Flor exaltada en el templo. Patricia Guzmán

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Intuyo que estamos en deuda. Intuyo que estamos en deuda con Hanni Ossott. Quién como ella, habiendo bebido de María Zambrano, y firme en el temblor de existir, ha alcanzado a «convertir el delirio en razón sin abolirlo». Quién como ella ha remontado los acantilados de la noche para acceder a ese reino que alberga la enfermedad, la locura, la inspiración, el amor, la muerte; ansiosa, jadeante tras claridades y resplandores que la inicien. Y es que ella, como refiere de la poesía misma, no cesa de tantear en lo provisional, no cesa de trazar una geografía de su alma, del Alma.

Se dispone y expone abiertamente, en cuerpo y espíritu, al hecho poético. Sedienta anda de «la palabra de un habla desde el ser», «vinculada a lo innominado«, entonces: ajena a la utilidad. No teme quemarse. La llama orienta su descenso al mundo de la noche, hasta sentir, aferrada a la mano de Rainer María Rilke, que «quizá no se ha abierto aún el día en nosotros, que vagamos entre palabras indecisas, haciendo lenguaje, reconociéndonos torpemente entre las pocas rachas de luz que iluminan nuestra alma».

La llama le trae música, visiones, anunciaciones. La llama orienta su deambular por los meandros del existir, por las casas, los patios, los estanques, los jardines, los umbrales donde invoca el silencio y se priva y se aflige atenta a lo alígero, a las sombras, al hálito de lo bello, y de lo tanto que se asoma en el diario vivir, …imposible de retener, de enjaular.

Insiste vehementemente en que el poeta debe mirar y contemplar con lentitud, con la lentitud suficiente para «entregarse al eros de la poesía, que no es tiempo sino duración, un instante irreal que se prolonga en la carne y en el alma como una maravilla.»

Calla: aquí vive un Angel…! un pájaro! (*)

Religarse «al asombro, a Dios» es deseo que transpira la obra de Hanni Ossott, deseo de religarse así a lo vasto como a lo nimio, llamada como está a mostrar que «hay una parte de la muerte inexpurgable», llamada como está a decir lo inexpresable, tal la tarea del poeta, quien, como avisora: «..capta el instante del colapso, ataja el lugar de lo que no tiene lugar, el espacio en que la flor silente se abre, esos segundos sagrados, imperceptibles, en donde se conjugan la fuerza del nacimiento y la fuerza de la muerte, el temblor».

… ¿Dónde está Dios?
¿Dónde?
¿Qué de su omnipresencia para que todo esto no reviente?
¿Qué de su propia soledad?
¿Por qué Dios está tan solo como yo y los otros?
¿Y tan ocupado? (*)

Esa humanísima pregunta, ese humanísimo temblor que no nos está dado sortear, arrastra hasta la arena del combate, al descampado de la magnificencia, allí donde ella grabaría el temor del no saber a qué hora de la noche, de cuál oscuridad emergió su cuerpo. Lo grabaría en cada poema que escarbó del «infinito continuo», grabaría ese no saber en el centro de la rosa absoluta únicamente visible y cognoscible para el ciego, ser limpio de imágenes. Asombrada vivió en pos de sí misma y de clarear el enigma, la penuria que nombra al ser bajo la cúpula celeste.

Si la voz de los Ángeles
nos sirviera para escuchar de nuestro descalabro

Pero no, no escuchamos….

Y es que el hombre, descoyuntado por naturaleza, aquejado, a la deriva desde su primer día, herido hasta atracar en la muerte, fue mortificación, sentimiento e idea que entibiara en su hacer creador.

Pero no, no escuchamos

Sólo de cuando en vez, una tenue voz
un aviso, una premonición
que escapa y llega.

Y los Ángeles son voces
Avisos
pero estamos de vuelta a ellos
como si pertenecieran a otro espacio
transparentes
poco locuaces
se alimentan de sí mismos
Como Dios o el Ser (*)

Como ella, cuya voz se levantará por sobre el tiempo porque es voz poética, la voz que —escribiría— «se erige de la escucha del entramado del ser, de sus enlaces profundos, de sus laceraciones, de la escucha de esa fuerza que sobrepuja para ser y sobrevivir».

Como sobrevive ella, flor exaltada, en el templo de la poesía.
 
 
 
(*) Fragmentos de los poemas «Poesía», «La voz» y «De la voz de los ángeles» del libro El Circo Roto (Monte Ávila, 1996) .
 
 
 
 
Revista Nacional de Cultura. Año LXIV. Julio-agosto-septiembre de 2003. N.° 327.
 
 
 
fotografía: José Antonio Rosales
 
 

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