domingo 2 de septiembre de 2018
Fragmentos de un diario. Santos López
Se me ocurre exponer un punto de vista sobre las generaciones poéticas del siglo pasado (60’s, 70’s y 80’s) en Venezuela, tema que entrecruzaré con el misticismo, la espiritualidad y la superstición, con el propósito de reconocer estas tres huellas. Tarea un tanto absurda, por cuanto estamos ante signos totalmente intraducibles.
Por ejemplo, el componente místico en nuestra poesía se hace difícil de definir, en principio, dado que la experiencia mística es de naturaleza individual, voluntaria, inefable e incomunicable en su fase genética. Los estudiosos de la mística en Occidente se han encontrado con un obstáculo insalvable a la hora de hacer una exégesis de los misterios órficos, eleusinos, dionisíacos y báquicos. Y luego, porque este tipo de vivencia exige al voluntario una fase de oscuridad y silencio.
Otro impedimento es la propia facultad que rige las funciones lógicas y racionales como el lenguaje. Esto impide acceder a las fuentes de la experiencia mística; más aún, ni los propios místicos pueden conseguir plasmar a plenitud su experiencia en el lenguaje escrito.
Básicamente por esto se está ante un trabajo intraducible. Pero ello no nos impide que hagamos un intento por explorar la superstición. Considero que el rasgo más sobresaliente de los poetas comprendidos en las décadas de los 60’s y 70’s es lo supersticioso que fueron.
La superstición puede ser un vago término, pero en esencia asoma la idea del PODER. Tanto el poder en términos exclusivamente políticos; es decir, la autoridad en términos materiales; como la idea de poder en términos espirituales o la imagen del Autor (con mayúscula), el creador. Percibimos claramente l,a visión de la fuente de poder y la clase de poder que los hombres deseaban tener sobre otros.
Plutarco de Queronea (ca. 45-125 d. C.), filósofo platónico ensayó la primera definición de esta palabra. En su Tratado sobre la superstición, Plutarco define la d e i s i d a i m o n í a, es decir la “superstición” como “miedo a la divinidad o a los dioses”. El miedo, dentro de la naturaleza humana, tiene su fuente en la ignorancia. Y nuestra conciencia lo puede mostrar por sus dos extremos: aparición u obsesión y ocultamiento o supresión.
Casi nunca tenemos conciencia plena del proceso de elección de palabras que utilizamos para representar el mundo y para representar nuestra experiencia del mundo. De la misma manera que casi nunca tenemos conciencia del proceso de elección diario de nuestro destino. Conocemos algo de la estructura del lenguaje, pero muy poco de su dinámica. El lenguaje humano, el lenguaje de la naturaleza y el lenguaje de lo sobrenatural son uno, son una síntesis. La realidad que se manifiesta en el hombre a través de su lenguaje es la misma de la naturaleza y de lo sobrenatural. La conducta humana está gobernada por modelos de energía, matrices de creación.
Las generaciones poéticas son tales en la medida en que vivifican experiencias simultáneas y parecidas en la representación del mundo que les tocó vivir en su tiempo de vida. Las generaciones poéticas necesariamente seleccionan y representan ciertas partes del mundo, dejando a un lado y sin representación a otras. Es por ello que el ancestro más inmediato que tienen los poetas es la palabra. Es el eslabón básico de la cadena en este oficio que es la poesía; por lo tanto es un meta-símbolo; siendo la naturaleza el orden simbólico; y lo sobrenatural, la fuente de todo símbolo, el arqué o la emanación no visible.
Cuando una generación poética registra su experiencia para representar el mundo en sintonía con el lenguaje humano, el lenguaje de la naturaleza y el de lo sobrenatural, el hallazgo se vuelve una revelación plena de la conciencia, algo cercano a lo espiritual, sin ningún tipo de supresión, distorsión o generalización del mundo.
Hay generaciones supersticiosas, es decir, reduccionistas; limitan su representación del mundo a una sola línea o cuanto mucho a dos, de tal manera que eso que suprimen o ignoran es psicológicamente la expresión de su sufrimiento.
Las generaciones de los 60’s y 70’s, en gran medida, se alejaron de una manera abrupta de la experiencia espiritual; dejaron de transmitir o registrar la voz de lo sobrenatural. Dije espiritual, y no diría religiosa para no confundir al lector entre una experiencia sentimental y otra de orden espiritual.
Creo percibir matices entre la generación de los 60’s y la de los 70’s.
La superstición es una creencia que descansa sobre la ignorancia y sobre los prejuicios. ¿Ignorancia en qué sentido? Sólo podríamos admitir aquí como válido un criterio de principio: si observamos, por ejemplo, que para una generación las cosas de orden material tienen más valor que las de orden espiritual. La generación de los 60’s, en este sentido, es supersticiosa, es decir, ignorante de lo esencial. El materialismo pragmático de esos años nos hizo ver una ilusión: nada hay por encima de la poesía ni del poeta. El materialismo hace creer que ningún principio dirige al poeta. Por eso dije arriba que en esta década está esbozada ya una concepción sobre el Poder, y que ya en este siglo XXI ha derivado en el gobierno y la Revolución Bolivariana. Suponer o admitir implícita o explícitamente que no hay una realidad de naturaleza espiritual, es ignorar el principio. Esto es un eclipse de trascendencia. En este afán materialista, la generación de los 60’s en Venezuela detonó el puente que la unía a la tradición que mantuvo viva la generación de Paz Castillo. La generación de los 60’s se volvió supersticiosa al despojar a la poesía de su carácter sagrado.
Creo que el poeta Rafael Cadenas responde muy bien a una inquietud generacional: ¿Qué se siente cuando uno no percibe la voz de lo sobrenatural, cuando no se reconoce el espíritu?
Tenemos un sentimiento de derrota. Por eso Cadenas es el poeta fundamental de toda esa generación.
La década de los 70’s fue una generación vuelta añicos. El rasgo predominante fue el sentimiento de fragmentación, separación. La representación del mundo se cifró y se descifró en los pedazos que quedaron regados, esparcidos como consecuencia de la explosión. El puente hacia la tradición había sido volado. La realidad exterior pulverizada se volvió difícil de re-unir interiormente.
No son fáciles de reconocer los padres de esta generación. Sucedió entonces la ausencia de paternidad, el desamparo espiritual y la intemperie. En la década de los 70’s faltó visión para re-unir la conciencia del pasado con la del presente y recrear así el puente que nos vinculaba con nuestra tradición. La poesía como oficio es la continuidad de lo antiguo en la conciencia del presente; o más exactamente, es el significado del presente en los hallazgos que hemos heredado del pasado. Tradicionalmente, lo bello –y me cuido de decir lo estético—podría ser la alternancia del presente y del pasado para “preservar el esplendor de la verdad”.
En esta generación, el sentimiento como norte tiñó todas las cosas. El mundo subjetivo de esta generación tuvo que ver con los estados psíquicos netos. Y el mejor ejemplo es la poesía potente de Hanni Ossot. La experiencia por el fenómeno y la forma se potenció en la mayoría de las voces que emergieron. Esta característica fenoménica perdió fuerza cuando nos adentramos en los avatares de la generación de los 80’s, en la cual de nuevo emerge la búsqueda de lo esencial y lo trascendente.
Santos López. (Mesa de Guanipa, Anzoátegui, Venezuela, 1955). Poeta, periodista e iniciado en la espiritualidad del África Occidental. Director-fundador de la Casa de la Poesía Pérez Bonalde (fundada en 1990, organizó la Semana Internacional de la Poesía de Caracas con 12 ediciones). Ha publicado los poemarios: Otras costumbres (1980), Alguna luz, alguna ausencia (1981), Mas doliendo ya (1984), Entre regiones (1984), Soy el animal que creo (1987), El libro de la tribu (1992), Los buscadores de agua (1999), El cielo entre cenizas (2004), Le Ciel en cendres, edición bilingüe español-francés (2004), Soy el animal que creo. Antología (2004), I cercatore d’acqua, edición bilingüe español-italiano (Milano, 2008), La Barata (2013) Del fluir. Antología (Madrid, 2016), Azar de almendra (Querétaro, 2016). Premio Municipal de Poesía en 1987 y en 2001. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, alemán, francés, chino, coreano e italiano. Ha participado como poeta invitado en festivales y encuentros en Portugal, Francia, Colombia, Cuba, México, Chile, Bélgica, Benin y Austria.
Dibujo: Carlos Zerpa, 2013.
Erika - martes 4 de septiembre de 2018 @ 3:36 am
Siempre ha seguido la poesìa venezolana como raiz de mi comienzo y la busqueda ancestral como inicio y final de mi poesia de mi libro Campo Croce, nombre de una aldea italiana. Leo el ensayo del poeta Santos Lopez se relaciona directamente con lo que he buscado y no habia entendido. He leìdo a Hanni Ossott mil veces y me identifico con ella…»Es aqui en Venecia donde te encontre»…
Omar Jose Pirona Enriquez - sábado 8 de septiembre de 2018 @ 5:25 am
La poesía como oficio es la continuidad de lo antiguo en la conciencia del presente; o más exactamente, es el significado del presente en los hallazgos que hemos heredado del pasado.Buena Poeta Santos esta reflexion donde nos encontramos alumbrando el presente con velitas pasadas.Debo recordar al gran Maestro Samuel Robinson que su final fue una fabrica de velas.