domingo 2 de agosto de 2020
epífitas.In memoriam. Armando Rojas Guardia. María Antonieta Flores
En la obra de Armando Rojas Guardia (1949-2020), poesía y ensayo son vertientes de una misma mirada y discurso que corresponden a lo que él denominó “vivir poéticamente”. En el ensayo que dedica al tema señala que “el vivir poético es un vivir atento” y esto implica el afinamiento de los sentidos y de la percepción ante los hechos cotidianos. La vigilia y la espera de la manifestación de lo poético son componentes esenciales de esta manera de vivir: “Estos momentos de epifanía son, por supuesto, gratuitos −es la misericordia de la realidad la que nos los otorga− pero el vivir poético busca conscientemente merecerlos preparándolos, entrenándose a sí mismo para recibirlos.” señaló en la conferencia dictada en la Universidad Metropolitana el 16 de octubre de 2013.
En consecuencia, la palabra no es sólo expresión de una cultura sino es signo de una revelación, y toda revelación trae consigo la imposibilidad de su entera comunicación por lo que el poema es una presencia que no cuaja entera, algo queda siempre en lo indecible. Así el poema se entreteje en el silencio, como la noche y el desierto de los místicos. Aunque sea el espacio de la gestación y del advenimiento de la palabra, el silencio es un lugar que perturba porque coloca ante la posibilidad de no volver a escribir: la angustia logra forma gracias a «esta simple tensión sin contenido» como bien la llama el poeta en La nada vigilante.
El darle forma al poema implica un proceso de erotización en el cual el deseo nunca es colmado y conduce a otro poema y así siempre estará inacabada la escritura poética porque es un camino hacia lo inalcanzable y esquivo, hacia el vacío.
pero la nada en vilo
que ensordece el texto
me obliga a escribir
Este mandato sostiene toda su obra. Es el poema como vivencia de muerte y de vida. Es la escritura como acto que concreta aquello que en su inasibilidad está ausente, aquello que se presiente en el vacío. Porque la escritura es experiencia de vacío tal como lo escribió Hanni Ossott en 1979: «el poeta hoy hace de la ausencia, de la nada, de la mudez del ser, la casa de sí mismo, y funda por la palabra poética la resonancia de lo que la silencia».
El misticismo, «el deseo disidente» —como lo denomina en su poema «La desnudez del loco»—, la sensualidad, el compromiso y la entrega, son temas que se manifestaron desde sus primeros poemas. La espera, la vigilia, «la lucidez desierta» y el silencio son señales del advenimiento del poema.
En la distancia frágil de la página
el animal es rastro, sólo fuga:
cuaja entonces inútil el poema.
Pero a pesar de la certeza de la inutilidad del poema y de la tensión que crea el silencio conviviendo con la palabra, en el poeta actúa la espera activa y se constituye en la búsqueda de
una palabra escondida en el azar
abriéndose aquí como la flor
que brota al filo del barranco
y luce, difícil, entre rocas
Una palabra surgida del residuo,
de lo que deja callado la escritura
pero es su lágrima entrañada, su sudor.
Y, en esa espera el poema es una “flor fósil” debido a que su vitalidad se le escapa, se le detiene, se le escapa: nunca lo alcanza, sólo atrapa su sombra, usando una gastada imagen. Desde esa nada vigilante se testimonia la agonía de la escritura, agonía límite entre la vida y la muerte, agonía que engendra y hace el poema.
Por otra parte, la lectura de su obra en prosa permite apreciar no sólo esa agonía para alcanzar el decir, sino también toda una experiencia vital que se aprecia en el movimiento psíquico y racional que arropa toda su obra, el vivir poéticamente.
En sus ensayos se puede establecer una primera etapa de largo aliento donde se reúnen monoteísmo cristiano, erotismo y homosexualidad como temas axiales y una segunda etapa de condensación donde el enfoque de estos temas se desplaza hacia el paganismo, el politeísmo y lo arquetipal para construir un lugar donde convergen las tendencias que han sido fundamentales para la consolidación de su pensamiento. Y, en este camino, revela la causa de sus hallazgos y de los más recientes lugares que conforman su visión de mundo: “Sin trasfondo mítico no es concebible la vida humana”. Para Rojas Guardia, afrontar la escritura es un acto ético y genuino de expresión a través de la palabra: “En definitiva, lo que el ensayo pretende proclamar, desde esas discontinuidades y rupturas dentro de lo que hace encabritarse a la lógica discursiva, es que el valor precede y determina el saber” pero también es un acto liberador: “La irrupción libertaria del ensayo, con su pretensión de «decirlo todo», nos devuelve la erótica verbal de la felicidad proscrita”.
De esta manera, su escritura revela el tránsito de uno de los pensamientos más lúcidos y desgarrados desde la incertidumbre de su ser y estar en el mundo, y la singularidad de su palabra dentro del panorama del ensayo y la poesía venezolanos. En este movimiento interior que se observa en cada uno de los ensayos al igual que en su poesía, su visión cristiana se mantiene intacta, enriquecida con los años. La convivencia y coexistencia de elementos distantes en aparencia, dejan “sentir la propia identidad como un peso inanguantable que se padece”. En su obra en prosa hay que destacar esa master piece que es “Pequeña serenata amorosa” donde revela de manera más evidente la textura de una escritura que se destila hacia los lugares recónditos de la interioridad y del sentir. Es el ensayo como manifestación poética, íntima y expositiva penetrando en lo inefable.
Fiel a sus temas, a sus creencias y a su yo, Armando Rojas Guardia nos deja una obra sin concesión producto de su vivencia radical de lo poético. La permanencia y solidez de su escritura es resultado del trabajo interior constante para transformar las quebraduras, la fragilidad, la debilidad. De ahí, y valga el lugar común cristiano, su fuerza.
Cada poema y ensayo de Armando Rojas Guardia es testimonio de su aporte esencial sobre temas como erotismo, misticismo, confesión, homosexualidad, psicosis, riesgo y, sobre todo, la exposición de la entraña y de la interioridad. Así, nos entrega una de las obras más valientes y sólidas de la literatura nacional e hispanoamericana sustentada en una palabra construida y desprendida de su propia vivencia y carnalidad: «una palabra hallada por un náufrago, / del decir, del nombrar, del expresar».
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Todos los versos citados son de La nada vigilante, salvo cuando se indica lo contrario.
fotografía: Vasco Szinetar
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