para actividades; contando incluso con disponibilidad para albergar visitantes, por lo que allí pernoctamos.

Recuerdo allí a Blanca Strepponi, Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata y Miguel Márquez, pero creo que éramos más. Así nos conocimos, caminando la selva, bautizándonos en las frías y prístinas aguas de la Cascada de El Dique. Alucinante lugar. Delicioso compartir, oírnos leer nuestros inéditos recientes, tertuliar sobre arte, vida y poesía, escuchando las resonancias de los místicos. Hoy día me alegro haberle aceptado la invitación a Harry, de tomar un bus en el terminal de Nuevo Circo, ofreciéndonos él estar allí esperándonos, a cada uno, para reunirnos y viajar juntos hasta ese refugio de esplendores que era (no se sí aún lo es) Agua Fuerte en las afueras de Maracay, un escenario cinematográfico que entremezclaba ruinas recuperadas y la exuberancia de la vegetación natural, llena de grillos, búhos en cielo estrellado.

Harry armó una antología de Cartas de la batalla, desde la razón a la desilusión (Alfadil ediciones, 2004) en plena agonía post los graves sucesos políticos del 2003 y nos incluyó a muchos. Armó la antología Del dulce mal, poesía amorosa de Venezuela en la que dicen se encuentran muchos de los mejores poemas de amor escritos en Venezuela en los siglos XX y XXI, y allí también nos incluyó; enterándonos de ello en la novedosa fiesta bailable de presentación en el Juan Sebastián Bar, junto a Leonardo Padrón, coordinador de la serie para la editorial Aguilar. Esa noche bailamos con Harry y nos reímos de todos los absurdos.

Harry murió de un infarto al corazón en su casa en Mariara la madrugada del 24 de octubre de 2017. Yo no voy a olvidarlo nunca. Pocos días antes habíamos intercambiado correos, los que enviaba y leía desde un cyber por la falla ya crónica del internet en su casa; llamadas por celulares por la falta de línea Cantv, los bajones de luz; con precariedad de todo, angustiado como estaba. Harry me confío su manuscrito escorados un mes antes de que se le reventara el corazón. Hablamos sobre ese febril libro suyo, el que hará hablar a la crítica, y creo que le pondrá la piel de gallina a sus lectores cuando alcance la edición. Logré darle mi apreciación lectora y le ofrecí apoyo para tramitar su publicación en una editorial en España, como ese libro plenamente lo merece, el que en mi opinión, completa y cierra la trilogía con Patria forajida y Silva a las desventuras en la zona sórdida.

Así se lo dije en nuestra última llamada. Lloré sin consuelo al enterarme de su muerte. Ese día de su muerte, hacia el mediodía, vi oscurecerse el cielo y caer una precipitosa, breve pero muy tormentosa lluvia con relámpagos y fuertes gotas. Seguramente a esa hora, el poeta Almela, ascendía cruzando constelaciones, huecos negros y negadas despedidas, a encontrarse en la tierra alta con sus amigos Jorge Luis Borges, Jaime Sabines, Ungaretti, Miguel Ramón Utrera, George Steiner, Emmanuele Lévinas, con Anna Ajmátova, Marina Tsvetaieva y Ósip Mandelstam (de estos tres últimos él decía que “narran cosas cercanas a lo que sucede en el país”).

A esta hora, a los seis meses de su ida, de corazón espero que mi amigo, el gran Harry, allí y entre ellos logre experimentar la deseada “paz de las esponjas”. Yo, la verdad, lo extraño mucho. Creo que fue uno de los mejores de mi generación. Aquí salta libre la liebre, y los libros por él editados nos esperan en la biblioteca. Por los suyos, que fueron 13, logró recibir en vida muchos premios, pero creo que quería uno más…; pues, así era él, consciente del torrente furioso y filoso, bien calibrado en su entrega poética, en los dos inéditos que deja.

Y en verdad, le extraño, con su inconformidad, valentía, solidario, capaz de toda rebelde irreverencia.

Los Campitos, 19 de abril, 2018.

 
 
 
Edda Armas. (Caracas, 1955). Poeta, psicóloga social y gestora cultural. Ha publicado: Roto todo silencio (1975, 2016), Contra el aire (1976), Cuerdas de serpiente (1985), Rojo circular (1992), Sable (Premio Municipal de Poesía de Caracas 1995), El reino sin fin (1996), La otra orilla (1999), La mujer que nos mira (2000), En bicicleta (2003, Premio Internacional de la Bienal de Poesía “J.A. Ramos Sucre” 2002), Armadura de piedra (2005), Dagas y otras flores/ Antología personal (2007), Casa y arcángel(New York, Plaquettes PenPress, 2008), Toma lo simple por el tallo (2009), Corona mar (2011), Sin negativo ni estaciones (2012). Entre sus trabajos compilatorios destacan Fe de errantes / 16 poetas del mundo (2006) y El ojo errante (2009). Presidió P.E.N Venezuela entre 2005 y 2009. Poemas suyos han sido publicados en antologías, revistas y prensa de Venezuela, Ecuador, España, Francia, Israel, Brasil, Perú, Paraguay, México, Colombia y EEUU. Desde hace más de 10 años facilita talleres de creación poética y como editora independiente creó en 2015 el sello de poesía venezolana Dcir ediciones.
 
 
 
fotografía: Vasco Szinetar. Harry Almela, Ocumare de la Costa, 1986

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