domingo 31 de mayo de 2020
100° Aniversario natal de Aquiles Nazoa
Recuerdo de Adelaida Ruitiner
Sólo un montón de tierra con un número encima
queda de esta muchacha que nomás hasta ayer
nos hablaba del gozo simplísimo que había
en recorrer los campos en el atardecer.
Se llamaba Adelaida Ruitiner y solía
cantar viejas canciones con las que, sin saber,
nos llenaba la casa de una ternura límpida
cuando junto a los niños se sentaba a coser.
Tenía un bello libro marcado con violetas
en las partes que a veces le gustaba evocar
(Preferia entre todas una, de honda belleza,
que empezaba diciendo: «No he visto nunca el mar…»)
Era por el verano como una corza, era
una elástica corza bajo el sol del verano:
Se bañaba en los ríos, junto las grandes piedras
y volvía, olorosas a limones las manos.
Pero cuando llegaron los tiempos invernales
y el cielo de la casa se ponía a llover,
Adelaida miraba las hoja sollozantes
y entonces también ella lloraba sin querer.
Y callábamos todos inexplicablemente.
Algo ajeno a nosotros nos quebraba la voz…
«Pasó un ángel», decían las festivas mujeres
y la vida seguía su amoroso rumor.
Y un invierno muy largo, uno de esos inviernos
en que todo lo triste se puede presentir,
ella cruzó por siempre las manos sobre el pecho.
Todos vimos su llanto. Nadie la vio morir.
Elegía sencilla
Hermano, hermano, pienso todavía
en tu sueño de amor: los grandes viajes.
¡Cuántas veces viajó en los equipajes
que no eran tuyos, tu melancolía!
Y has muerto sin viajar; tu fantasía
ya no explora los nórdicos paisajes,
ni escribes el valor de los pasajes
al margen de tu rota geografía.
Al camposanto parroquial del puerto
te condujeron, pobre hermano muerto,
en tu caja de pino un turbio día.
Y al sur de tus zapatos marineros
quedó la mar feliz de los viajeros
cantando para siempre tu elegía.
Elegía a Aquiles Nazoa
Hoy es mi último día de colegio;
la escuela ha amanecido lloviznando;
la maestra me manda a cortar unas flores;
yo me pongo los guantes del jardín.
Para ir al entierro de mi niñez
vienen algunas hormigas llorando;
abro, para saber cómo se llama esta muchacha,
mi cuaderno de escritura inglesa;
las bonitas letras salen volando hacia las flores.
Entretanto, arrastrándose en el tiempo
se gastan los zapatos de las hojas,
y en la angélica espalda de la tarde
desvanecen su fábula las nubes.
Colores de mi niñez tan delicados.
Recuerdo que en el pecho una casita
me pinté con creyones aquella tarde;
tenía una ventana por la que algunas veces se asomaba mi madre
y una puerta por la que yo salía para irme a la escuela.
Lástima grande que se me haya borrado:
si la tuviera me metería a llorar dentro de ella.
Aquiles Nazoa. (Caracas, 17 de mayo de 1920 – 25 de abril de 1976) entre su obra poética destacan: Aniversario del color (1943), El ruiseñor de Catuche (1950), El silbador de iguanas (1955), Poesía cotidiana (1958), Caballo de manteca (1960), Los poemas (1961), Humor y amor de Aquiles Nazoa (1962), Los últimos poemas de Aquiles Nazoa. Amigos, jardines y recuerdos (1978).
n.e.
A mí no me enternece la poesía de Aquiles Nazoa, a mí me asombra su capacidad lírica de penetrar en el mundo cotidiano y pequeñito para nombrar lo insignificante, lo común y reelaborarlo con una eficaz energía poética, con una visión muy particular ajena a los conceptos líricos que imperaban en su época.
A Nazoa hay que leerlo dejando de lado las etiquetas y los prejuicios, los complejos. Hay que destacar la originalidad de su lenguaje lírico, su dominio de las formas rítmicas y estróficas, la soterrada erudición que sostiene su palabra y se diluye en la estética de la sencillez que propone a través de su decir claro y amable. Es esta una poesía que apuesta por la claridad, la luz, sin eludir el drama ni la tristeza.
En este sentido deseo destacar la mirada crítica de Harry Almela, quien comenta con la agudeza que lo caracterizaba: … «estamos leyendo a un poeta que vivió su literatura a contrapelo de los arquetipos de la modernidad y de elaboradas preocupaciones estéticas. Estuvo ganado desde siempre por la poesía como forma de comunicación y por el vocabulario sencillo, que nunca vacío o insulso. Nazoa descubre ante sus lectores que las palabras son monedas llenas de sapiencia y esplendor y hace de lo cotidiano su mejor yacimiento.»
Es necesario releer o, realmente, comenzar a leer la obra de Aquiles Nazoa con criterios actualizados y en diálogo con discursos hispanoamericanos similares.
María Antonieta Flores
Ilustración: Carlos Zerpa. Retrato de Aquiles Nazoa para el evento en línea #AquilesCuento de Víctor Cadet disponible en https://www.youtube.com/user/vcadet48
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