miércoles 28 de agosto de 2019
En busca de la eternidad. Adriano González León
No. Rigurosamente cierto. No hay ninguna alteración de parte de los traductores, y de la mía, mucho menos. Además, cómo inventar semejante tono de los siglos Y usted, estimado corresponsal del email, no se pase de perspicaz. Hay bastantes versiones que coinciden y las variantes son las frecuentes y no alteran la profundidad lírica del texto. La grandeza poética de Akenatón, (cuyo régimen pudo haber sido de 1372 a 1354 antes de Cristo), está confirmada en otros escritos. Hay ya numerosas versiones en diferentes idiomas modernos, las cuales se pueden hallar en cualquier biblioteca poéticamente bien nutrida. Aún más, los críticos han hecho las precisiones necesarias.
El famoso himno solar prueba el esplendor idiomático de su trabajo:
“Tu aurora es bella en el horizonte del cielo. ¡Oh, viviente Aton, príncipe de la vida! Cuando te levantas sobre el horizonte oriental, tú llenas el universo con tu belleza. Pues tú eres grande, estallante, elevado sobre la tierra. Los árboles y las plantas crecen, los pájaros dan vueltas y sus alas se levantan para adorarte. Los terneros danzan. Todos los seres alados vuelan. Todo vive cuando tú brillas sobre el mundo”…
Escrito en el siglo XIV antes de Cristo este poema nació 300 años antes que los Salmos, 700 antes que Isaías, 400 antes que el poema babilónico Isthar en los Infiernos, 650 antes que Homero y Hesíodo. Es el primer gran poema lírico de la literatura universal, dice Léon Thoorens.
Y debe añadirse que Akenatón hizo hábilmente una reforma religiosa: del politeísmo al monoteísmo. Y agregan los historiadores que su amor por Nefertitis no le impidió tener un harem como todos los faraones. Fue mal político, peor administrador, perdió sus conquistas, y Egipto dejó de ser un gran Estado. En cierto sentido se parece a nuestro acontecer nacional, con la diferencia de que los llamados poetas del régimen no aciertan una sola sílaba digna.
En medio de las tribulaciones, aquel valle del Nilo fue propicio aún para que las mujeres se expresaran sin limitaciones y con ardor. Vean esto: “Yo soy tu primera hermana y tú eres para mí el jardín donde he plantado flores y hierbas perfumadas. Yo he dirigido hacia ese jardín un canal donde puedas calentar las manos, cuando se levante el viento del norte. Oir tu voz me embriaga y toda mi vida reside en la alegría de escucharte”.
La lucha por el amor y la eternidad parecen ser los temas predominantes en estas composiciones de la antigüedad remota. Más lejos aún está el trabajo implacable de Gilgamesh, en otra oportunidad mencionado. Generalmente la historia recoge las informaciones sobre gobernantes, tiranos, violencias inauditas entre los propios dioses, martirios insoportables en un infierno presidido por monstruos y serpientes.
Ni siquiera los dioses son inmortales. Nadie quiere morir, porque los sufrimientos del más allá son peores que los de esta vida. Casi toda la literatura del mundo mesopotámico y egipcio está enfrentada a la idea de la muerte. Por ello se insiste sobre el hecho amoroso como una contrapartida.
O se habla de la existencia de una flor o una hierba que puede provocar la inmortalidad. En todas partes del mundo se cultiva, en leyendas y tradiciones, esta angustiosa necesidad. Ya vimos cómo la lucha de los dioses está presente en los textos sumerios de hace 5.000 años o más. La gran literatura de épocas posteriores está asentada sobre la idea de la transitoriedad, la frágil condición humana, el temor al otro mundo. Nadie quiere morir. Aún, envejecer.
El asunto es la lucha contra la destrucción, así se participe en encuentros feroces, matanzas implacables, guerras inútiles. La estupidez de los gobernantes ha sido mayor que las contadas, y por ello magníficas búsquedas de la salvación en vida. O la creencia ciega y fatal de algunas sectas musulmanas y japonesas enloquecidas, que juntan la felicidad eterna con el hecho de morir haciendo estallar a su enemigo. Pero mucho mejor buscar la eternidad sin morir despedazado. En nuestro país, en los páramos y bosques trujillanos, está extendida la creencia en el díctamo real, variación de otras leyendas en el mundo. Cuando la ingestión con aguardiente no da resultado, es porque la hierba no era la legítima. Un campesino de Cabimbú nos señaló la pista hacia el díctamo verdadero:
“Debe esperarse a que las nubes se pongan de este lado y comiencen poco a poco su destiemple. Cuando ya estén como hilitos y todo se haya vuelto claro, cuando usted pueda aguaitar los trigos que están allá, más arriba de la última cerca, oiga, mire, cuando ya la neblina se ha vuelto muy blandita, entonces saldrá un chorrito de sol desde el cielo, un chorrito delgado que es el que alumbra la hierba y la que usted vea alumbrada ese es el díctamo real”.
Se toma con miche claro, un aguardiente de alto linaje. Algunos trujillanos como Olmedo Lugo, Argimiro Briceño, David Alizo, Dimitriv Briceño, el Polaco Méndez y una inmensa cantidad de paisanos lo han tomado. Han quedado borrachos, pero no están seguros de su eternidad. Sin embargo, la verdadera existencia de una cosa, pasión o actitud, es estar siempre buscándola.
Por ello es necesario interrogar a Gilgamesh.
Publicado en El Nacional el 11 de Mayo de 2006.
fotografía: José Sardá
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