Tatuados de nubes. Sobre nubes. Héctor Silva Michelena

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A Edda Armas, poeta

Una palabra, apenas un vapor sonoro, condensado en un lago apacible, se desliza sobre mi corazón. Accedo al susurro y escucho decir que son pocos los que no entienden por qué las nubes, esas aves blancas donde viajan nuestros sueños, nunca se extravían por la selva oscura, siempre vuelven, sensibles, distintas y, muchas veces, tristes. Porque si el cuerpo entre las nubes escondiste, tu fama entre las nubes levantaste.

Leo entonces a Cohélet, palabra hebrea para el Predicador: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. Los ríos van todos al mar, y el mar no se llena; al lugar donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será; y nada hay nuevo bajo el sol. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después”.

Las nubes fueron llenas de agua, sobre la tierra la derramarán; y si el árbol cayere al sur o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí se quedará. Sí, así es, pero tal vez no sea para siempre. Porque suave ciertamente es la luz, y agradable a los ojos ver el sol. El sol que teje mujeres de estambre, mujeres que dan su brillo blanco a las nubes de oro y plata.

Ahora recuerdo, y sé por qué, unas palabras de Sócrates a Fedón, por boca y escritura —¡una gran escritura!— de Platón: «Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, solo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso, es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. (…) Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que, si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza».

Pero sobre las nubes… ¿Qué me dicen desplegadas las nubes, esas nubes de tus tristes ojeras?

¡Sólo te digo que me parece verlas, extasiarme en ellas, las maravillosas nubes, que decía Baudelaire!

Mas debo decirte que, para mí, o a mí, las nubes no me parpadean, no son tan fugaces. Sí, se van con el viento, pero regresan, en un eterno retorno que no es siempre igual, tal vez siempre más bello, más hermoso. He amado siempre las tardes porque ofrecen a las nubes multitud de colores cuando el sol muere. Colores que solo el Dios de la Luz puede conocer y aplicar, cuando la enciende.

Yo amaba solamente los crepúsculos rojos, las nubes y los campos, la ribera y el mar. Mas el viento está lavando las nubes. Toma una nave negra, la empapa en lluvia, la retuerce enseguida la golpea contra el molino, nos moja el campo, lava el cielo, y sale la nube blanca de negra que era, para ir a colgarse en el hilo del horizonte, a ver cómo asciende el ensueño de la poesía.

Lo cursi, el caramelo. ¡Qué hacer si a mí me place! Por eso me invaden los quejosos versos de un poeta al que la crítica ha pulverizado. ¡Es Amado Nervo! ¿Cómo eludirlo si yo no olvido mis ejercicios espirituales, cuando estaba en el seminario?

¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo. / Pulido asceta, qué mal me hiciste! / ¡Ha muchos años que estoy enfermo/ y es por el libro que tú escribiste!

Es el sacrosanto lamento de Amado Nervo, ese negro relámpago del memorable kitsch. ¡Y qué? Yo había sido cómplice del homenaje a la cursilería, junto con Adriano, Daniel, Rodolfo, Juan y su jauría, Ludovico, Jacobo…y otros que yacen en mis memorias del olvido. Por eso, Nubes habría, esas que por mí estuvieran, más que otras nubes, lentas.
En desagravio al poeta, Ella Edda, ofrendo El Pavo Real, de Gabriela Mistral:

Que sopló el viento y se llevó las nubes
y que en las nubes iba un pavo real,
que el pavo real era para mi mano
y que la mano se me va a secar,
y que la mano le di esta mañana
al rey que vino para desposar.
¡Ay que el cielo, ay que el viento, y la nube
que se van con el pavo real!

Cava en ti una parte, pare el misterio; no te libres siempre por entero con el arado del examen, sino que deja un rinconcillo, un barbecho para las semillas que traigan los vientos y las nubes, y reserva un pequeño sitio para los pájaros que pasen.

¿Qué me dijo este lago estelar con su tristeza serena, uniforme, apagado y tranquilo, donde las montañas y las nubes reflejan su armonía y su quieta palidez? Que la noche avanza y hay un reloj de arena. De arena roja y fría que corre incesantemente por el cáñamo de cristal, monótona, silenciosa, eterna… ¿Hacia la morada del vacío?
Entonces, Ella Edda, la poeta, dice ¿a José Carlos Becerra, el poeta?:

Pronto ………..una nube inmensa llega hasta
Donde ………..tú posado esperas la luna
………..Los imanes para amar

………..hay luna y la t e n s i ó n es la misma
………..habitación dentro y fuera

Yo siempre he creído que El Principito no viajaba en un asteroide, sino en una nube. El asteroide cae, la nube asciende. El Principito amaba las flores, sobre cuyos pétalos se detiene. Y mira en ellos el rocío que, al abrirse como cielos sonámbulos, exhalan al ruiseñor ebrio de nubes. Y salta sobre los árboles más altos que el cielo.

En la vida, solo a veces hay un poco de sol, aunque el cielo esté limpio, como un lago sin hojas. Pálidas y azules. Mas alguien espera. Sus ojos mirarán mañana. Una nube roja enluna sus pestañas. Guardo en mis ojos el color de unas lágrimas, las últimas Ya no podré llorar. Una brisa me beneficia, me seca la sed. Un recuerdo canta en mi reloj, y el alba que asciende a los árboles regresa a las maravillosas nubes.

De nuevo, la voz en off del poeta, Ella Edda:

El ángel insistía en tocar los pechos
cubriéndome
decía que la madrugada cubre los espíritus
y volvíamos a untar los cuerpos
en la arena más cobriza
Acaso el sol sirca los huesos
la boca de la cueva más minúscula me llama
no acepta nombres
no puedo entrar con sueños
esta realidad exige flores de coraje

Tal como en Apollinaire, la falta de puntuación, en lugar de confundirnos en la lectura, la dilata, enriqueciéndola con hermosas imágenes.

La luz no agoniza entre estos dedos. Corté todos los pasos de las nubes del paraíso. Amo las palabras y las golondrinas. Y siempre he tenido mucho de nube y de viajero, y mil rubíes al fondo de esa nube.
Adiós, sol cuello cortado.

Caracas, 2019

 
 
 
 

fotografía: Gabriela Gamboa
 

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