Cáliz alzado por el Divo de Juárez. Edda Armas

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Juan Gabriel

Sentí tristeza al comprender que no fue un sueño, que fue verdad, tú te habías ido para siempre, me despertó la realidad y fue la muerte, de mi alegría y mi ilusión por no perderte;  con qué razón sentí el cansancio de tus besos, te pregunté si todavía me querías, y con silencios contestabas mi pregunta, sí es, tan divina la verdad por qué mentías; yo hice todo lo posible por qué un día tú me quisieras como yo necesitaba, al fin y al cabo que mi amor ya lo tenías, yo con un poco de tu amor me conformaba, y no me diste ni tu adiós cuando te fuiste, y todavía yo pensaba que era un sueño, me despertó la realidad y fue mi muerte, tu ausencia fue, de mi vivir, el cruel veneno.

Hay seres magníficos anclados en el tiempo de su existencia intra-conectados con la fuerza de su pasto espiritual, quiénes logran traducir artísticamente los distintos rostros del dolor existencial, propio y ajeno. Alberto Aguilera Valadez traía su áncora al nacer. Afinadas cuerdas vocales a modo de armónica arpa con arraigo tonal de antepasados, acendraron la fuerza y el sentido hondo de su voz. Innatamente sabio, de niño separado de su madre y hermanos. Acto cruel, ejercido por su propia madre, que le forjó el carácter y lo hizo valiente y plantado en su dar pasos firmes hacia la autorrealización. “De niño yo era viejo”, afirmaba. El maestro Juan Contreras de Zacatecas, adorable hojaletero y músico, de quien tomaría nombre junto con el Gabriel de su padre, que providencialmente se le cruza en el camino del desamparo afectivo en el orfelinato, es quien le alienta al jardín creativo de la composición musical enseñándole de niño las notas musicales. Juan, es el apóstol que a él lo salva. As de oro, don, talento y destino. Nobleza de corazón al que no abate la adversidad. Todo nacido que escucha su inteligencia, anuda tozudamente la fortuna. Entender pronto, como él lo hizo, con intuición y atinada capacidad de ponerse en el zapato del afligido, de lo incomprensible, forjó en él más honda captación, al asimilar que darle vida al palomo muerto, al dolor que rompe el pecho del desvalido, perdonar a la madre, ponerse del lado del que pide la limosna, del preso, del que pide perdón, del que se abandona a su suerte perra,  y bregar cantándole al amor eterno, eran los temas que, al interpretar, le darían lugar de privilegio en el corazón de sus escuchas, y en la música de su país, a quien en el altar se le tiene y adora como el Divo de Juárez.

Lo que se ve no se pregunta, tajante y lúcida afirmación oída de sus labios, valida el derecho a la diferencia, al resguardo de la intimidad, en defensa de la diversidad sexual. La vida personal defendida  a diestra y siniestra, cuando desde lo convencional y lo pacato querían obligarle a ponerse la camisa de fuerza de un traje que él no aceptaba, e inteligentemente nunca se puso. De su moda al vestir de charro, con estampados de flores, lila y el rosa, con lentejuelas, mostacillas, dorados y broches con pedrería brillante, hizo una identidad mexicana aliñada para afirmar mordazmente quién era, con la dignidad del que no la teme, desdeñando y burlando toda censura. Qué voz de privilegio, la suya. Oírla levantarse en su tono más alto y des-armante de lo fútil, al hacerse  acompañar de la orquesta dirigida por Enrique Patrón de Rueda, entre acordeón, violines, violoncellos, arpas criollas, guitarras eléctricas y acústicas, bandoneones sopranos y percusión latina, al compás del ritmo suyo, logrando llevar sus canciones al escenario anhelado del Bellas Artes. Óyelo subrayar el no tengas miedo tú que yo jamás te voy a abandonar sí cada día que te amo es más y más. Sus composiciones son y serán las alas de lo perdurable, con el brillo solista de un ser humano conmovido, humilde, sabio y trascendente, a quien de muy joven le despertó la realidad.

Hay tristezas en mis ojos, amargura en mi rostro, quiero disimularlos (…) sabes que estoy llorando, que estoy sufriendo, pero a ti sin embargo nada te ha de importar (…) ¡ay que dolor si no fuera porque aún te amo, amor, ya yo te hubiera hecho mucho daño, pero es mejor, perdonar

Sus sandalias bien bailadas, permanecen al pie de la alta colina que alcanzó superando el pedregoso camino andado en 66 años de existencia. Nobleza del alma que supera y perdona.

 

Los Campitos, bajo influjos de la superluna en perigeo del 14 de noviembre de 2016.

 

 

 

fotografía: Edda Armas.  Altar de «Día de muertos» preparado por talleristas de literatura y personal de la Fundación para las letras mexicanas (FLM) en Ciudad de México, Noviembre, 2016. 

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