lunes 28 de febrero de 2022
Poemas. Ismael Gavilán
Der Tod in Venedig
No la belleza, sino su representación:
lo que el ángel permite conocer como intensidad
como ofrecimiento, tal vez como experiencia.
De todos modos, para Visconti
lo primordial es la representación, no la belleza en sí misma,
no la intensidad angélica que promete destrucción,
sino el abstracto devaneo para regocijo de los sentidos.
En eso tal vez consiste el arte:
en el talento de sir Dirk Bogarde –timidez, valentía,
el justo equilibrio entre sí mismo y su personae–
o esas palabras dirigidas a Schiller por parte de Goethe
que condenaban a la soledad más profunda al desequilibrado
y joven autor de Patmos. Ajustes sin duda entre lo que se es
y lo que se necesita ser, lo que Thomas Mann sospechó
desde que adquirió conciencia de su valer como escritor
para no caer en el extravío que prescribía su propia escritura
–el contorno, la contención clásica a través del estilo,
la frialdad necesaria para establecer una frontera con la vida–
Pero a Visconti
Tadzio, más que un problema de sexualidad decadente,
le plantea la curiosa necesidad de ver a Platón
representado como imagen cinematográfica:
platonismo, neoplatonismo, pureza,
ideal estético, decadencia, serenidad, proporción:
palabras para un efímero festín que acusa para nosotros
esa autodestrucción siempre anhelada.
Por ello, sólo el Adagietto puede ser el heraldo angélico
de la representación o de su artificio.
Verdad y mentira, unidos e indistintos,
…………………….…………………………Venecia y la enfermedad
y la agonía de un niño solitario que en su cuarto
piensa en lo imposible que es verse amado.
Lo que el ángel permite conocer como intensidad
es sólo el ventanal de un país que nunca podremos conocer:
la mirada de Apolo frente al mar
mientras nuestro cuerpo es consumido por la peste.
Janis
A veces he buscado tu voz en esos días difíciles
que aplazan el comienzo de la primavera
o en esas miradas que se filtran en la oscuridad
cuando mis lecturas de Ficino entreabren la desvaída imagen
de un extraño sobre un espejo roto:
apariciones, soledad, máscaras
y todo ese arsenal que articula la experiencia de la pérdida;
melancolía de hojas amarillas entre libros
o ese verdor lejano, difuso, cuando en las noches de abril
el centelleo del mar abría cavidades de angustia
entre los más finos fragmentos de la espuma
y nos balanceábamos producto de una borrachera descomunal
como el ritmo de los abedules cuando eran besados por el viento.
Al borde de la destrucción
–como heroínas en Orlando Furioso–
siempre tuvieron que rescatarnos de la desolación
causada por el hastío de esa lengua sombría
cuyo significado que nuestro espíritu jamás pudo tolerar:
esa falta de arrestos para conjurar el vértigo,
los desplazamientos por estepas imaginarias,
el comercio de nuestro cuerpo y nuestra sangre
la impávida virginidad de la misericordia regateada por Dios.
En verdad, a veces he buscado tu voz
y ella me ha encontrado maldiciendo todo este destino:
quejarnos cuando debiésemos buscar una manera de decir;
juzgando, infantiles, nuestros torpes sentimientos
en vez de darles forma en un idioma que relegue los lamentos
para transformarlos duramente en palabras,
en signos obstinados que retuvieran la serenidad de la piedra.
Enfermos usamos el lenguaje para indicar nuestro dolor,
olvidando la primacía de este aire que es de nada y para Nadie.
Tú sabes que no vengo esta noche a doblegarte, oh bestia
en quien se abren los pecados de una generación ilusa,
ni a cavar en tus impuros cabellos una triste tormenta:
quizás en esas miradas que se filtran en lo oscuro,
el aplazamiento de tus sueños coincida
con la necesidad de designar el cansancio de la vida.
Ahora, mientras te oigo, quisiera como un adolescente,
tener un revólver para oír en una extraña tranquilidad,
el sonido de la sangre: reunir viejos números telefónicos,
cuadernos con esas cartas nunca enviadas,
fotografías pintadas de amarillo
y esas letras transcritas de Nat King Cole.
Así, tal vez, creer que todo esto no ha sido en vano.
Stimmung
(Variaciones sobre un tema de Auden)
Mon âme pour d’affreux naufrages appareille
Paul Verlaine
Entre el ir y venir del otoño se cumple la circularidad de toda rutina:
la sangre sube por la enredadera
y vuelve a bajar en la prestancia de su indisposición sensorial,
las palabras repiten teatrales la palidez de su propio silencio
y el avance de los años dibuja la derrota de toda acción
en la amabilidad de los gestos que se vuelven símbolos de algo:
exigencias, nostalgias, indiferencia del medio,
…………………….……….…………………………el error de la historia.
¿Podrías haberlo impedido?
Si el arte es la ilusión de lo representado,
entonces la tensión entre lo viejo y lo nuevo,
entre la tradición y la aventura es sólo retórica
que se ve a sí misma con sarcasmo en el espejo de lo real:
el miedo culpable de comprobar el vacío de las afirmaciones.
Para el viejo Brueghel aquello no era tema a considerar:
era parte del orden del mundo situar el sufrimiento a escala humana
entre lo más banal y la experiencia más espantosa.
Dar la espalda al desastre
como el labrador que sigue en su oficio
o el navío que mantiene su curso de modo impersonal,
sabiendo que en ello no hay indiferencia,
sino cumplimiento de algo arcaico que no se puede intervenir.
Pero sin duda, para nosotros,
no hay posibilidad de volver a ese pacto entre las cosas
y su expresión lingüística, a esa asunción serena
de la contradicción como parte de un libro
del que no deletreábamos página alguna, sino más bien
admirábamos la artesanía de los contornos
diseñados con una paciencia que hoy es incomprensible.
Lo que resta, quizás, es redactar un catastro con costumbres,
usos, hábitos, prácticas
y pensar que con ellos se pueden caminar playas,
visitar aeródromos y centros comerciales,
hacer pasables moteles de quinta categoría,
resignarse a ver en una película de fin de semana
una experiencia estética y, en fin,
todo ese catálogo de lugares comunes y quejas cliché
que se vuelven un repertorio necesario
……………………….…………………………para conjurar el suicidio o la locura.
Mientras el otoño va y viene con su dulce apatía,
la calidez de sus hendiduras imaginarias
levanta un relato legible con el cual bastaría entender
las aprensiones de nuestra propia existencia
como asimismo la desconsideración para con esas palabras
que íbamos a resignificar en un ingenuo juego alquímico.
Es verdad, tal vez no hay posibilidad alguna de volver,
cosa que los Viejos Maestros sabían de antemano,
incluso cuando pintaban a Icaro como símbolo de la soberbia.
Pero la distancia, la mudez del espejo, esa tarde calurosa
que conoció la destreza de nuestros cuerpos,
la proyección de esos apuntes amarillos
en las pantallas del sueño son, cómo no,
el desplazamiento entre tu memoria
………………………………………………y la inexactitud de la cámara lenta…
Pero la distancia
……………………..…………………………y esa mudez siniestra…
Claro azar
(fragmento)
I
Habíamos dejado de estar próximos a la marea;
el rumor cotidiano ofrecía el desplazamiento
…………………………………………………………… de cualquier ilusión.
Era verano sin duda,
la estación que semejaba un pequeño dibujo
como esos arabescos que seducían nuestra niñez,
…………………………………….…………………………¿recuerdas?
Esas entradas que advertían una especie de ritual
al que muchas veces nos negábamos, no por insistencia
de nuestra incredulidad, sino por esa disposición
ante la exageración del sentido —su ausencia probable—;
una deriva que plasmaba como en un cuadro de Bacon
la descomposición de las facciones, la disolución de la mirada,
la ironía de las manos carcomidas por la espuma,
los señuelos que giraban en espiral para derrotar nuestra astucia
o esa cruel opacidad que se filtraba en el ramaje nocturno.
Habíamos dejado de estar próximos a la marea,
también a la transformación fascinante de los espejos
que daban vueltas una y otra vez sobre sí mismos
queriendo representar una destreza ceremonial
de una época anterior y prohibida que indicaba el deseo
de ajustar el desborde imaginario de las estaciones.
En el mejor de los casos era la afirmación de un modelo
pensado como referente de nuestra memoria, un autorretrato
empujado por su propio impulso hacia una finalidad perdida
en la indistinción del horizonte como un anciano ciego
atravesando una tierra estéril o como el naufragio
de nuestra conciencia que cristalizaba los recursos
…………………………………………………………de una textura reconocible.
En la disonancia de ese principio radicaba tal vez
la extrañeza que el arte pone en tensión,
la obligación de superar nuestra interioridad
como un ejercicio de perspicacia donde “lo real”
se preciaría de ser símbolo o alegoría;
una ilusión permanente para certificar nuestro cuerpo,
nuestra desesperación o el musgo que invade viejos hábitos.
Pero el verano avanzaba sin necesidad de aquella experiencia,
sin necesidad de plantearse a sí mismo como condena
o escapatoria en que ese laberinto es razón de todo preámbulo
en el apunte movedizo de una verdad que vegeta
…………………………………………………………………………al alero de nuestra afligida incertidumbre.
El verano avanzaba, girando en su impulso
para abrir una brecha entre lo real y lo imaginado,
para seducir la legibilidad del dolor
………………………………………………………………como juego adolescente.
El verano configuraba los espacios requeridos por el placer
y restituía la humedad del humor melancólico,
a las palabras que prevalecen en la fantasía del tacto
que ilumina nuestra fragilidad como música invisible.
El verano siempre se igualaba a sí mismo en esa perfección,
envidia de cualquier momento de felicidad tardía,
una señal que bosquejaba altiva las fronteras
dentro de las cuales nos movemos indiferentes y deseosos
con la indolencia de exponer en el lenguaje
lo que el propio lenguaje sería incapaz de decir:
el vuelco contra nosotros mismos que nos hace creer
en el sagaz encantamiento de toda configuración,
de toda forma que se precie a pesar de su fracaso.
Habíamos dejado de estar arrimados
a la seguridad del equilibrio, a sus promesas irregulares
creyendo en banderas de reinos que, cuando niños,
íbamos a conocer en sus íntimos detalles.
Los espacios abiertos por la percepción
invitaban a explorar un territorio de imágenes, de rostros
o de simples gestos que se confundían con la presunción
de conocer lo real por medio de un exceso físico
cuando la única satisfacción era el enmudecimiento
o el deseo de captar la imposibilidad de decir algo a alguien.
Nuestra experiencia se hallaba corroída
como el barniz de un mueble antiguo,
pero en la necesidad de plasmar ese viaje imaginario
……………………………………………………………con que todo poema se justifica,
la realidad puede tolerar la irrealidad
como su doble necesario y simular la fantasmagoría
con el rencor de las resonancias metafísicas,
puede sobrellevar esas gotas de locura que vuelven amable
el incidente siniestro con que signamos lo imposible de significar.
No hay otra manera:
símbolos, inscripciones o representación del Leteo,
del silencio, la mudez o de cualquier otra prevención
que se agita mineral en las playas del olvido
como esos escondites bajo el árbol al fondo del patio
que reservábamos para huir de los adultos o de nosotros mismos
y que retornan en el vértigo de la página en blanco.
El espacio difuminado de una fotografía rota
o el crujido del aire que entumece los labios y la sangre
enrarecen la distancia entre la palabra y el acto:
la significación vacía que dibuja una oscuridad ajena,
apabulla al mirlo y extravía al estornino,
la simulación de un cortinaje metálico vuelto obseso
con el guiño que la vida desprende de sí misma.
Nada nuevo:
esto siempre sucede cuando un olor intenso se desgaja
de los restos amurallados que articularon palabras
mientras la sed oscurecía las ciudades.
Era evidente, ningún misterio,
ningún secreto profesional por ocultar: todo se develaba
en la convicción de experimentar nuevas formas,
en la inercia que motiva el desprendimiento bajo la intuición
de instalar un fragmento encendido, alguna figura precipitada
……………………………………….…………………………bajo su propio peso rotatorio
y que antecede a esas preguntas incómodas
que la distancia emplea como representación de la nostalgia.
De esa manera verás que el filo azul del pedernal
preparará el advenimiento de algo más vasto que el silencio,
algo semejante a esos cuerpos plasmados en un lienzo
que expresan la queja del dolor con miradas extraviadas
y donde ninguno de nosotros puede aseverar un goce placentero.
En el dictum de Adorno, aquello es la asunción de la negatividad
como representación, pero eso, sólo es una jerga hueca:
perdido todo principio, la proporción de una belleza ideal
es la inversión del espejo y el despojamiento de la luz,
la proyección en una pieza oscura de una sombra redondeada.
Nada nuevo:
en la sucesión de los días se desplaza la disolución
de lo que parecía conforme a esas leyes antiguas
que facilitaban puntos de referencia cuando una palabra
adquiría para un niño una prestancia casi mágica
que no era equivalente a la transparencia,
ni a la necesidad de comunicar sentido:
con nuestro cuerpo tan acostumbrado a las nubes
el movimiento mismo se convertía en ceniza
el dominio del tacto aseveraba conocimiento, no caída,
curiosidad o maravilla, no escepticismo.
Así, hay quien huye del designio
……………………………………..………………………… en la marca arbitraria de las inscripciones.
Ahora que el verano vuelve a avanzar
se debe a sí mismo esa idealidad
que habita en su propio transcurrir: en su constancia
se reproduce lo que nuestra condición
ha deletreado en la proximidad de su acabamiento:
lo que parecía perfecto, es ahora eco y apariencia.
Por eso, quizás, esto se trata de algo más sencillo,
tal vez, sólo de iluminar la inestabilidad del conjunto
un primer paso para alcanzar una serenidad interior
o para delegar en un puñado de gestos arcaicos
el refugio de un mundo agotado:
esa cristalería ficticia, pero bella,
de una serie de televisión británica que no aparece
en ninguna novela de James o Proust,
pero que simboliza el viejo compromiso de Orfeo
con todo ser vivo y con el cual, el suicidio,
sólo es una nota a pie de página de una pureza
demasiado opaca para horadar su propia claridad.
En la transición que implica meditar la posible huida
desde el lenguaje hacia lo que semeja el rostro del silencio
el polvo del exilio se vuelve sinónimo de pobreza o desquicio.
Pero no hay otra manera de referir esa herida
que se hunde de espejismo en espejismo:
hipotecar las huellas del laberinto sería apostar a ese beso
que Eurídice aguarda en el sabor salino de nuestros labios
para, en su ceguera, no confundirlos con ceniza.
Pulso y sed
Un lenguaje
que tome piedra por piedra,
inocencia por relámpago,
padre por hijo,
tristeza por desierto.
Un lenguaje
que no diga lo ya dicho
esperando que signifique lo ilusorio,
que adivine el orden
del pulso y de la sed,
que camine sin hablar
hacia la soledad de su mirada
como despedida fugaz del llanto.
Un lenguaje
sin palabras que entregue su piedad
con la cosecha del cielo
para hacer visible
lo que dice lo invisible
pronunciando lo ajeno de todas sus vocales.
Un lenguaje
como la mujer de Lot,
sereno ante el horror de su blasfemia
y que al caer la noche
sepa que enmudecer
no es el dolor de saberse sal.
(Inédito)
Ismael Gavilán Muñoz (Valparaíso, 1973). Poeta, ensayista, editor. Ha publicado los libros de poemas Llamas de quien duerme en nuestro sueño (1996); Fabulaciones del aire de otros reynos (1999 y 2002); Raíz del aire (2008); Vendramin (2014) y Claro azar (2017) que han sido reunidos en el volumen Mundo Visible. Poesia reunida 1995-2020 (2021). Como ensayista y crítico literario ha publicado Pensamiento y creación por el lenguaje. Acercamiento a la obra poética de Eduardo Anguita (2010), Digas la palabra que digas. Ensayos (2015), Inscripción de la deriva. Ensayos sobre poesía chilena contemporánea (2016) y Expediente de lectura (2019). Ha colaborado con poemas, ensayos, artículos y reseñas en diversas revistas nacionales y extranjeras (Everba, Pensar y Poetizar, Inti, El navegante, Mapocho, Acta Literaria, Anales de Literatura Chilena, Cuadernos Hispanoamericanos, Journal Trasatlántica, Latino-American Literature Today). Es parte del equipo editor del sitio web 49escalones (www.49escalones.wordpress.com) y de la revista de poesía y crítica WD40. Como editor asociado de Ediciones Altazor de Viña del Mar, ha colaborado en las ediciones de libros de autores como Alfonso Alcalde, Carlos Decap, Braulio Fernández, Roberto Onell, Marcelo Pellegrini y Pedro Lastra, entre otros. Ha sido becario de la Fundación Pablo Neruda (1997) y del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2001). En 2011 fue finalista del VI Concurso Internacional de Ensayo en Humanidades del Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales. Actualmente se desempeña como docente en el Instituto de Literatura de la Universidad de los Andes en Santiago de Chile.
Con autorización del autor .
fotografía: cortesía del autor
Regina - martes 1 de marzo de 2022 @ 10:14 am
Eres excepcional primo…..gracias por compartir tu extensa y prestigiosa biografía, junto con tus poemas llenos de sabias frases que enriquecen con su lectura el alma. Gracias y siempre deja correr tú imaginación envuelta con lo abstracto de la belleza real.Grande ISMAEL GAVILAN MUÑOZ..