En homenaje a Harry Almela. Una voz que clama en el umbral. Miguel Gomes

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Considero memorable la poesía de Harry Almela por motivos que no se limitan al rigor de sus tanteos en diversos registros de la lengua o su fuerza y coherencia expresivas. Sin menoscabar su compromiso de artista con la introspección, es obvio que no desdeñó la importancia de la docencia, la gestión cultural y las faenas de editor, todas ellas en deuda con un sentido práctico capaz de abrir boquetes e instalar múltiples puertas giratorias en la más impenetrable torre de marfil. Por otra parte, como poeta pensante —quienes lo conocieron pueden dar fe de ello—, Almela admitió la inevitabilidad de ciertos umbrales fenomenológicos dispuestos entre la escritura y los horizontes de expectativa de quienes la reciben. En dichos umbrales el sujeto poético dialoga con otras cristalizaciones de la identidad, entre las cuales destacan la del autor como ciudadano, como integrante de una etnia o como agente político.

Si bien cuesta negar que la poesía tienda hasta cierto punto a separarnos del contexto transfigurando la franca intervención comunitaria en una indirecta operación psíquica —según lo aseveraron numerosos teóricos del siglo XX(i) —, la visión de una absoluta autonomía fenoménica de la obra literaria reposa en creencias erróneas. Aquí tengo espacio para mencionar solo un par. Una, que la escritura pueda cerrarse por completo a las redes intersubjetivas de la pragmática del texto; otra, que la autonomía artística no dependa de su contrario dialéctico. En cuanto a lo primero, baste recalcar lo que a estas alturas es evidente luego del largo periplo de las ideas de Hans Robert Jauss y otros hermeneutas de la lectura: que el público, con su bagaje vivencial, participa tanto como el escritor en la generación de sentido. En cuanto a lo segundo, no debe soslayarse lo que la sociología contemporánea, en particular la francesa, ha demostrado de modo fehaciente: que incluso los sectores pretendidamente autónomos de la sociedad existen en función de una relación camuflada o eufemística. Almela fue consciente de que el permiso concedido a la voz del poema para despojarse de biografía es, a lo sumo, relativo y que a tal espacio de comunicación suspendida no se reducían sus versos, puesto que el lenguaje, aun procurando emanciparse de las circunstancias, lo hace para que estas una vez más lo reciban y de alguna manera oblicua se alteren. Ello explica que, a lo largo de su carrera, con lucidez y premeditación, Almela se haya forjado un semipersonaje en tránsito infatigable entre sus escritos y sus hábitos personales, entre los hablantes textuales y el ser humano que los produjo, entre la imaginación verbal y lo cotidiano.

Ese mediador adquirió en los últimos años de su labor —los del amargo derrumbe de Venezuela— el cariz de un profeta del Viejo Testamento enfrentado al acre polvo de los paisajes desérticos; un Isaías extático o, con más frecuencia, un Jeremías azotado por penas y dolores de cósmicas dimensiones. A los atisbos de fatalidad, se agregaban no menos la rabia, la indignación. Su poética, en efecto, no tardó en proyectarse sobre los dominios de la ética y, en ellos, se hacía imprescindible la transgresión de las barreras implícitas en la ficción lírica. La fragilidad de estas es de vieja data; Almela optó, no obstante, por resaltar el hecho. Lo mejor, lo más hondo y acabado de su escritura, tiene un aire trágico y feroz porque de otra manera la realidad que le tocó vivir carecería de correlato en sus páginas. Sus poemarios más estremecedores, la patria forajida, Silva a las desventuras en la zona sórdida y Contrapastoral, ocupan ya un lugar en la historia literaria nacional como la manifestación de estructuras afectivas que no se confinaron en la intimidad del autor. A ellos podría aplicarse la caracterización de Jeremías ofrecida por San Jerónimo: in verbis simplex et facilis, in majestate sensuum profundissimus, solo que la desolación y la furia de Almela las suscita no un pecado que precipita el desfavor divino, sino un entorno percibido como acechante, ominoso, ávido de “nuevas víctimas” y donde “jadeamos en paz / hacia el matadero”.

La jurisdicción del poema y la del individuo se superponen gracias a la reaparición del pathos de sus últimos libros en sus declaraciones a la prensa y en las conversaciones informales. Recuerdo haberle comentado en la Feria del Libro de la Universidad de Carabobo en 2015 que muchas de sus posturas me resultaban afines a las de Jonathan Culler, quien por esas fechas insistía en que concebir el poema a la vetusta usanza del formalismo ruso y el New Criticism, o sea, como objeto desprendido de la comunicación o la persona del poeta, equivale a una crasa simplificación; lo que se impone al sentido común es, más bien, la necesidad de que apreciemos al leer la tensión establecida por los elementos ficticios y los propios del rito, definido este como convenio mediante el cual la experiencia y el decir privados se rearticulan en actos colectivos(ii). Al ensimismamiento debe seguir el ansia de comunión, y viceversa; únicamente obedeciendo tal lógica, pendular, logra un quehacer apocalíptico como el de Almela intuir la esperanza, por más injustificable que parezca a la herida razón del sufriente:

existe siempre algo
que nos salva de algo

aunque no entendamos

Creo inútil añadir palabras a esta lapidaria composición, a la vez conmovedora y admirable por su sencillez.

Las diásporas, la oscuridad, la ruina o la ira —así como el deseo de salvación— evocados por Almela corresponden a una sensibilidad afincada en el mundo, sedienta de negociar con él. Constituyen el retrato de una vocación creadora cuya fisonomía se confundió con la de los momentos más tristes, o desventurados, de su país.
 
 
 
notas
(i) Parafraseo a Henry G. Widdowson: writing is detached from context […] and the mode of overt social activity is transposed into one of covert psychic process[.] Poetry, in particular, takes this detachment principle even further (“On the interpretation of poetic writing”, The Linguistics of Writing, Nigel Fab et al., eds., Methuen, 1987, p. 247)

(ii) Al pie de la letra, Lyric, I conclude, involves a tension between ritualistic and fictional elements—between formal elements that provide meaning and structure and serve as instructions for performance and those that work to represent character or event (Jonathan Culler, Theory of the Lyric, Harvard University Press, 2015, p. 7). No está de más recordar que Almela afirmó en alguna entrevista que “lo que hace el escritor es poner la mitad del poema, el lector le pone la otra mitad” (Marisol Pradas, “Harry Almela: ‘El lector pone la otra mitad del poema’”, Azul Fortaleza, 11/10/2008. consultado 17/3/2018. http://azulfortaleza.blogspot.com/2008/10/harry-almela-el-lector-pone-la-otra.html)
 
 
 
 
Miguel Gomes. (Caracas, 1964). Narrador, ensayista y crítico literario. Ha publicado en narrativa: Visión memorable (987), La Cueva de Altamira (1992), De fantasmas y destierros (2003), Un fantasma portugués (2004), Viviana y otras historias del cuerpo (2006), Viudos, sirenas y libertinos (2008), El hijo y la zorra (2010), Julieta en su castillo (2012), Retrato de un caballero (2015). Ha obtenido los premios: Fundarte de Ensayo 1988, Premio Municipal de Narrativa (Caracas, 2004), Concurso de Cuentos del diario El Nacional 2010 y 2012.
 
 
 
fotografía: Vasco Szinetar. Serie Des-Coloridos 2016, Caracas

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#HarryAlmela#MiguelGomes#PoesíaVenezolana

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