lunes 29 de noviembre de 2021
Elizabeth Schön: Refugiada en la memoria. Ernesto Campo
“El poeta tiene que salir a buscar la palabra amorosa”
La poetisa Elizabeth Schön tiene toda la autoridad para hablar de Caracas, sus autores y sus cambios. También para señalar que la poesía más reciente está llena de desarraigo y soledad, incluso para alojar la tristeza en sus ojos de eterno azul. Sin embargo, sus palabras no dejan de repartir esperanza para el planeta y su mirada sigue celebrando la poesía y la vida.
A Elizabeth Schön le duele la falta de amor por la ciudad. Se resiste a aprobar que El Calvario esté lleno de talleres mecánicos y que la ciudadanía en vez de hablar en tono candoroso profiera insultos. Sin embargo, pronostica para Caracas, que no ha dejado de ser suya por diferente, y para el mundo una mejoría, un progreso que tenga acento social y que llegue al corazón del hombre.
Lo que impide que entre la tristeza a sus ojos azules, sin que se haga inmune a una realidad avasallante, es su capacidad intacta de asombro, esa ingenuidad que definitivamente es un don. Esa cualidad de celebrar aun desde el arraigo a una ciudad que tiene otra faz, otro olor y que se vive con acento distinto a la Caracas de su infancia y juventud. Y sobre todo está la memoria.
Esa que permite a las calles y los momentos seguir en su sitio sin que le haga falta escribir como su esposo Alfredo Cortina un volumen de una ciudad que se nos fue. Todo porque Caracas no se le ha ido ni se le irá.
Poetas y ciudad
No está de acuerdo con las clasificaciones. Sea un relator de realidades de concreto o de mundos rurales el poeta merece consideración y oportunidades. Entiende que no se puede pedir que otro Whitman o Gerbasi salga como producto de un mundo urbano. Sabe que no es posible y quizá tampoco sea deseable. Lo que sí es lícito es echar en falta una poesía que se aferre a alguna cosa, reclamar una poesía con un mínimo de amor a Caracas.
“Después que el hombre se ha ido a la ciudad ha olvidado un poco a la naturaleza. Eso no es malo, es una transformación de la tierra que ha hecho el hombre en su entorno. Eso hace que no haya ningún poeta estadounidense que escriba hoy como Walt Whitman. Pero esas diferencias no pueden servir como un eje para calificar a una poesía mejor o peor que otra. Cada poesía tiene su territorio. Lo importante es que se establezca una voz singular.”
―¿Entonces no se puede hablar de buenos y malos poetas?
―Siempre se le debe dar un chance al poeta. Al poeta no hay que tapiarlo. No estoy de acuerdo con esas clasificaciones. Por ejemplo, no puedes comparar a José Antonio Ramos Sucre con César Vallejo.
«Cuando la poesía tiene como soporte nada más que el yo es porque ese yo refleja soledad y desarraigo. El amor es necesario para todo. Es la única virtud que queda libre»
―¿Cómo es la relación de los poetas con la ciudad?
―En los poetas hay un amor oculto que los hace andar e investigar. Tienen que en el fondo amarla. Porque quien no ama destruye.
―¿Consigue ese amor en las nuevas generaciones de poetas?
―Sí, pero también se evidencia una gran soledad. Cuando tu poesía tiene como soporte nada más que el yo es porque ese yo refleja soledad y desarraigo. El amor es necesario para todo. Es la única virtud que queda libre. Todos tenemos que amar. Si tú no amas ¿qué haces? Ni siquiera una preocupación tienes. Tú te preocupas por el ser humano, ¿por qué? Porque en el fondo quieres un bienestar para el otro. El amor no es nada más un beso, es algo mucho más amplio y profundo. Es desear que el otro esté igual, que esté amando también.
Tras la palabra amorosa
Como ama a la ciudad y a su gente, su voz es un llamado al contagio. Por eso señala la inexistencia de un verdadero amor por la ciudad y apunta a los poetas para que contribuyan a atajar este sentimiento. “Una de las funciones del poeta es buscar (entre el verbo rudo de las calles) la palabra amorosa. Aquí lo que se oye son insultos, que no es más que un desahogo de la soledad y la desesperación.”
“La Caracas en la que yo viví, en la que nací, es totalmente distinta a la de hoy. Salgo fuera y no la conozco. No ha sido respetada. Y eso se debe al poco arraigo que tiene el ciudadano. Por ejemplo, yo siempre iba a jugar a El Calvario. Eso se ha debido conservar como una zona de parque ¿Cómo va a estar esa zona llena de talleres de carros? No puedes prescindir de lo que hicieron los libertadores, porque eso fue. Eso me parece descuido, poco amor. Creo que una de las cosas esenciales que se ha perdido es el amor y sino hay amor lo que hay es interés, ausencia de amor por lo nuestro. Lo que es verdaderamente nuestro no nos lo puede quitar nadie. Nadie te puede quitar el nombre de Antonio José de Sucre o de Luisa Cáceres de Arismendi.”
Unas palabras después la mirada se le enciende cuando menciona a Alfredo Cortina, inventor, hombre de radio y compañero de ruta, y le toca referir su relación (la de él) con Caracas. Cuenta que viajaba para extrañar a Caracas y que su única afición en los viajes era montar en trenes y autobuses para conocer las ciudades. “Decía que disfrutaba mucho los viajes porque siempre estaba pensando en Caracas”. De allí deriva que Cortina haya editado aquél libro de añoranzas que es “La Caracas que se nos fue”, por haber sido uno de los primeros en notar el cambio que estaba sufriendo la ciudad.
―¿Escribiría un libro similar, definiendo un momento en el que la ciudad que vivió se le escapó de las manos?
―La ciudad no se me ha ido. Esta es mi ciudad. Que hayan cambiado ciertas cosas no implica que la haya perdido. La ciudad que yo viví la tengo aquí, en mi memoria, no se va. La ciudad es una cosa que me acompaña. La ciudad no puede aparecer y desaparecer, siempre ha estado allí. Las calles de Las Mercedes a las que yo fui, no son iguales a las que yo vi y viví pero allí están. Yo veo las calles que no son iguales y veo dobles calles. Las que fueron junto a las que son. Lo que no es agradable para ninguno es pasearse por el centro de Caracas y tener que soportar malos olores. La ciudad que yo viví era pulcra, una maravilla.
―En una ciudad como ésta y ante la realidad avasallante ¿qué oportunidad tienen el asombro y la ingenuidad?
―Todas las oportunidades. El asombro existe, yo no dejo de asombrarme. Esa es una de las cosas más necesarias para un poeta. Poder abismarse ante un árbol o un río.
―¿Se puede escribir desde el desarraigo y sin embargo conservar un tono de celebración?
―Cuando un poeta habla de y desde el desarraigo está exigiendo, celebrando el arraigo que no halla en la realidad, reclamando aquello que es suyo y no encuentra.
Entonces, ¿qué lugar ocupa la poesía en la realidad?
―La poesía celebra la realidad. Le permite que ella pueda expresarse, hay una comunicación directa. La realidad se hace dócil a la poesía. Es la manera de que ella pueda reintegrarla. La poesía no puede prescindir de la realidad. Por otra parte, la poesía tiene la propiedad de arraigarse en lo que sientes dentro, que puede que no tenga que ver con lo que quiso decir el autor.
Goethe redivivo
Schön estima que la humanidad atraviesa por una crisis de valores y que lo que está viviendo materialmente el hombre son las peripecias del doctor Fausto, ese filósofo racionalista y luego mago, recreado por Johann Wolfgang Goethe, que vendió su alma al diablo a cambio de sabiduría. Pese a ello confía en que llegará el momento en que cierto equilibrio global haga que el progreso sea un bien colectivo.
―¿De qué ha servido el progreso?
―Hay que distinguir. La ciencia es para todos. Es tanto para el africano, el chino, el europeo. Lo que pasa es que es más fácil trabajar y estudiar la materia que arreglar el corazón del hombre, da menos que hacer. Porque la materia se deja investigar, es callada.
―¿Si existe un colapso de la moral y la ética, queda algún valor universal?
―El colapso es universal. Hasta en China, en Cuba, en todas partes. El hombre cada vez se hace más solitario. Y a pesar de esa soledad en lugar de buscar otro camino que lo alumbre y lo acompañe, busca el poder, el miedo, un ropaje exterior que no lo va llenar. Puede distraer su carencia pero no la va a poder ocultar, seguirá siendo solitario. Ahí tú ves lo que está pasando con nuestra poesía. Es casi toda de un desarraigo terrible.
―Sin embargo, escribir desde el arraigo de Whitman sería escribir sobre un mundo que ya no está…
―Claro, eso no puede ser. El poeta es en función de lo que tiene por delante, en función de la realidad. El desarraigo es reflejo de una gran incertidumbre, del desasosiego.
―Si se está anulando la idea de colectivo, se habla de postmodernidad, presentismo, ¿se puede hablar de que la poesía está perdiendo su camino para ser un idioma universal?
―Siempre hay que tener un sentido de lo colectivo, hay que sentirse parte de él, si no se pierde el sentido universal en la poesía. Lo colectivo no se puede borrar. Sin embargo, no puedes prescindir de la figura, la singularidad del artista. El pintor pinta y ese cuadro es de él. Allí está presente un hombre con su nombre.
―¿En qué momento lo que el hombre puede hacer con sus manos le pasó por encima a su condición de humano?
―Yo creo que todo empezó cuando Caín mató a Abel. Fue el primero que mató y a su hermano. Ahí empieza todo. Sin embargo, pese a que el mundo parezca insostenible, la esperanza es que el hombre se sobrepone y sigue viviendo y el mundo sigue cambiando. Ese proceso no lo detiene nadie. El hombre es el que está atrasado en su función social. Pero yo creo que necesariamente se va a componer, porque el propio hombre lo está pidiendo, porque ya llegó el progreso, incluso a África donde ya hay grandes metrópolis. Lo que pasa es que el africano tiene un contacto muy duro con la naturaleza, con las fieras de verdad. Pero eso va a cambiar. No creo que nada más seamos nosotros los que vamos a ir a Marte, todos. Eso es lo que me gusta de la ciencia, que es para todos.
La infancia, las letras y el mar
Alrededor de los ocho años despertó en Elizabeth Schön la pasión por los árboles, por el equilibrismo y por el azul del cielo. “Yo sentía que ese azul era la falda de la virgen”, dice con la timidez propia de un niño que relata una travesura, que está cometiendo alguna infidencia. Luego, su memoria no escatima para acercarse otra vez al mar, y los ojos terminan delatándola y su mirada azul guardando el vaivén de sus tardes en Puerto Cabello.
Llegó allá después de que se le murieran su mamá y su abuela. También el encuentro con Alfredo Cortina sucedió en aquel lugar de la costa de Carabobo. Porque “las Gramcko también son de Puerto Cabello”
“El mar de El abuelo, la cesta y el mar es el de Playa Verde, lo que se llamaba Mare hasta hace poco y fue una playa salvaje del litoral, sin carretera. Claro que tiene algo de Puerto Cabello pero más de Playa Verde donde Alfredo construyó una casa. Porque Alfredo hacía de todo.”
―¿Quién es El abuelo? ¿Estaría pecando de superficial si lo tomara como Dios?
―No, no es una lectura superficial. Cuando ella se va del lado de El abuelo, él queda como una cruz. Mucha gente le ha visto cosas religiosas al libro. Nunca lo hice con esa intención. Yo lo creé porque no tuve abuelo y siempre quise tenerlo. Yo inventé la figura del abuelo y el acercamiento total entre él y la niña, inconscientemente ¿Sabes cómo comienza el abuelo? A mí me gustaba mucho “Alicia en el país de las maravillas” Yo quería hacer un libro sobre las cosas que me pasaban, basándome en ese libro. Escribí el primer capítulo, pero no me gustó. Entonces empecé a escribir el último poema de El abuelo y no sé por qué dije: ‘éste es el último poema que va en este libro que estoy haciendo’. Así, cuando salió El abuelo se me iluminó lo que iba a escribir.
―Eso demuestra la capacidad de la poesía para llenar un espacio…
―La poesía trata un espacio que no es el espacio exterior. El espacio exterior es medible. El espacio de la poesía no puede ser calculado ni de largo ni de ancho. En la poesía no hay espacio, es completamente distinto. Por ejemplo, ¿dónde está el espacio cuando creas una metáfora?
Mutar con la palabra
Hanni Ossott no se equivocaba al señalar la capacidad que tiene la poesía de instaurar realidades. Lo decía en un ensayo, a partir de un recorrido por la obra de Elizabeth Schön. Con esa premisa como marco en la conversación surgió el nombre de uno de sus escritores dilectos, el chileno Vicente Huidobro.
La pista la da una línea del Canto II de Altazor: “Y ese beso que hincha la proa de tus labios”.
“Ahí está la transformación, convertir el labio en proa. La proa es la que va adelante, la que guía. El labio se transforma en una guía. La poesía hace una realidad. Nunca has visto un labio que se convierta en una proa. Ese es el milagro de la poesía, su propósito. Crear una realidad que no encuentras en la realidad cotidiana. Por más que quieras no la vas a encontrar nunca.”
Entonces uno se siente un poco afortunado porque se ha topado con esa realidad que ha asegurado no conseguiría en ninguna parte. Veo la casa que parece no soltar la bocanada del tiempo, esos colores intensos que si los cuento el lector pensará que los estoy fabulando y ese rincón encantado lleno de inventos de su esposo. Reparo en que si bien no terminó escribiendo como Carroll, con ese espíritu que aun se sorprende y sonroja, Elizabeth Schön vive como Alicia.
Se publica con autorización del autor.
fotografía: María Antonieta Flores
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