Gotas de olvido (selección). Felipe Márquez

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textos posibles para un personaje titulado «Felipe Márquez»

No creo en el tiempo lineal. Un segundo
puede durar una eternidad y la eternidad
puede caber en dos o tres segundos.

 

Toda imagen debe ser un acontecimiento vivo,
respirable y en expansión.

 

Vivir es devorar las formas del tiempo.

 

Mi vida se resbala con lentitud a merced
de una empinada ladera.

 

He retirado mis naipes no me atrevo
a apostar.

 

Camino ecléctico y bifurcado. Desesperada
pasión. Incólume regazo que apacigua todos
mis sentidos.

 

Tan sólo prevalece la sugerencia como atisbo
de una posible creación.

 

Entiendo que la vida es brisa y sortilegio.
Oriento mis pasos tentativos. Constelación
apacible recubierta de flores.

 

Lleno mi vida como la lluvia reciente al caer
sobre una ciudad imaginaria.

 

Extraño la vertiginosa sapiencia de un coleccionista
investigador.

 

Me observo de soslayo en el espejo y aparece
un poderoso dragón. Vivo rodeado por seres
imaginarios cubiertos de estrellas fugaces.
Hoy no hablaré de muertes sutiles ni de
recovecos. En esta tarde ilustre conmemoraré
la amistad, la certeza de existir más allá de
las ensoñaciones posibles. Soy uno con Dios.
Me duele el pasado como una costilla rota.
Observo las horas presentes y sentado en
una mecedora, converso sobre todo lo posible,
con libertad. El tiempo es una ilusión
y el cuerpo también. Se trata de la sensación
material de estar vivo, la capacidad de
ser armónico, respirando adecuadamente;
con la certeza feliz de que alguien nos ama
más allá de la historia, de las sombras
oscurantistas del ser y de sus recovecos.

 

 

Celedonio Lira

Celedonio Lira era el chofer
de los Villanueva. Moreno espigado y sonriente, devoto de
fumar tabaco santero y aliado del buen ron Cacique. Celedonio
era un alma sencilla que caía en trance y cambiaba de voz,
comenzaba a hablar de tesoros ocultos y de cómo debíamos
desenterrarlos. En Camurí Grande había un tesoro oculto. En
la vieja residencia de las Casanova había otro.

 

Recuerdo haberle comentado que estaba muy preocupado pues
alguien extraño a la familia estaba buscando el tesoro enterrado
en la casona de Altagracia a Salas. Él me dijo que comprara
una virgencita, unos habanos y una botella de buen ron. Así
apertrechados fuimos como a las doce de la noche: la tía Mary,
el tío Alberto, Celedonio y los primos Mujica Brandt y Ani
Villanueva.

 

Celedonio se fue hasta el patio trasero, se quitó la camisa de
manga larga y comenzó a invocar a los santos patronos de la
corte celestial.

 

Corría el año 1968 y Alberto Brandt lucía algo enfermo y muy
nervioso, lanzaba ferozmente un cuchillo contra la gran puerta
de vieja madera y yo asustado le decía que iba a aparecer un
guerrillero que estaba oculto en la casa.

 

Mary, quien también tenía dotes de psíquica, observaba muy
atenta los rituales de Celedonio Lira, buscador de tesoros
familiares.

 

Celedonio gritó: «Maldito español que robaste el collar de la tía
Pepita». Ya habían descubierto el tesoro, dijo, y se lo llevaron
muy lejos. Apareció de pronto el moreno algo mareado y trastabillando, le dijo a Alberto que se iba a ganar un premio en una
bienal de Arte. A mí me aseveró que sería embajador y así iba
adivinando la suerte de todos los presentes, inspirado por el
humo pestífero de los tabacos nacionales.

 

Hacía un mes que Soledad Domeneh, lectora de cartas del
Tarot, quien ejercía su oficio de vidente en la avenida
Casanova, aseguró que en el patio trasero de la gran casa había
un tesoro, ubicado al pie de dos grandes árboles enfrentados.
Estaban allí mi tía Julia Cecilia Mujica, Mary Brandt, mi mamá
y mi hermana Mariela. Por lo visto la vidente era muy atinada
pues describió situaciones cotidianas con gran certeza cartomántica.
Celedonio nos llevó esa misma tarde a la vieja casa y
muy ciertamente estaban los dos árboles y alguien había instalado
varios bombillos que iban hasta el pozo séptico, muy cerca
del lugar donde debería estar el tesoro escondido.

 

Reynaldo Figueredo, mi cuñado, trabajaba en el Ministerio
de Minas e Hidrocarburos y logró que nos prestaran un artefacto
utilizado para conseguir minas en la guerra de Vietnam,
un detector de metales. Sonaba el artefacto y todo el mundo
corría a ver qué pasaba. Eran los frenillos dentales de Marina
Gasparini, falsa alarma. De nuevo, voz de alerta y todos
corríamos a ver qué sucedía. Dos fornidos jardineros de la
familia fueron ese día con su pico y su pala, dispuestos a desenterrar
el posible cofre trufado con perlas y valiosas monedas
de oro.

 

Así transcurrieron días hermosos llenos de magia y de una vida
exuberante. Todo sucedía muy lentamente y tenía un sabor a
sorpresas y a situaciones que ahora, recuerdo con placer y gran
ánimo. Celedonio marcó nuestras vidas para siempre.

 

Años después ocasionalmente se aparecía Celedonio en
Altamira como a las diez de la mañana. Comenzaba a hablar
con las flores del jardín y a cantar con voz de un monaguillo
altruista. A medida que iba fumando tabacos, aumentaba
el tenor de los trances místicos.

 

El moreno venía de Sorte con el aura muy limpia, dispuesto a
descubrir las más secretas verdades. «Épale, Dumbo, tengo
que hablar contigo pues tienes varios años sin ir a misa y eso
está muy mal». Mi hermano desaparecía como el viento esquivando
las certezas de Celedonio quien para ese entonces
conducía el autobús del Country Club, mostrando siempre
una gran sonrisa y saludando gentilmente a los transeúntes
capitalinos.

 

Le presté una tumbadora realizada por el músico «Pan con
queso» y comenzó a tocarla rítmicamente, con gran euforia.
«Felipe, ponte detrás de tu mamá y alza los brazos en forma de
cruz». Dilia, la muchacha de servicio parecía aterrada y para
colmo Celedonio decía: «Yo no sé por qué razón a mí me persiguen
las colombianas». Canto y tambor, canto y más tambor.
«Felipe, tú te quedas hasta el final de esta ceremonia». «Que
me tengo que ir a la Candelaria a comprar unos zapatos nuevos,
decía yo». «Mejor te quedas o algo malo puede pasarte».
«Carajo Celedonio, no me amenaces», y así seguía hilvanando
frases de diversos calibres, tenores y contenidos.

 

Debo confesar que nunca me gustó la mezcla letal de
Celedonio en trance mediúmnico manejando desde Camurí,
rumbo hacia Naiguatá, bordeando la oscura costa para comprar
dos bolos de pan francés. Yo fantaseaba infantilmente con que
el auto se iba a caer al mar Caribe. Afortunadamente jamás
nos pasó algo malo o lamentable.

 

«Mi mujer trató de envenenarme e incendió toda la ropa»,
decía Celedonio. Al día siguiente aparecía con elegantes camisas
de los primos y hermanos.

 

Una vez me dijo con solemnidad, «Felipe, tú escribes esos
garabatos porque también eres apocalíptico». Celedonio inspiraba
una gran seguridad, rodeado por una corte imaginaria de
deidades posibles, Changó, Yemanyá, Eleguá, y la virgen de la
Caridad del Cobre. Muy unido a Kalina Torres, repartía flores
a diestra y siniestra, con su inconfundible buen humor.

A veces Vicente Lecuna, mi gastroenterólogo, cuenta viejas
hazañas del prodigioso Celedonio Lira.

 

Una vez se dispuso a recoger a un señor atropellado en la calle
por un coche furtivo y lo metieron preso. No tenía nada que
ver con el accidente pero lo encerraron durante dos meses
exactos.

 

Con Celedonio nada era predecible, todo era poética y fresca
posibilidad de unión entre hermanos y de valores mágicos que
me marcaron como lo haría un hierro candente. Celedonio
llenaba ritualmente un espacio que hoy luce solitario y abandonado.
Era magia a flor de piel, vida y más vida. Todo resumido
en un mismo e irrepetible ser humano.

 

En verdad añoro las sabrosas conversaciones vespertinas impregnadas de humo y caña brava.

 

A veces, al manejar, me confundo y al observar al conductor
del carro vecino vislumbro la silueta jovial de Celedonio Lira.
Así aparece oculto tras ensoñaciones diversas, pelando los
dientes muy blancos, con una sonrisa en verdad contagiosa.
¡Ave, Celedonio, rey de las flores y de los contertulios! Alabada
sea tu franca presencia de hombre correcto y sincero. Amén.

 

 

Dumbo

Recuerdo a mi hermano Dumbo
como un centauro triste sobre su inmensa moto Triumph.
También acicalándose minuciosamente frente al espejo mudo
con la tenacidad de un bárbaro narciso. Hombre pacífico,
sensible e inteligente. Descubrió el desapego hacia 1990,
J. Krishnamurti, las largas caminatas por toda la ciudad.
Billy Elliot  y Moulin Rouge eran dos de sus películas predilectas.
Falleció en el 2004 sorprendido como un tucusito.
Rememoro su profunda soledad y su infinito desasosiego.

 

 

Elisa

De pronto añoro a mi hermana Elisa
hermosa tras los atardeceres de abril,
recubierta por frondosas plantas tropicales
con una bella sonrisa encajada entre sus labios tenues,
presagios de un nuevo encuentro posible
más allá de las muertes cotidianas.
Conservo de ella su serenidad y su joie de vivre,
la siesta vespertina,
su lucha frontal contra las ardillas esquivas.
Debes conversar mucho con Julia nuestra madre pintora,
con Dumbo y Federico.
Monse, mi padre partero, te abrazará con ternura
como si fuese la primera vez.
Oh Kiralina, llena de amables detalles,
fuiste mi socia en esta vida pasajera,
ya nos reencontraremos a su debido tiempo.
Se han confabulado los dioses
para otorgarme un poco de felicidad civil.
Tomarás tu whisky de las seis, «On the Rocks»
acompañada por Felipe Montemayor.
Que viva la corroncha dicen los críos.
Costurera de trajes imposibles,
amiga de la sociedad amena y sus artilugios,
fuiste princesa de un cuento de hadas.
Despertar risueño y enamorado de la vida prodigiosa.
Salvoconducto para eludir los demonios y las bestias.
Caminarás por el bosque de Boloña como una dama encantada.
Te recuerdo protectora en París, 1961,
la primera vez que me monté en un metro fue contigo
era una tarde pacífica y parisina.
Compré una pequeña caja de Legos
y así construí una casa efímera,
todas lo son.
A veces sueño contigo en la distancia del tiempo remoto.
Escucho la sexta Sinfonía de Tchaikovsky, dirigida
por E. Mravinsky
y rememoro viejos encuentros musicales, en «Montemar» tu casa
de Los Chorros.
Dónde estará el osito japonés de madera,
sí, el de la buena suerte.
El San Antonio también, debe estar entre tus queridas miniaturas.
Hoy te recuerdo querida hermana con la voz afable
cortando mi cabello en 1979 con una afilada hojilla de barbero,
te admiré en secreto, ¿para qué negarlo?
Hoy te recuerdo con una gran sonrisa
desde la inmensidad de tu casa primigenia.
Agradezco tu influencia celestial.
Apenas comienzo a salir de la cruel monotonía.
Me arreglaré para la ocasión, lo prometo solemnemente.

 

 

Gorda Dymo

En verdad fui el último hijo que habitó el vientre de Julia Sofía,
mi mamá pintora. Así, crecí cubierto de una inevitable soledad,
rodeado de hermanos mayores, primos, tíos y un particular
tren de servicio. Toda esta explicación es para corroborar que
por suerte tengo una hermana espiritual y contemporánea,
Gorda Dymo (Gisela Alfonzo de Capellin).

 

A ella la conocí hacia 1978 cuando coincidimos en la quinta
«Guayamurí» de los Villanueva Brandt. Gisela se ofreció espon-
táneamente a vender varios ejemplares de «La gaveta ilustrada»,
un número que me tocó diseñar para ese entonces.

 

Hermosa, inteligente, extremadamente simpática y consecuente.
En verdad me enamoré enseguida de ella pero no me prestó
mayor atención.

 

Hacia 1989 volvimos a coincidir cuando ella regentaba una
preciosa librería infantil ubicada en El Hatillo. Ya para entonces
ella había fundado junto a su hermana Anita el preescolar
que ambas dirigen.

 

Da la gran coincidencia histórica de que los Alfonzo-Larrain se
mudaron a Chiray, mi entrañable casa de infancia, ubicada en
la avenida El Estanque, cerca del Country Club. Así, el destino
logró que Gisela y yo compartiéramos una misma habitación
primigenia. Conocí a «Alfa», su papá, excelente caricaturista
y a doña Gisela, su gentil señora madre.

 

A partir de la época de ProDiseño (1990) los encuentros significativos
se hicieron cada vez más frecuentes.

 

Ella está casada con Andrés y es mamá de tres maravillosos hijos.
Fuimos al cine Paseo a ver la primera película de Harry Potter,
almorzábamos esporádicamente rememorando una Caracas
fantástica, rodeada de tupidos araguaneyes y de apacibles jardines
internos.

 

En el año 2005 perdí completamente la razón y Gisela reapareció
en mi turbulenta vida como una protectora hada madrina,
cargo honorífico que ocupa hasta la actualidad.

 

Ella descubrió una intensa veta literaria que la ha llevado
a escribir estupenda poesía erótica, narración imaginativa
e historias de fantásticos viajes.

 

A Gorda Dymo la llamo rigurosamente todos los días del
mundo. Al despertar, con el jaleo que hacen las guacharacas
criollas, comentamos los acontecimientos más recientes y con
cierta frecuencia nos reunimos para disfrutar de nuestras
sensibilidades muy afines.

 

Gisela es como el eco surreal de una centella abrumadora,
es inmensamente generosa y optimiza las situaciones azarosas
de la vida cotidiana. En fin, es una mujer adorable, rodeada
de gracia y virtudes. Parece una figura nacida de un arraigado
cuento de Julio Garmendia. Es un ser recubierto de luz.
Ella habita en una galaxia particular rodeada de una intensa
capacidad de ser el otro, de compartir el instante con gracia
e intensidad.

 

Felipe Márquez. (Caracas, 1954). Artista plástico, dibujante, diseñador y escritor. Realizó estudios de Diseño en el Instituto Neumann (1973-1978), donde fue alumno de Luisa Richter. Especialista en el libro como objeto, desde 1985 ha dictado numerosos cursos sobre este saber. Fue director de la Escuela de Comunicación Visual y Diseño, Prodiseño (1991-1993). Ha publicado los libros: 20 (cuentos, 1975), 21 (poemas, con textos de Luisa Richter, 1983), XXII (poemas, 1992), 38 (dibujos en línea, 1994), Bustrofedón (cuentos y artículos, 2005) y Gotas de olvido (anotaciones, 2016). Compiló la correspondencia de su abuelo Federico Brandt bajo el título de Hamburgo, de Altagracia a Salas (Fundación Polar, 1998). Actualmente prepara un libro sobre el ángel Sardanápalo. En 1976, obtuvo el Premio Rotary Club en el XXXIV Salón Arturo Michelena y recibió el IV Premio Avellán en 1979. Fue columnista de las Páginas culturales de El Universal, bajo la dirección de Sofía Imber.

Ilustración: Felipe Márquez. Dibujo del martes en la mañana. Técnica: Marcador.

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#FelipeMarquez#GotasDeOlvido

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