miércoles 6 de julio de 2022
Vitral de mujeres que no están solas. Yhonais Lemus
En la desnudez de la luz
Autora: Gladys Mendía (compilación y selección)
Género: Poesía (Antología poética)
Editorial: LP5
La ensayista y poeta Margara Russotto (1995) destaca cierta identidad femenina en la poesía venezolana moderna de las autoras/obras (indivisibles a su contexto) donde aparecen subjetividades recurrentes; las ritualidades de lo cotidiano, la carnalidad del cuerpo y el deseo amoroso, la naturaleza persistente, la plenitud del lenguaje, la responsabilidad del sujeto femenino y la búsqueda de una identidad propia. Todas estas subjetividades volcadas en una poética sensible, abierta, quebrada plantean una reelaboración de lo cotidiano desde ese lugar sociocultural rígido que ha definido el papel de la mujer en la historia.
Enriqueta Arvelo Larriva, Luz Machado, María Calcaño, Elizabeth Schön, Ana Enriqueta Terán, Ida Gramcko, solo por mencionar algunas, son fundadoras de un discurso que se erige en relación con el otro, y que, partiendo de Levinas, constituye un yo como respuesta y responsabilidad hacia ese otro que se juega en el estadio que antecede a la construcción social del sujeto y al autoconocimiento. Se trata, entonces, de una identidad que se elabora de manera discursiva anterior a lo dicho, a las diversas temáticas o a los intercambios lingüísticos, a un decir que surge desde la necesidad de mostrarse porque aún no ha sido enunciado y por ello se elabora como apertura vulnerable.
Estas características de la identidad femenina en la poesía venezolana, que destaca Russotto, las podemos ver en las autoras contenidas en la Brevísima Antología Arbitraria. En la desnudez de la luz) con prólogo de la profesora universitaria y crítica literaria Carmen Virginia Carrillo, y compilación y selección de la poeta y editora venezolana Gladys Medina. En la desnudez de la luz se reúnen las voces de quince poetas venezolanas nacidas en los años sesenta. Voces que comparten vasos comunicantes, afinidades, poéticas que entran en diálogo.
Es interesante observar la insospechada relación entre la poesía de Carmen Verde Arocha, Carmen Leonor Ferro, Sonia Chocrón, Victoria Benarroch y Jacqueline Goldberg. Notamos el trabajo de la memoria y la herencia familiar, el saber ancestral que a veces se empantana con la cotidianidad, el recorrido por el pasado desde la evocación que se articula desde un yo lírico sensible y sabio: «Nuestra infancia tiene algo de sepulcro / y la adolescencia / esa momia que halla una herida / en la oración / oración que evoco en este verde / silencio de labios terracota / plenitud / de medias nylon / en piernas de pétalos yermos» versos de Arocha que dialogan con el pasado y, por tanto, con los versos de Ferro: «La memoria viaja por terrenos baldíos / husmea en el polvo / se detiene / inesperadamente /en algún punto / revolotea / como una mariposa / tratando de cumplirse / escapar de lo que no tiene forma» .
Así mismo, vemos reflejado, entre otras subjetividades, en la poética de Chocrón la evocación de la infancia: «Me voy quedando / tan a gusto/ oscilando con los columpios / mellados del parque y / con los difuntos /que al fin no tienen que decidir / nada» con una honda imagen de la muerte y el silencio presente también en Benarroch: «A la orilla y cubierta de noches / agradecí el éxodo / y todos los silencios sembrados / en cada estación / donde el tren no se detuvo / para poder continuar / en el vagido de los rieles / y salvar su memoria cada amanecer.» Versos muy emparentados con los de Goldberg: «no pueden las herencias infundirme más que escozor / mis ancestros se plantaron con muecas de insomnio / a sabiendas de que los seguiríamos con ojos alambrados». El tema de la herencia familiar, los traumas heredados, dados los conflictos bélicos, son explorados con una punzante lucidez. Pues algunas de las poetas acá mencionadas comparten el origen judío.
En Belén Ojeda, Eleonora Requena, Wafi Salih, Yoyiana Ahumada Licea y Kira Kariakin percibimos un yo lírico entregado a esa “naturaleza persistente” de la que habla Russotto. Apreciamos un lenguaje de descubrimientos, con imaginarios iniciáticos y meta-poético, donde el símbolo tiene preeminencia: «Inagotable / la fuente que nos traspasa» expresa el verso de Ojeda o el de Salih: «Un relámpago / golpea el estanque / la luna tiembla» con esa misma carga meditativa, propia del haiku, desplegará un yo lírico que parece compartir la misma fuente nutricia de la que se alimenta la poesía de Licea: «Una estrella muerta / balbuceo indómito / penitente incandescencia.»
Se puede apreciar casi el mismo matiz melancólico, aunque un poco más acentuado, en la voz poética de Requena quien re/construye un mundo en constante roce con el silencio, la ausencia, el vacío a través de las palabras: «las pequeñas aves / arman su revuelo, / lerdos nos sumimos / y aguardamos / el despliegue / matinal, / la luz que crece». Imaginario análogo al que explora Kariakin «cansada de ser lunar / y de los abusos del día / me libero / dentro de la cáscara irrompible / en el vacío perfecto».
La carnalidad del cuerpo, si bien lo vemos en algunas de las poetas ya mencionadas, tendrá en María Antonieta Flores y en Patricia Guzmán mayor protagonismo. He vinculado la voz lírica de estas dos autoras por oposición o contraste. Si bien son dos imaginarios de cuerpos disímiles estos comparten la misma intensidad, rigurosidad y exploración. En Flores dar forma y palabra al cuerpo de la mujer es quitar la venda de una realidad solapada por el dominio patriarcal: «mujeres que hablan desde muy lejos / ahogadas en su torpeza y en la bruma del deseo / mujeres solas que arruinaron sus manos / en el oficio duro que le entregaron las prendas blancas». El cuerpo se muestra como posibilidad y límite, también placer y deseo, enfermedad y muerte. Es un cuerpo que padece, sufre y contesta a los sistemas jerárquicos. En Guzmán notamos el cuerpo como morada de una compasión amorosa que se elabora de experiencias místicas: «Ya se alza el ala maltratada de la tórtola / y me entrega un puñado de dolor / en el cuenco del corazón» la elaboración simbólica de un cuerpo tanto finito como infinito a través de la imagen tan particular del corazón.
La reflexión en torno al bilingüismo, borramiento y la re/construcción del yo, dada la experiencia migratoria o la doble nacionalidad, la multiculturalidad, el desvarío, son parte de la materia poética con que están hechos los versos de Gina Saraceni, Claudia Sierich y Geraldine Gutiérrez –Wienken. «Pescaba en el agua de otro idioma / carites, roncadores, meros, pargos / los mismos peces que sacaba / con su anzuelo / desde el muelle lejano de San Vito.»: dirá el yo lírico de Saraceni sobre el padre. Destaco de Sierich: «se mudó por un rato un pájaro que no conozco a este castaño. Cómo llama la atención. No conozco su silbido. No es el canto de la paraulata caraqueña, ni del raro ruiseñor berlinés.» Una voz poética contaminada e hibrida. No podemos dejar atrás el extrañamiento de Gutierrez-Wienken: «Transito este asfalto / no conozco ni al que maneja / Me revuelven las construcciones / y sus aguas / Cuántas nostalgias caben / en un ladrillo» un yo poético que se re/elabora desde la pérdida y la confusión.
Las autoras, que integran esta excelente y necesaria antología, desarrollan poéticas feministas que autorreflexionan y hacen política desde un lugar periférico o marginal al de la lengua mayor. De allí el compromiso social, político e histórico de estas poetas que hablan, no como mujer sino, desde su condición femenina. La escritura de estas autoras venezolanas ocupan un lugar como rizoma en el corpus literario; como apertura vulnerable, sensible y sensitiva que pretende establecer algún tipo de identidad, por fragmentada y compleja que sea. La conciencia de género no es ajena, sino todo lo contrario, de allí parte el impulso vital que surge de sus propias quebraduras y da forma a esta manera de decir que no es reducible al fenómeno de la verdad, puesto que despliega una alteridad esencial en la que pueden reflejarse los lectores.
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Yhonais Lemus. (Venezuela, 1988). Profesora a nivel secundario y terciario de Castellano, Literatura y Latín. Ha publicado La trascendencia de los insectos (2008), Hilos Celestes (2013), Entre el rostro/rastro de Clarice Lispector (2018), Destellos Acuosos (2019), Memorias de la piel (2020). Su poesía ha sido traducida al inglés, francés y alemán. Cursó una Maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar, institución en la que formó parte del equipo docente. Facilita talleres de escritura creativa y colabora en múltiples proyectos editoriales.
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