Poemas. Rafael Alcides Pérez

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El agradecido

a Naty Revuelta

Toda mi vida ha sido un desastre
del que no me arrepiento.
La falta de niñez me hizo hombre
y el amor me sostiene.

La cárcel, el hambre, todo;
todo eso me ha estado muy bien:
las puñaladas en la noche,
y el padre desconocido.

Y así de lo que no tuve
nace esto que soy:
bien poca cosa, es verdad,
pero enorme, agradecido como un perro.

1963
 

 

 

 

Lista de cosas que saben hacer las manos

a David y Elsa

Llegan las seis de la tarde
y mis manos te aman rápidas por debajo de la blusa,
por debajo de la falda, un
pedazo de muslo, en la oficina,
a la salida del trabajo,
antes de llegar a la casa.

Llegamos a la oscuridad de la acera,
detrás de una máquina,
y mis manos te vuelven perra
(antes te habían dicho cosas que yo no podría,
porque mis manos siempre comienzan diciéndote cosas
que no están en el diccionario).
Al día siguiente es sábado
y mis manos te buscan por la ciudad,
te arrasan en las esquinas,
en los cines, en los bares, junto a los árboles,
y vuelves a ser perra,
tal vez yegua, mi amor.

Así cada día
mis manos te vigilan, te aguardan,
te cercan. Sabes ya que no hay escapatoria:
mis manos te han rodeado para siempre
y empiezas a bajar de peso,
los ojos se te hunden, tu marido sospecha.
Pero no importa. Once
meses hace hoy que aprendiste que para el ancho de tus caderas
se hicieron mis manos
y quisiste celebrarlo
en los peldaños altos
de una escalera con la puerta abierta
que nos saliera al paso.

(Por fin has perdido el juicio,
me dije. Por fin has descubierto lo que nos faltaba:
¡el mundo ha sido poblado por mis manos!

Eso que flamea en aquella asta es una mano mía
y aquel semáforo es mi otra mano:
ese edificio ya nunca más será un edificio,
sino mis manos, y hacia mis manos seguirás huyendo,
de nuevo a ser perra, veloz,
despavorida, como todas las tardes,
mientras el inteligente de tu marido se divierte con otra).

Ahora, sin embargo,
en la estación de policía, no sabes qué contestar,
decir por ejemplo que la culpa ha sido de mis manos
(¿lo dirías?) ¡Qué se vayan al diablo
el sargento, los vecinos,
tu propio marido (que aún no se ha enterado),
y que vivan mis manos, amor!

Mis manos dulces de besar en tus rincones
de hacer trenzas, barcos,
ferrocarriles,
cien mil extrañas cosas con tus senos.

¡Con sólo separar tus piernas, amor,
mis manos despiertan el barrio!

1964
 

 

 

 

El talismán

A Miguel Ángel Tamayo

Yo también poseí un talismán
en otro tiempo.
Yo también.

Era monarca a la luz de la mañana
y no me daba cuenta.
Más que monarca era emperador,
y no me daba cuenta.

En realidad poseía el mundo, toda la vida,
era el dueño absoluto del firmamento;
muchas veces entonces
fui inmortal,
y no me daba cuenta.

Creo que poseía demasiado
para poder comprender nada.

(Tampoco me hacía falta.)

1970
 

 

 

 

Aquellos espaguetis

Aquellos espaguetis a la crema que hacíamos al terminar,
aquellos espaguetis que comíamos todavía temblando
(dejábamos el agua puesta a la candela,
con la llama bien bajita,
y quince minutos antes del final
volando tú ibas, descalza, y los echabas,
y descalzas volvías volando,

Pla, pla, pla… ¿te acuerdas?);

aquellos espaguetis de entonces al caer la tarde
con su olor a guayabas remotas, que el viento traía desde el bosque y el río
si el recuerdo no miente,
si todo no fue un sueño,
aquellos espaguetis de entonces son testigos,
me confirman aquellos espaguetis,
que durante un tiempo
por aquí cruzó, por aquí anduvo,
hizo nido por aquí la Felicidad,
disimulada entre calderos y sábanas,
y tal vez por eso
no nos dimos cuenta.
Pero, ¡qué quieres! Sí entonces eran calderos y sábanas solamente,
una cama que crujía y aquellos espaguetis en el agua.

1970
 

 

 

 

Recado a mi hijo Rafael

en aquellas noches
tú gozabas escondiéndote
donde yo no te encontrara,
y en efecto, tus raras
habilidades
me impedían encontrarte
aun teniéndote
a un lado o detrás de mí.

¡Qué cosa! ¿en cuál lugar de la nada se
habrá vuelto a meter?
¡Porque de la casa no ha salido!

Volvía a buscar en los clósets,
debajo de las camas,
hasta dentro de los libros me
ponía a buscar, y nada, jamás
logré encontrarte.

Tenías el don de hacerte invisible.
Tenías esa propiedad.

Aquellas noches, niño mío,
fueron mis Mil y una noches.
Dios las guarde
en tu memoria, mi rey.

Que repasándolas
logres descubrir
lo que por no haber aún
palabras para eso
quería pero no pude
decirte entonces,
cuando un día,
ya sin jugar,
sea yo, tu padre,
quien se esconda.

(enero 20, 2002)
 

 

 

 

Carta a Rubén

Hijo mío,
harina, ternura
de mis ternuras,
ángel más leve que los ángeles:
desde hoy en adelante
eres el exiliado,
el que bajo otros cielos
organiza su cama y su mesa
donde puede,
el que en la alta noche
despierta asustado y presuroso
corre por la mañana
a buscar debajo de la puerta
la posible carta
que por un instante
le devuelva el barrio,
la calle, la casa
por donde pasaba la dicha como un río,
el perro, el gato,
el olor de los almuerzos del domingo,
todo lo bueno y eterno,
lo único eterno,
cuanto quedó perdido
allá atrás, muy lejos
cuando el avión como un pájaro triste
se fue diciendo adiós.
El que deambula y sueña
lejos de la patria, el extraño,
el tolerado —y, a veces,
con suerte, el protegido
al que se le regalan abrigos
y los zapatos que se iban a botar.
Pero nosotros,
nosotros los solos,
los tristes,
los luctuosos,
los que medio muertos
hemos visto partir el avión
—sin saber si volverá
ni si estaríamos entonces—,
nosotros, esos desventurados
que fuman y envejecen
y consumen barbitúricos,
esperando al cartero,
nosotros, ¿dónde,
adónde,
en qué patria estamos ahora?
¿La patria, lejos de lo que se ama…?
¿La patria, donde falta un cubierto a la mesa,
donde siempre sobra una cama…?
Dios y yo y el sinsonte
que cantaba en la ventana
lo sabemos, niño mío, que fuiste a dar tan lejos:
donde se vive entre paredones y cerrojos
también es el exilio, y así,
con anillos de diamantes
o martillo en la mano,
todos los de acá
somos exiliados. Todos.
Los que se fueron
y los que se quedaron.
Y no hay, no hay
palabras en la lengua
ni películas en el mundo
para hacer la acusación:
millones de seres mutilados
intercambiando besos, recuerdos y suspiros
por encima de la mar.
Telefonea,
hijo. Escribe.
Mándame una foto.

2009
 

 

 
Rafael Alcides Pérez (Barrancas, Cuba, 1933 – Cuba, 2018). Poeta y narrador. Vivió en La Habana en insilio. En 1993, se retira de la vida pública y ediorial cubana, renunció a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y se negó a recibir premios nacionales. Publicó los poemarios: Himnos de montaña, 1961; Gitana, 1962; La pata de palo, 1967; Agradecido como un perro, 1983. 2ed. 1990; Noche en el recuerdo, 1989; Y se mueren, y vuelven, y se mueren, 1988; Nadie, 1993. En 1965 obtuvo una mención en el concurso Casa de las Américas por su novela Contracastro, aún inédita. Su libro Memorias del porvenir recibió el premio Café Bretón (España, 2011). La Editorial Renacimiento de Sevilla, España editó en 2009, Poesía seleccionada 1963 – 2008. En 2015, la Editorial Verbum de Madrid publicó Memorias de un soñador. Poemas escogidos. Obra seleccionada por el autor (1962-2015). El documental Nadie de Miguel Coyula, basado en entrevistas hechas a Alcides, obtuvo el Premio al Mejor Documental del Festival de Cine Global Dominicano en 2016.
 

 
n.e.
El Rubén del poema es Rubén Alcides Pérez, hijo del poeta que partió de Cuba hace más de diez años y cuyo paradero exacto desconoció el poeta hasta el momento de su muerte aunque intentó ponerse en contacto con él.

 

 
Entrevista en extenso a Rafael Alcides Pérez 

 

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