epífitas. In memoriam. Breve nota sobre Los ausentes. María Antonieta Flores

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En el tablero de ajedrez simbólicamente se está jugando el destino del mundo. Las piezas oscuras juegan contra la luz del blanco. Y esta secular batalla entre opuestos, llevado al terreno del individuo, del yo, a su mundo interior, nos indica un enfrentamiento de fuerzas del cual, es lo deseable, debe emerger un yo fortalecido capaz de «recuperar el gesto perdido de los ausentes» para integrarlo a su presente. Es ésta la intención primordial que moviliza a estos poemas que comento.

El ajedrez es un juego de estrategias, de jugadas pensadas y digeridas, de movimientos enfocados en sitiar y acorralar. Con un tiempo propio, dilatado, el ajedrez supera las coordenadas temporales y marca su propio tempo: Un tempo que se puede inscribir en el infinito, en la eternidad, en la biblioteca borgeana o en los latidos de los poemas. Es éste el tiempo que se revela en «Planilla de solicitud» y en «Ars poética», poemas imprescindibles en el mundo que instaura Los ausentes» (Caracas: Dcir Ediciones, 2016), único libro editado en vida del poeta venezolano Rubén Ackerman (1954-2017).

En este poemario, la presencia de los ancestros, de las raíces judías y la marca del Holocausto son pilares centrales. El diálogo con la mirada y obra de Jorge Luis Borges es incuestionable.

Esto es lo más evidente para el lector, pero me interesa destacar dos procesos del mundo interior del hablante poético derivados de lo ya mencionado. El primero es cómo un juego complejo, antiguo y exigente como el ajedrez, se convierte en imagen no sólo de su mundo interior sino en el vínculo más notorio con la figura del padre. Un padre simbólicamente igualado a Dios en «Gambito indescifrable» y que marca los vínculos familiares en «Papá juega ajedrez», » Transnistria», «A la memoria de Silvia Ackerman».

El otro aspecto que creo necesario subrayar también aparece expresado claramente en algunos poemas: la recuperación de lo perdido. Aunque, tal como lo expresa en el poema que cierra el libro, «Querida Clhoris», sabe de la imposibilidad que encierra el deseo de volver a restablecer en algún lugar lo perdido:

Y aunque no te voy a ver ni te voy a recuperar
sé que el frío de la estepa hará que mi sueño
se prolongue en este invierno
sin fin.

Un padre que juega ajedrez ha dejado como legado a su hijo una sabiduría vinculada a las estrategias que sobre el tablero se ejecutan, y son ellas las que permiten a Rubén Ackerman hacer de Los ausentes un reservorio acuoso donde palpitan, gracias a la vida de la memoria y a la muerte que trae el olvido, todos los elementos que le dieron identidad y sentido desde la consciencia de la orfandad, sentimiento y emoción que sostuvo y conoció hasta el final de su vida considerando la fecha de publicación de este libro.

Quiere usted recuperar intacta su infancia,
resucitar a sus muertos, extender el mantel,
servirles pan y vino
No se siente usted a gusto como sobreviviente

Al llegar a la línea final, al cerrar el libro, queda el aroma de la soledad, el estado del alma que prevalece en aquél que permanece y logra elaborar una identidad fundada en las pérdidas: «Es larga la travesía de huérfano / sentir que lo incondicional ya no es para mí»
 
 

fotografía: Jason Maldonado

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#Holocausto#LosAusentes#PoesíaVenezolana#RubénAckerman

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