Nadar en seco. José Luis Morante

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EPIFANÍA

Ordinal necesario,
la pulcritud se aplica en dar textura y forma
al poema feliz.
Es palabra con alas que despierta
el hilo en el ovillo
de los sueños.

El poema desciende luminoso,
anuda pies en la belleza
y remoza pequeños propósitos baldíos
pues no contiene lastre
y conoce remedios
contra el cerco de cualquier decepción.

Auroral, el poema
asordina la angustia
y no marchita pasos
en la tierra de nadie
del chantaje afectivo.

Sus palabras exigen
que tenga la avidez
salina de lo intenso
y disloque en el aire
toda asepsia expresiva.
Que soporte la ley
gravitatoria y se mantenga
sobre la cuerda frágil de sí mismo,
como un don disponible
que sostiene el azul
y todo empieza.

Debe saber también,
hecho gesto final,
guardar los extravíos
bajo el techo solar
de la esperanza.

 
 
 


 
 
 

AQUÍ

Nada y todo ocurre en todas partes

Philip Larkin

Es aquí donde estoy,
entre grietas de un yo parapetado
en las profundidades
de sí mismo.

Habito un cuarto exiguo
donde nada hay detrás,
salvo el triste vacío
de paredes sin lustre.
Soy un plano que muestra,
maltrecho y solitario,
el retraso gastado de caminos
que ya se desvanecen.

Mi reclusión carece de secretos.
En las puertas del frío,
necesito encontrar
en cualquier prisa
el sol en casa;
un cuerpo que sostenga
el temblor de la luz.
 
 
 


 
 
 

ALCANTARILLAS

Se aposenta la noche.
El rojo escalofrío
de una rata furtiva
distancia mi linterna.

Cerca, suena un goteo
con trasiego de sístole.
La percusión empoza
el manchón aterido de los muros.

Aquí yace dormida la belleza;
su destello cansado dictamina
que ningún cielo existe.

En el hedor, la náusea,
el escorpión de los desasosiegos.
Pero nada socava
el afán de seguir.

Camino a tientas,
en el fondo de un mar a media noche.
Sé que soy mientras busco.
 
 
 


 
 
 

NADAR EN SECO

El tiempo que no tuve, nada en seco.
En él cada brazada recolecta
los acordes secretos de la profundidad.
De cuando en cuando,
rasgan la superficie huecos húmedos
de cuyo fondo emergen
estelas de luciérnagas.
Mas un sudor salobre
desdice la quietud,
impulsa cercanía
hacia el contorno exacto del trascielo.

No dejo que el cansancio me carcoma.
Sacudo el agua ausente.
En los brazos maltrechos
hay jirones de mí.
 
 
 


 
 
 

NUBE

Conoce la indigencia
el pacto con mi sed adormecida.
Al descorrer su velo la mañana
la recibo en silencio y nada pido.
Si acaso, el afán limpio de una nube
que dibuje al descuido su textura,
la silente veleta de una niñez ingrávida.

Y que la nube un día
sea brote, secreto fugitivo
en la estepa del cielo;
lluvia fértil
que asienta entre los párpados
un temblor auroral,
la claridad pujante del comienzo.

 
 
 


 
 
 

LOS CAÑOS

A Mario Sesmero García

Como ayer, todavía
se zambulle en los caños
la frágil convicción
de dar molde a las piedras.
Despereza muy cerca
el lejano revuelo
de la casa sin nadie,
las nubes, sus azares,
el frontón, las esquilas,
el rastrojal con bozo
y los pinares…

Son auroras del viaje
que completa
el pautado cumplir de los regresos;
el escenario intacto
del niño que no sabe
que a cada cual su cielo y su repliegue.

Hoy me nombra de nuevo
la clara voz del agua
dormida en su angostura.
Sobre la sed ferrosa pongo el labio,
sorbo zumo en el borde
y es un cuenco repleto de nostalgia.
Si arracimo las gotas
y su vuelo de pájaros,
un niño en soledad
bebe conmigo.
 
 
 


 
 
 

DEFENSA DE UN PAISAJE

Las formas y las luces de los atardeceres,
el silencio y las calles que velan lo escondido,
las esquinas proclives al paso solitario,
la rueda de los sueños que esgrimimos como razón de ser,
la lumbre que moldea sin descanso
cambiantes espejismos,
la decepción mañana y la utopía de carbón mineral,
la rosa que lacera
y la gota de sangre;
la inercia de mirar el vuelo de los pájaros,
los hechos trasmutados en memoria,
las manos que no piden nada a cambio
y nunca llegan tarde.

Aquello que perdura cuando cierro los ojos:
la casa, el pan y el verso que me busca.
El tiempo que repuebla la ceniza
al negarnos tres veces.
La niebla que nos crece
en el fondo del cuerpo y nos diluye.
El tragaluz oscuro y el pacto de vivir.
 
 
 
 

Poemas de Nadar en seco, Isla negra /Crátera, 2022.
 
 
 
 
José Luis Morante. (El Bohodón, Ávila, 1956). Profesor de Ciencias Sociales. Su labor poética integra doce libros, desde Rotonda con estatuas (1990) hasta Nadar en seco (2022), con reconocimientos como el Premio Luis Cernuda, el Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, el Premio Hermanos Argensola y el Premio Espadaña, concedido por el Hogar de Ávila en Madrid por su trayectoria literaria. Una amplia selección poética se recoge en las antologías Mapa de ruta (2010), Pulsaciones (2017) y Ahora que es tarde (2020). Entre sus entregas en prosa están el diario Reencuentros, el libro de entrevistas Palabras adentro y Protagonistas y secundarios, selección de artículos y reseñas. Ha preparado las ediciones Arquitecturas de la memoria, de Joan Margarit, Ropa de calle, de Luis García Montero, e Hilo de oro, de Eloy Sánchez Rosillo; también prologó libros de Luis Felipe Comendador, Herme G. Donis, Javier Sánchez Menéndez y Karmelo C. Iribarren. Ha publicado los volúmenes de aforismos Mejores días (2009), Motivos personales (2015), Planos cortos (2021) y la antología de aforismos Migas de voz (2021). También la edición de Aforismos e ideas líricas (2018) de Juan Ramón Jiménez. En 2016 puso voz a la primera generación poética española del siglo XXI en la antología Re-generación. Colabora como crítico en las revistas Turia y Elaforista.es y en el suplemento digital del periódico Infolibre.es. Parte de su trabajo literario ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y griego. Desde diciembre de 2010, es responsable del blog literario Puentes de papel, cuyo enlace es http://puentesdepapel56.blogspot.com
 
 
 
 
Con autorización del autor.
 
 
 
 
fotografía: Javier Cabañero
 

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