“Aún faltan muchas palabras por decir”. Rubén Wisotzki

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Mañana se inicia la décima edición de la Semana de la Poesía, y en ella, la escritora Elizabeth Schön es homenajeada por su trayectoria creadora. La también poeta María Antonieta Flores dirá unas palabras en su honor. Pero antes, ambas entregan un breve diálogo del que bien podría decirse que los homenajeados y los honrados son los lectores

Si en esa mañana el picaflor no batiera sus alas con tanta rapidez y se marchase nervioso hacia otros capullos, si el sol no fuera interrumpido en su luz por una terca nube, si el té no se enfriase esperando por el invitado que se atrasa y retrasa su bebida, si nada de eso sucediese, bien podría haberse creído que las dos mujeres sentadas formaban parte de una anunciación.

Y estando ahí, entre las dos, escuchándolas, se sabe del brillo del día, pero también de la inutilidad del ser tercero, del que está cerca de ambas pero al mismo tiempo muy lejos.

Tan sólo la tarea encomendada, ese registro apretado y dolorosamente fragmentado del diálogo, justifica a duras penas el no ser picaflor, sol o té y salir huyendo enceguecido de tanto placer.

Mañana comienza la X Semana de la Poesía, evento organizado por la Casa de la Poesía Pérez Bonalde y en el que se homenajeará a Elizabeth Schön. Y las primeras palabras que se dirán en su honor estarán a cargo de María Antonieta Flores.

Dos poetas, dos amigas, dos almas y dos mañanas que a una anuncian que el corazón, antes que músculo y sangre, debe ser palabra.

Sin luna
Elizabeth Schön y María Antonieta Flores se conocieron en 1989, durante un taller de poesía que dictaba Ida Gramcko a jóvenes poetas en el Celarg. Schön fue invitada por Gramcko a que charlara con los talleristas, entre los que se encontraba la joven poeta Flores. Pero ese día no hubo un contacto especial, más allá del que impone el respeto mutuo entre dos personas que comparten el frágil destino de escribir poesía.

Afortunadamente, el nexo ya era algo más que una semilla y sus ramas llegaron a una noche de 1993, una noche que se antoja sin luna, una noche en que ambas mujeres se reconocieron en la casa de la misma Gramcko, a la cual fueron a leer/leerse sus poemas.

Si se visitan en una tarde, si comparten lecturas, si se llaman por teléfono un día cualquiera, si intercambian textos para luego intercambiar pareceres, si está la poesía en el medio de ellas dos, todo eso y más, mucho más, forma parte de la amistad, apunta María Antonieta.

Uno tiene mucha gente conocida a su alrededor, dice Elizabeth.

“Mucha gente amiga, pero muy pocos de ellos tiene un acercamiento poético con las cosas. No están cerca de la poesía. Y los comprendo: están apabullados por la realidad.
Por eso hablo de complemento en mi amistad con María Antonieta. Las dos estamos en la misma vía. Yo en ella consigo una casita donde refugiarme”.

Árbol de duelo
Cuando Elizabeth Schön se le presentó a María Antonieta Flores, ésta no había leído más que textos sueltos de la poeta homenajeada.

Luego, hasta sus ojos llegó Del antiguo labrador (1983), y más tarde Árbol del oscuro acercamiento (1994), “un libro entrañable para mí, un libro que le agradezco muchísimo a Elizabeth porque es muy íntimo, porque recoge el proceso de duelo de ella cuando perdió a Alfredo (Cortina), porque está lo femenino relacionado con la figura del árbol como permanencia y estabilidad, porque fue en definitiva un libro revelador para mí”.

También son reveladoras para Elizabeth las palabras de María Antonieta. “Fíjate que cuando dos poetas hablan entre sí, hablan, aunque no lo parezca, en un mismo lenguaje”, asegura la homenajeada.

Empero, la poeta de cabellos largos considera que “adentrarse en el mundo de Elizabeth no es fácil para una persona de esta época, que está tomada por el estrés, la prisa y la violencia de la ciudad. Entrar en ella, que es como entrar en su casa, exige el retiro de patrones y de etiquetas que se van adquiriendo con el tiempo y con cierta moda literaria del momento”.

Exige ―remata María Antonieta la idea― que una se revise y se deslastre de aquellas cosas que marcan el momento literario e ideológico, para adentrarse en todo el mundo que puede ofrecer Elizabeth. Dice, prudentemente, que en ese mundo se entra poco a poco. Y Elizabeth asiente, asiente una y otra vez, para luego decir que siempre se entra, poco a poco, pero se entra: “La poesía nunca rechaza. Quien coge un libro no descubre al libro, sino que se descubre a sí mismo”.

Viaje en cuna
María Antonieta asegura, con razón, que hoy en día la ironía es uno de los combustibles más utilizados por el hombre. “Pero para llegar a Elizabeth no se debe utilizar la ironía. Para llegar a ella sólo sirve la palabra abierta, la palabra entregada, la palabra indefensa. Para llegar a ella no hay que poner distancias”.

“¡Pero qué bello eso que has dicho, María Antonieta! Yo busco siempre el compartir, y a través de ese vínculo uno aprende del otro.

Además, se descubre, tal como lo ha hecho ella con mi obra, lo bello que hay en una metáfora, que hay un espacio y un tiempo que está en el mundo, pero que en el poema está en la imagen”.

Mirada de niña ha descubierto María Antonieta en Elizabeth, mirada completa ha descubierto Elizabeth en María Antonieta. El relato de un examen de cateterismo a la poeta que ya transita por más 80 jóvenes años lo explica todo: “Te desvisten y te ponen una larga sábana blanca. Con eso uno se transporta a otro tiempo. Lo mismo sucedió cuando me hicieron una resonancia magnética.

¡La disfruté muchísimo! Sentí como un río del universo, como un movimiento de los astros, y yo en una cuna viajando a través de todo eso”.

Verter el ver
“Tu memoria está llena de piedras que se hunden en el lecho de un río”, escribió María Antonieta, y Elizabeth la recita porque, a su entender, si bien es una metáfora dura, se logra con esas palabras coger un fruto, retenerlo por unos momentos y ofrecerlo luego a los demás con cariño. “No puedo sentir más alegría que cuando veo a alguien buscando algo, buscando algo como lo busca María Antonieta, con la fuerza de quien busca un país con muchas extensiones”.

Obviamente, María Antonieta está en silencio, conmovida. Mientras el té se enfría aún más, nace una corta frase en su boca: “Lo que siempre me dice Elizabeth, y más que eso, cómo lo dice, me abre permanentemente puertas. Los comentarios de Elizabeth ante la obra de los demás tienen un carácter sanador”.

Ambas, que trabajan por su propia palabra, aseguran sentirse solas; ambas aseguran sentir dolor.

Para María Antonieta, la diferencia que marca Elizabeth está dada por el amor que entrega en sus versos.

El abuelo, la cesta y el mar es un libro doloroso, pero está escrito de manera tan amorosa, es un libro en el que son aceptadas con tanta naturalidad las terribles vivencias, que eso lo hace el que sea escrito desde el amor”.

Aún falta mucho
En contra de lo que piensan muchos, Elizabeth sostiene que aún faltan muchas palabras por decir.

“Un poeta, aunque esté en el umbral de la muerte, siente que todavía le falta una palabra por decir. Nunca se termina. Faltan muchas palabras por decir. De lo contrario no existiría el mundo interior del poeta, ese mundo en el que se relacionan el Bien, el Mal. Nunca diré que hasta aquí se llega, nunca diré que he llegado”.

María Antonieta Flores se ríe desde su timidez y, protegida por ella, sentencia: “Es que no has visto el surco que dejas atrás”.
 
 
 
El Nacional, 27 de Julio de 2003, p. A/12.
 
 
 
Se publica con autorización del autor.
 
 
 
fotografía: Iván González

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