Una migaja. Alejandro Sebastiani Verlezza

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Rafael Cadenas. foto de Magdalena Herrera de Boersner

 
 
………………………………………………………….. Encuentro que la mejor manera de pasar mis días –al menos hace
………………………………………………………………………………..tiempo pensaba así– es la manera libre: no hacer planes, sino tomar
…………………………………………………………………………………esta o aquella senda conforme lo dicte el humor.

………………………………………………………………………………………………………. Walt Whitman, Conversaciones.
 

 
Hay muchas vías para llegar a comprender las corrientes más profundas que animan la escritura y la serena pero muy sabia vitalidad de Rafael Cadenas. Yo apenas quisiera apuntar una, tal vez la que siempre me ha sorprendido y ha dado más de una lección: el valor del silencio –en sí mismo, su presencia interpeladora– y su aparición dentro de la conversación y hasta la escritura. No, no hablaré de los largos silencios de Cadenas en las aulas de la Escuela de Letras, porque cuando lo conocí –según sus más viejos amigos– “ya él hablaba” (y vaya que sí, cómo lo ha hecho en los últimos años, hasta podría decir –bajo ciertas circunstancias– que lo suyo es la conversación, sobre las personas, su paso, las situaciones más menudas, el discurrir de la vida, todo muy a ras de piso, más bien lo que parece percibirse es una mirada embebida en el curso de cada menudo detalle que atrapa su atención, porque lo siente).

Hasta no hace mucho tiempo –qué será tres, cuatro años– solía siempre ver a Cadenas moverse entre Noctua, Templo Interno y El Buscón. En una de esas tardes en las que su andar y el mío casualmente coincidían –tal vez cuando esperaba el Metrobús que lo llevaba a su casa, o de pronto en la mesa de algún café– recuerdo que me detuve a sacarle un poco de conversación. En eso aparecieron varios amigos. Ya pasado un rato más o menos largo, cuando estaba a punto de irse, para agradecerle, apenas alcancé a decirle: “me alegró verte”. No comentó nada particular, era de esperarse, siguió de largo y la improvisada reunión se fue por quién sabe cuáles rutas. Al rato, veo que el profe se acerca despaciosamente: “te alegras fácil”, soltó al rompe. Y tras un silencio, más o menos largo para lo habitual, repuso: “días atrás…hablaba de eso con una amiga… y ella me dijo: pero Rafael… ¿si no nos alegramos…para qué vamos a vivir?”. Y tras otro suspenso, quizás más largo aún, o al menos así lo recuerdo, cuando parecía a punto de marcharse otra vez, retomó él mismo su propio hilo y en el más bajo de los tonos: …“una respuesta terapéutica”. Ahí sí se dio media vuelta y agarró su camino (quizá buscaba, como el Whitman que bien tradujo, dar con “las conclusiones jubilosas”).

Todo esto para intentar decir que hay en Cadenas un elogio del silencio, cuyas vías de comprensión no siempre son tan sencillas, no porque se manifiesten de manera enrevesada, sino por eso, justamente, por lo revelador que puede ser muchas veces ese silencio, al estar envuelto en una expresión lacónica, despaciosa, austera, en apariencia “simple”. En este silencio, intuyo yo, hay una gran prevención ante los dones de la elocuencia, la facundia la llamará él, el desparpajo mercurial de las analogías y los destellos especulativos cuando se regodean demasiado en sí mismos. Así lo presiento y trato de constatar en uno de sus libros, quizás de los menos frecuentados, Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística. De tanto en tanto, para sintonizar con su concisión, vuelvo a estas páginas y percibo que de algún modo se extienden hacia su escritura poética, no otra cosa puedo entrever cuando me acerco a este manojo de fragmentos envueltos en la humildad del que acepta la presencia de algo que sobrepasa su comprensión y al mismo tiempo está ahí, muy cerca: «sólo existe la realidad que somos», anota, «el ideal es un espejismo».

Y aquí recuerdo otro momento del encuentro ya evocado, pues sí que se habló mal –como toca– del actual gobierno y sus ya incontables horrores. Entonces puso sobre la mesa el contundente recordatorio: “la fuerza de ellos está en la mentira”.

Ah, la realidad, la realidad, la realidad y sus evidencias, la realidad y su misterio, aquí otro de los importantes recordatorios que aparecen en Realidad y literatura: el de poner en sordina –y apaciguar– las tentaciones por abarcar las comprensiones totales y “establecer una relación directa, no basada en la ideación, con los seres y las cosas”. Adentrarse en lo anterior y sus dificultades, si comprendí bien, implica tratar de desandar todo deseo compulsivo por imponer puntos de vista –más bien, se trata de tener ojos– y hacerse “dueño” de la razón. Por eso, en adhesión a la claridad, Cadenas medita con firmeza: «Las religiones en vez de unir, dividen a los seres humanos, lo mismo que las ideologías de cualquier signo y el nacionalismo. Esta trinidad carga con crímenes incontables» (de nuevo: la fuerza de la mentira, la que pretende infiltrarse en las intimidades y los ánimos para causar todas las aflicciones posibles y dejar bien tapiado el camino “hacia las fuentes de la vida”).

La vida y no las creencias solidificadas y cómodas, la intensidad del presente y no el agobio de los infinitos proyectos, el fluir de la consciencia y no el atore de los pensamientos, la aceptación de lo que solo puede percibirse por ráfagas. De lo anterior puede inferirse la relación de Cadenas con el tao y el zen, su muy temprano alejamiento de las militancias y sus reticencias por lo meramente «literario»; quizá por algo de esto se distancia su prosa de los tonos más exhaustivos del tratado, la monografía, la tesis, los sistemas filosóficos y los planteamientos de tono más escolar: no demuestra, diría, apenas muestra, constata, asiente; su tono se mueve en las anotaciones, los apuntes, los fragmentos, los aforismos, las contestaciones; no es tampoco una negación del pensamiento, más bien un andar por sus caminos laterales, los que aceptan el asombro y todo lo que no se deja explicar o asir a la primera y requiere gustarse con lentitud; porque a fin de cuentas habla de una vía muy profunda –la vía de la atención– y no una afirmación voluntarista, un saber más cercano a la intuición, que se mueve por ráfagas y por insights, pero como decía, tampoco se trata de negar el pensamiento y volver esto “una posición”, un deber, otro absoluto más, sino de experimentar y aceptar sus límites, ahí la dificultad, la de aquietar la mente; y dentro de esos límites, ocurre aquella línea de Inmediaciones:

…………………Realidad, una migaja de tu mesa es suficiente.

El posible origen de esta reticencia ante el costado más excesivo y manipulador de la elocuencia –basta pensar en los leguleyos y los ideólogos cuando se dedican a manipular y confundir, ejemplos sobran– puede que esté relacionado con el doble filo que la palabra lleva dentro de sí. Por algo ha escrito en Memorial: “La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, insistimos, nadie sabe por qué”. Y justo ella, la mediadora, la vía para acercarse a los otros, termina usándose en función de una idea. Aquí hay un arco que ya En torno al lenguaje asoma: el habla del poder falsea, manipula, tuerce, impide la percepción y el recibimiento de lo real. Y por eso su “Ars poética”: si la palabra lleva “lo que dice”, si se mantiene como un latido, si esa tensa atención previene contra las imposturas, las estafas, sobre todo ante uno mismo, la vía que Cadenas propone vive en tres versos:

…………………Que cada palabra lleve lo que dice.
…………………Que sea como el temblor que la sostiene.
…………………Que se mantenga como un latido.

El cese de tantas preguntas, la aparente despreocupación –que es un asentimiento– de la risa soltada por el que sabe que no sabe y acepta su andar sin temor ni altivez. Apenas escribir como se vive, porque primero se vive, inclinado sobre el cuerpo amado que es también el cuerpo de la realidad toda. Y por eso, estoy casi seguro, ya en Realidad y literatura, Cadenas, el hombre que dice vivir en una ignorancia radical, se detuvo en eso que «Keats le ofrece al mundo»:

………………………………………………………………………………………un corazón
………………………………………………………………………………………que observa y acoge

 
 
 
 
 
 
 
n.a.
Este texto forma parte de un libro de ensayos inédito sobre la poesía venezolana contemporánea y fue leído el 12 de julio de 2018 en el marco de un homenaje a Rafael Cadenas organizado por la Oficina Cultural de la Embajada de España en Venezuela. El evento, “Celebrando a Rafael Cadenas”, en ocasión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, contó además con la participación de María Fernanda Palacios, Luis Miguel Isava y Rafael Castillo Zapata.
 
 
 
 
 
 

Alejandro Sebastiani Verlezza. (Caracas, 1982). Poeta, ensayista, ha publicado una plaquette de poemas: Posdatas (El Pez Soluble, 2009), el diario literario Derivas (bid & co, 2013) y dos poemarios: Canción de la encrucijada (Editorial Eclepsidra, 2016) y Partir (OT Editores, 2018). Ha preparado la antología poética Del fluir de Santos López (Madrid, Kalathos Ediciones, 2016) y la selección de ensayos La otra locura de Armando Rojas Guardia (bid & co, 2017) y en coautoría con Adalber Salas Hernández, las antologías: Tramas cruzadas, destinos comunes (Común Presencia Editores, 2013) y Destinos portátiles (Vallejo & Co, 2015).

 
 
 
 

fotografía: Magdalena Herrera de Boersner

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