domingo 2 de agosto de 2020
Dos cautiverios. Armando Rojas Guardia
especial para el cautivo. décimo aniversario.
Hay dos tipos de cautiverios. El primero es involuntario e impuesto. Es la cárcel de la cual nos habla Cervantes en el prólogo de El Quijote: “donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido tiene su habitación”. El cautivo de esa clase de presidio nunca fue mejor descrito que en la “Balada del preso insomne”, de Leoncio Martínez: “sucio, famélico, ruin”. Como afirmó José Rafael Pocaterra, uno no se gradúa en verdad de venezolano hasta haber pasado por la cárcel: hace muy pocos días contemplamos a través de las redes sociales las bochornosas imágenes de un muchacho semidesnudo sometido a la satánica crueldad, a la sevicia sistemática de sus captores. Me atreví, a propósito de esas imágenes, a asegurar que ellas delataban que en nuestro país ya habíamos ingresado al horror literalmente obsceno, al terreno minado de la pornografía política. Ese muchacho nos representa a todos los que en Venezuela nos oponemos a la opresión, a la crueldad y a la barbarie.
El cautiverio involuntario puede ser existencialmente transfigurado. San Juan de la Cruz diseñó mentalmente y, al final, escribió su Cántico espiritual estando preso. Cuesta imaginar a ese hombre cautivo, sojuzgado y escarnecido –e incluso torturado– por otros seres humanos creando aquel majestuoso poema en medio de las privaciones, las estrecheces y las amenazas: todo un símbolo de la naturaleza trascedente del espíritu, de su capacidad casi infinita de superar el horror y la voluntad tanática cuando quieren tiranizar a una conciencia.
El presidio impuesto también puede convertirse en metáfora de prisiones ontológicas, existenciales e históricas. El Sade de la gran obra de Peter Weiss, Marat Sade, le dice a Jean Paul Marat, el revolucionario: “Marat, / estos calabozos interiores del cuerpo son aún peores / que las más profundas cárceles de piedra, / y mientras no se abran / toda nuestra revolución se quedará tan solo / en un motín de presos, aplastado / por otros compañeros de celda”.
Y hay, igualmente, un cautivertio voluntario y consentido. El cautiverio dentro del cual entra el hombre para recogerse y reconectarse con lo más profundo de sí mismo. A veces basta una sola gota de Dios para determinar que un ser humano decida encerrarse de por vida en una celda: ese tipo de disparates está provocado por un átomo de la dicha divina cuando penetra en el interior de un hombre o de una mujer. Dice Santa Catalina de Siena: “…constrúyete dos celdas. Primero, una celda real, para que no rondes y hables mucho, de no ser que sea necesario, o puedas hacerlo por amor a tu prójimo. Luego constrúyete una celda espiritual, que siempre podrás llevar contigo, y es esta la celda del verdadero conocimiento de sí mismo; encontrarás ahí el conocimiento de la bondad de Dios para contigo”. Es, pues, el dulce presidio de la vida interior, la recámara íntima del alma, en la que el hombre entra para estar a solas con Dios, quien lo aguarda en el centro mismo de su ser para desposarse –sí, esta celda es en realidad una alcoba nupcial– con él.
Armando Rojas Guardia. (Caracas, 1949-2020). Poeta y ensayista, individuo de número de la Real Academia de la Lengua Venezolana. Realizó estudios de Filosofía en Caracas, Bogotá y Friburgo. Dirige talleres sobre poesía, ensayo, mitología y filosofía de la religión. Formó parte del Taller Calicanto dirigido por la escritora Antonia Palacios y del Grupo Tráfico de Caracas. Entre su obra poética destacan Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), La nada vigilante (1994), El esplendor y la espera (2000), Patria y otros poemas (2008), Mapa del desalojo (2014). El esplendor y la espera. [Obra poética 1979 – 2017] (Cuenca, Ecuador, 2018). En ensayo, El Dios de la intemperie (1985 y con varias ediciones), El calidoscopio de Hermes (1989), El principio de incertidumbre (1994), Crónica de la memoria (1999). También ha cultivado el género del diario, Diario merideño (1991), El deseo y el infinito (2017). Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela, en 1986 y 1996, Premio de Ensayo de la Bienal «Mariano Picón Salas», en 1997.
fotografía: Marlo Ovalles
iraida - jueves 17 de septiembre de 2020 @ 11:48 pm
Sublime.Gracias.