viernes 31 de diciembre de 2021
epífitas. Un breve comentario sobre la inclinación de Alexis Romero. María Antonieta Flores
Mientras leía este libro recordé estas palabras de Harry Almela en la entrevista que en 2014 le hizo el mismo Alexis: «Estamos exactamente en el mismo sitio, caminando sobre escombros, velando el cadáver de un país.» Y ¿a cuál sitio se refiere? al Berlín de «a comienzos de mayo de 1945». A partir de esta referencia, el tercer epígrafe inicial que acompaña el libro adquiere un sentido devastador o revelador; está tomado del poema «Breitbrunn» de la poeta austriaca Ilse Aichinger, y no puedo evitar citarlo aquí:
Los días de la infancia
se inclinan
hacia los últimos días.
Y cuando preguntas por la patria,
todos los que quedaron dicen:
Ha crecido la hierba.
Pero nada
de que los caminos sinuosos,
colina abajo,
se levantaron y suspiraron.
Antes de morir
los sacerdotes cambian
de pueblo.
Y es el país, herido, transformado, perdido, el que habita en las líneas y entrelíneas de la inclinación (Caracas: La Poeteca, 2021). Me parece que aquí, en este libro, ha continuado aquel diálogo entre Almela y Romero, y los epígrafes no solo por lo que dicen sino también por ser expresiones surgidas en sociedades heridas por el totalitarismo, son fundamentales para cruzar el umbral de la inclinación, un lugar donde el bien y el mal van jugando sus cartas y al hacerlo, confrontan al lector. Ante esto no está de más recordar que en el ensayo titulado Llamada a la desconfianza, Ilse Aichinger nos advierte: «¡Tenemos que dudar incluso de nuestra propia verdad!» Una afirmación que no sorprende hoy en día pero que en la época de postguerra fue controversial y que arremete contra la hegemonía del pensamiento.
conserva las heridas
deja la piel con su biografía
Y los escombros son parte de esa biografía. No puedo dejar de pensar en el tema de las ruinas, tan caro para la poesía romántica alemana ni en esta socorrida cita de Tenesse Williams: «Las vidas de todas las personas, ¿qué son sino rastros de escombro… cada día más escombro… más escombro… largos, muy largos rastros de escombros que nada puede limpiar más que la muerte?». Los escombros hablan de restos, de desechos y de tragedia, también de tiempo. En mi imaginario esos escombros tienen la forma de los edificios destruidos por el terremoto de Caracas ocurrido el 29 de julio de 1967, segundos que acabaron con un paisaje y con vidas, hay otras circunstancias colectivas, tragedias sociales, que a lo largo de los años van dejando ruinas no solo en el paisaje sino en la psiquis y en la memoria. De nuevo, el tiempo.
En el poema «limpiadores de raíces» leemos:
en medio de la escasez
hallaste abundancia
tus palabras no nacieron en las guerras
sino en las ausencias bélicas
lleno estás de fronteras húmedas y secas
tocado eres por la muerte y la vida
mientras miras posar y pasar a los dioses del tiempo
Rafael Argullol en La atracción del abismo señala como parte de la visión romántica, que las ruinas —y los escombros, agrego— son «símbolos de la fugacidad» que demuestran la «potencialidad destructora de la Naturaleza y del Tiempo» y del efecto de las guerras y pensamientos totalitarios habría que añadir. Así cruzan «los dioses del tiempo» estos poemas de Alexis.
En ellos, las emociones conscientes e inconscientes encuentran una red, una malla donde sostener sin caer en el abismo. Lo primero que me interesó es el diálogo que establece entre la historia y el mito. Ese logro que es «hera contempla la calle» y ese otro poema donde reclama la existencia de una diosa de la ternura. Luego, el diálogo cultural con realidades similares, lo que le otorga un tono universal, una manera de trascender la tragedia personal y colectiva de un país, de una pequeña historia. El diálogo cultural y poético teje una densa red de significados. Junto a los homenajes explícitos a Clarice Lispector y Blanca Varela, hay muchas referencias ocultas unas, veladas otras. Otras voces femeninas y masculinas componen esta obra coral que atraviesa el tiempo.
Ahora bien, sobre qué pendula el discurso: dos grandes movimiento se perciben: el primero, cansancio / descanso y el segundo, lento / rápido. El yo poético se coloca en los dos primeros, expresiones censuradas en el discurso oficial que maneja la sociedad. Nadie quiere reconocer que está cansado y que está lento pues es mal mirado y peor juzgado; además, ambas se asocian a la enfermedad otro tema tabú en las superficialidades sociales. Sumo a esto la tensión que logra entre lo expresado y lo no expresado pero que habita en el mundo del lector. Estos hilos entramados logran un tejido tupido que pone en manifiesto la construcción de un lugar interior con una textura particular. La fe descreída claramente manifiesta en «y no se sabe», recorre todo el libro: «las oraciones también nos abandonan». la inclinación es un lugar para expresar vínculos religiosos particulares con la vida y el prójimo. Es un lugar arduo, despojado, un lejano monasterio austero donde la palabra es súplica despojada de lo ilusorio. Es un libro en deuda con la ascesis, la voluntad poética ha trabajado para lograr este tono.
en la inclinación de las líneas respira la ira del tiempo
Y este verso me hace detenerme de extraña manera en el título, pues lo vinculo con la física y la mecánica. La inclinación es un plano geométrico que aleja de lo horizontal y lo vertical, y favorece la elevación de cuerpos desde el punto de vista mecánico; así podría pensar que es propicio para mover escombros —una de las imágenes centrales de este libro— y trasladarlos de la vivencia a la palabra; sin embargo, la acepción 3 que registra el DLE —Afecto, amor, propensión a algo—, abre un abanico de sugerencias en torno a estos poemas en los cuales el amor no es tema ni motivo. ¿Cuál es la propensión hacia donde se inclina la palabra de Alexis Romero? Y me gusta no tener en este momento respuesta para esta pregunta porque así la relectura es una invitación.
fotografía: Laura Drobinic
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