lunes 29 de noviembre de 2021
Una poética pensante. Yolanda Pantin
Entre tanto, el pensamiento ¿seguirá siendo esa luz un tanto azulada
donde se encuentran las arenas del cóncavo círculo del mar?
E. S.
Toda poesía tiene su hora por lo que no hay que forzarla nunca para que nos diga. Y es que cuando uno es joven se deja normalmente seducir por la fulguración de las imágenes en el poema, y por la emoción que brota del canto. Esa es la juventud y esa es la obligación de los jóvenes poetas: tener confianza ciega en las palabras, dejarse arrastrar por el torrente verbal hasta que hagamos ‘piso’. Así, no es igual ser lector a los veinte años que a los cuarenta. El joven es impaciente, no se contiene, quiere ser conmovido hasta los huesos, perder la cabeza. Pero la poesía de Elizabeth Schön es contenida desde sus inicios, una poesía que según entiendo, fue escrita con entera conciencia y responsabilidad, una poesía que quiere comunicar lo que piensa, una poesía reflexiva como para ser leída en un lugar apartado de la casa, sin que nada nos distraiga.
Hemos visto que muchos poetas valoran más lo que surge del inconsciente como fuerza bruta que lo que resulta del esfuerzo intelectual. Pero la poesía de Elizabeth Schön congrega ambas fuerzas porque no es posible separar el corazón de la cabeza, la sensibilidad de la razón siendo la poesía el punto de equilibrio: no es pensamiento, no es emoción. Y es por la confluencia de ambas fuerzas que me parece la suya una poesía profundamente humana ya que no separa, no disgrega y por lo que la percibo cercana a las búsquedas de algunos artistas contemporáneos.
Pero ahora quiero destacar la importancia que a mi modo de ver tiene en su obra el ejercicio del pensamiento, lo que se hace muy evidente en el libro que hoy presentamos: La granja bella de la casa.
Hay un poema de María Clara Salas que habla de cómo dependemos del ‘hilo’ del pensamiento para no perder la cordura. El hilo del pensamiento es una imagen que me hace recordar también a una artista contemporánea a Elizabeth y entre las que he podido establecer alguna relación: es Gego, aquella mujer que se sentó a tejer el espacio, a crear de la nada universos infinitos de relaciones.
Es muy estimulante ver a estas dos grandes artistas frente a sus contemporáneos, cómo sostuvieron sus discursos desde el lugar apartado que inevitable y afortunadamente condiciona el hecho de ser mujer: Gego, sin dejarse tentar por las empresas titánicas de los ‘fundadores de la modernidad’ (pienso sobre todo en Alejandro Otero y en Soto) y Elizabeth, otro tanto, pero con una particularidad interesante, a mi modo de ver: Aunque más joven, se aparta con mucho respeto de la producción de las mujeres que eran sus contemporáneas: de la de Ida Gramcko que fue muy amiga de ella; de la de Antonia Palacios entregada a la voluntad de sus fantasmas; de la de Ana Enriqueta Terán seducida por los grandes capitanes agrarios que fueron sus ancestros y la de Luz Machado, presa de aquella casa que le negaba su derecho a ser. Mientras todo aquello sucedía, es decir: mientras pasaba la historia de la literatura y del arte venezolano, Gego y Elizabeth Schön permanecieron concentradas en su hacer callado. El tiempo las ha ratificado en la elección que sostuvieron contra las mareas que trae el viento. Porque lo que yo admiro de ambas es la coherencia y la fidelidad a su pensamiento.
Pero de la misma manera que Gego tejió aquellas redes que nos recogen del vacío, la poesía de Elizabeth Schön nos recoge de la pasión y de la emoción exaltada en la urdimbre que teje su ‘pensamiento’. Ludovico Silva en un artículo sobre el libro El antiguo labrador (En: Ensayos temporales, El libro menor, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1983) ve cómo «en esta poesía aparece un pensamiento que es como una complicada urdimbre». Una «urdimbre reticularea» añade Ludovico… Además, ella misma, en conversación reciente, me confió que la suya era ‘una poética pensante’. Pero «¿qué significa pensar?» se pregunta la poeta en un fragmento del libro que ahora presentamos y ella misma responde a la pregunta de Heidegger: «pareciera ser pensar el Ser.»
Cuando fui a saludarla la primera vez a Los Rosales vi como ella había llenado de sentido aquel lugar que es su casa: un lugar poblado de su ser. Pero ahora nos dice siguiendo el pensamiento de Heiddeger (el lenguaje es la casa del ser) que la palabra es la casa del ser. Y de esto hemos hablado muchas veces porque Elizabeth me ha confiado cómo con los años se le ha hecho cada vez más evidente lo que significa profundamente para ella la poesía. La poesía nos acoge a todos puesto que es potestad de la metáfora anular los signos contrarios, los opuestos y las contradicciones entre las partes.
La granja bella de la casa es un ensayo pero también un hermosísimo poema entretejido de emoción y de intelecto, sin que ninguna fuente prevalezca sobre la otra. Así, a partir de la frase del filósofo alemán que encabeza La carta sobre el humanismo, la poeta comienza a abrir las muchas relaciones que han desencadenado la imagen de la casa, para tocar ese tema que digo, y que ahora puede verse como el que da sentido a toda su obra. Ahora caigo en cuenta que es por ello que Luisana Itriago destaca en la poesía de Elizabeth su deseo de vincular, el mismo que a mi modo de ver recorre la obra de Gego. Pero el vínculo sólo se puede dar sin traumas, sin violencia, el vinculo sólo se hace real a través de la metáfora y es por ello que sólo la poesía puede congregarnos en esta hora de fracturas y de divisiones. Ella misma lo dice: «la metáfora, aro vivo e irrompible, es propiedad de un poblado que no admite separaciones; tanto ésta como la imagen llevan consigo una consigna indivisible».
Cuando mencioné la relación de la poesía de Elizabeth con la obra de sus contemporáneas, pensé en las diosas de la mitología griega y en la que ella eligió de entre todas para acompañarla, una diosa considerada como ‘menor’ como puede ser ‘menor’ el tono de su poesía ya que no es ampulosa, ni grandilocuente, ya que no pretende más de lo que puede alcanzar. Eligió a la que cuidaba el fuego del hogar para que permaneciera encendido, y la que en su modestia escondía su rostro tras un velo. No estaba en Hestia mostrarse sino permitir que hubiese calor, luz, mientras ella se apartaba. No era Hestia una protagonista sino una facilitadora, aunque Elizabeth le da al rostro cubierto de la diosa una inédita interpretación:
«La libertad se anuncia desde la quietud invisible del rostro de Hestia. Empieza ahí el anhelo de conocerle sus facciones, y es el vacío lo que nos abraza con su ilimitada oscuridad.»
Hestia representa ‘lo innombrable’ donde está la posibilidad del poema que puede o no ser escrito:
«Es cuando la palabra se abre al patio de la casa donde los pilares y la techumbre están y alguien anuncia: hermoso no ser nombrado, bello un rostro desconocido totalmente para la contingencia diaria, andante.»
Elizabeth Schön le ha sido fiel a su pensamiento, pero ha hecho falta toda una vida, una vida entregada a las palabras, para que haya podido recogerlo en una prístina poética: La granja bella de la casa, donde argumenta apoyada en un ‘pensar poético’ que el ser está en la palabra: «¿Cuál es el oficio del Ser?» ―se pregunta―. «Él alberga en la palabra y es ella la que expresa, porque es el pensar el que permite que la rosa crezca dentro de sí…» Y más adelante agrega: «la palabra al existir se arroga una realidad tan potente como la de una colina o un rojo, adquiriendo de esta manera, la dignidad de un ente lingüístico.» Se trata de un todo indivisible porque el «Ser y la palabra toca el cielo». Ambos en silencio unívoco, sin división alguna, sin exigencias, como es el vínculo de Elizabeth con la poesía. Así, ¿cómo no sentir admiración por ella? Porque a mí también me admira cómo la poesía vive en ella, como se expresa no sólo por la vía de la escritura, sino a través de la conversación sensible e inteligente, cómo se muestra en los espacios que habita, en ese patio tan generoso, lleno de verdor y de flores bajo el cielo caraqueño.
Escuchando hablar y leyendo a Elizabeth Schön caigo en cuenta que el valor que ella le da a las palabras en un sentido ético ―siendo además que no hay separación entre su poesía y su persona, entre lo que ella piensa y lo que ella es―, se corresponde con la armonía entre todas las cosas del cielo y de la tierra. Armonía que ella logra de alguna manera comunicar y por lo que tanto conmueve su poesía, y su presencia. «¿Y el universo qué es? ―se pregunta la poeta en un momento de este ensayo que puede ser leído también como un poema en prosa: ¿Acaso la estrella que resguarda entre sus brillos la redonda y sonora casa del Ser?».
Por ella he podido entender que todo tiene sentido porque nada es contrario ni opuesto: todo es parte de un misterio, el que representa el rostro cubierto de Hestia y desde donde nos llama el poema. Queda de parte nuestra, por la inteligencia que nos fue dada, por el regalo del discernimiento, hacer el esfuerzo por traspasar los límites que son también nuestras cárceles: En el lugar donde está la posibilidad del poema, está también la libertad, la anulación de las fuerzas que nos separan del Ser indivisible dentro de la palabra. Ciertamente Elizabeth nos ha dado una lección al ofrecer su vida al don que le fue entregado. Ella supo valorarlo, apreciarlo; supo compartirlo con nosotros, sus amigos y sus lectores. No lo desdeñó, le dio como lugar el centro de su casa, como está el pan sobre la mesa, ya que su relación con la poesía no es solamente literaria. Escuchemos entonces lo que tiene que decirnos esta poeta mayor.
Palabras leídas el 28 de julio de 2003 en la presentación del libro La casa bella de la granja, en la Décima edición de la Semana de la Poesía de Caracas en Homenaje a Elizabeth Schön
Yolanda Pantin. (Caracas, 1954). Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Ha publicado Casa o lobo (1981), Correo del corazón (1985), La canción fría (1989), Poemas del escritor (1989, Premio Fundarte de Poesía 1989), El cielo de París (1989), Les Bas Sentiments (París, Fourbis, 1992), Los bajos sentimientos (1993), La quietud (1998), Enemiga mía. Selección poética 1981-1997 (Madrid: Iberoamericana, 1998), El hueso pélvico (2002), Poemas huérfanos (2002), La épica del padre (2002), País (2007), 21 caballos (2011), País. Poesía reunida 1981-2011 (Madrid: Pre-textos, 2014). Su poesía ha sido incluida en antologías nacionales e internacionales, y ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos: inglés, alemán, francés, italiano. Fue becaria de la Fundación Rockefeller en Bellagio Study Center. En 2004 recibió la Beca Guggenheim. En 2015 le fue otorgado el Premio Poetas del Mundo Latino “Víctor Sandoval” (México) por su trayectoria literaria y en 2017, el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana con Lo que hace el tiempo, editado por Visor en 2017, y el XVII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca 2020.
Se publica con autorización de la autora.
fotografía: Wilfredo Carrizales
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