(Centenario Ida Gramcko 1924-2024). Lourdes Armas: La fantasía de un país. Ida Gramcko

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En el Museo Emilio Boggio, en la sala anexa, se ofrece al público desde el tres de setiembre, una exposición de la inolvidable creadora plástica Lourdes Armas. La exposición durará hasta el primero de octubre. Lourdes Armas fue una artista que conservó su potestad de niña, de niña hacedora y bondadosa, de criatura soñadora y sin miedo a los rincones oscuros o a los pozos umbrosos, donde podían hallarse una rana o una telaraña. Fue la portadora de un mundo dichosamente enano, en otras palabras fue una miniaturista singular porque en ella no prevaleció la técnica —aunque la conocía muy bien— sino la espontaneidad abierta y clara. Lourdes Armas, versada en lo menudo, en el retazo, en la alcancía, en la muñeca de trapo, fue la lirica laboriosa del encanto nuestro; es como si hubiese sido, más bien, la criatura que nos señalaba la riqueza de la fantasía de nuestro país, el índice femenino y gentil que apuntaba hacia lo que puede ser nuestro cuento de hadas.

La exposición comprende cuadros, tapices y muñecas. Los cuadros de Lourdes Armas son verdaderas filigranas o piezas de orfebrería, pero no teñidas por el tecnicismo. Allí hay árboles, gentes, casas, animales, todo en miniatura, como queriéndonos decir que las cosas a veces disminuyen en tamaño para ganar en encantamiento. La zapatilla de Cenicienta era pequeña. Blanca Nieves estaba rodeada por seres minúsculos y si revisamos todos los cuentos del mundo, encontramos que lo diminuto juega un papel muy importante por la sencilla razón de que lo imperceptible, lo inadvertido, como la yerba o el grano de alpiste, tienen una vida escondida, misteriosa, callada, que hay que descubrir y luego enaltecer. Eso fue lo que hizo la gran pintora Lourdes Armas. Volver a lo silencioso, a lo que nadie nota de inmediato. Un mundo liliputiense es un mundo lleno de sorpresas, de cosas que nos eran desconocidas y que, de repente, se revelan y cobran importancia y prestancia. Lourdes Armas, en sus muñecas, pensó en el burrito, en varias muñequitas pequeñas, en una pareja de negritos, en una muñeca con gorro. No sin razón la Bella Durmiente del Bosque se quedó dormida durante un siglo por causa de una pinchadura del huso. Lourdes Armas, en su tapiz «Gallo verde con fondo negro» pensó en los huevos de oro y el gallo vuelve a aparecer en su cuadro «Niña con Gallo». Sus paisajes son auténticos bordados donde cada pincelada parece haber provenido de un hilo rojo o malva. Tiene, además, un gran sentido del equilibrio porque hacinar tantos personajes pequeños, tantas viviendas del tamaño de un caramelo, tantos vehículos en donde sólo cabría Pulgarcito, no es tarea fácil. Lourdes Armas, como señalamos, puso el acento en lo nuestro sintiendo que lo nuestro contenía tantas posibilidades de ensoñación como las puede contener una leyenda nórdica. Lo fundamental para ella fue lo humano con toda su investidura cuentística. El cuento, lo legendario, no la hicieron evadirse de la realidad como sucede algunas veces. Fueron el alimento de la realidad. Por eso conmueve su obra, porque lo sutil, lo que se da a hurtadillas, la pantufla que apenas asoma bajo el lecho, la cacerola que, aunque no lo creamos, puede brillar de modo solar, fueron el asiento de todo un proceso generoso y humano.
 
 
Sin datos. Circa 1978
 
 
 
Con autorización de los herederos de Ida Gramcko.
 
 
 
fotografía: Lourdes Armas. Cortesía de Edda Armas
 
 

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Comments

  1. Nelson José PonceGonzalez - miércoles 13 de noviembre de 2024 @ 8:54 pm

    Hemos comprendido lo sensible que se desprende del amor, para dejar un tatuaje de sentimientos ocultos en el follaje de su arte, en pequeños detalles que llenan la obra de Lourdes Armas. Aquella convivencia con el yo verdadero, que descubrió Ida Gramcko. En el afán de la artista, de ser autentica y veraz, mostrando su aurora humana, en sus propósitos amorosos, que hoy se nos antojan ocultos. Para ser descubierta después, que su tiempo se había ido. Como una sed que cabalga despierta en sueño, buscando un abrevadero, común, una verdad despierta, que enaltece una obra, y la torna poética.

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