epífitas. Tercer aniversario luctuoso de Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel. Viajes y presentimientos. María Antonieta Flores.

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…..……………………..…………… para Iris, a quien le debía esta crónica de mis viajes a México
 
 
 
 
Entre mis haberes atesoro los viajes que hice a México. El primero en 2001, el último en 2010. No creo que pueda sumar algún otro viaje más a esta vivencia entrañable, las circunstancias del país donde vivo y la que padecemos los ciudadanos comunes aquí atrapados me dan suficientes razones para pensarlo.

Mi primer viaje fue para asistir al encuentro Mujeres Poetas en el País de las Nubes, organizado por Emilio Fuego, ya fallecido. Era en la región mixteca oaxaqueña. Esta invitación me permitió reencontrarme con mis buenos amigos, los escritores Saúl Ibargoyen (†) y Mariluz Suárez, a quienes conocí en el Festival de Medellín en 2000. Ellos me hospedaron en su casa de Coayacán. Así, una semana antes de iniciarse el evento, pude tener mi primer encuentro con Ciudad de México. Mariluz con mucho entusiasmo me llevó a conocer algunos lugares emblemáticos, aunque nunca visité los sitios obligados para los turistas: ni la Basílica, ni las pirámides ni Chapultepec. En los días previos al encuentro en Oaxaca, acompañé a Mariluz a hacer unas compras y ella después de estacionar el carro, me señaló lo que me pareció un edificio y me dijo: –Mira, Lecumberri. Lecumqué, le respondí y ella me explicó que había sido una cárcel y que ahora era la sede del archivo general de la nación. Nada en él me hizo desear verlo o visitarlo. Luego me enteré de su presencia ominosa, terrible a lo largo del siglo XX. Ciudad de los Palacios es uno de los nombres que recibe Ciudad de México y había estado ante uno que el tiempo y sus fines lo hicieron siniestro. Para cualquier seguidor de la vida y la carrera de Juan Gabriel o que haya visto la serie Hasta que te conocí, sabe el papel que cumplió este recinto en su vida. Yo había visto en el cine Es mi vida, una de las dos películas autobiográficas que protagonizó pero de eso hacía casi veinte años en ese momento y no recordaba un dato tan específico como el nombre de la cárcel. De esta visita, recuerdo bien dos museos: El Museo Nacional de Antropología y el Museo de Arte Moderno, la impresionante Remedios Varo. Y, por supuesto, la casa azul de Coayacán de mi querida Frida, los inmensos murales, la Catedral, el Templo Mayor, la enorme extensión del Zócalo, en él había dado dos conciertos históricos Juan Gabriel, uno en 2000 y otro en 2004, ambos con récords de asistencia para la época.

Fue un viaje que me confirmó mi buena relación con la gastronomía mexicana. Pude apreciarla sin interpretaciones ni variantes que ocurren fuera de sus fronteras. Los tamales oaxaqueños, el mole, la variedad extensa de picantes, los tradicionales antojos, allí todos con el sabor de la tierra propia. La tierra da su sabor a todo lo que en ella se cultiva y el poderlo reconocer siempre ha sido importante para mí. No hay como el café cultivado en tierras volcánicas ni las variedades de maíz con sus colores que dan ciertas tierras o los matices de los sabores de las frutas según la composición del suelo. Antes de ir a Oaxaca, había cenado con mis queridos amigos en el Café de Tacuba donde entre otras cosas comí algo inimaginado para mí, un taco dorado de papas, junto con otros platillos. Me había deleitado con la presencia de las pinturas del local y con el maravilloso claustro de Sor Juana donde hubo una lectura previa al encuentro.

El día que debía viajar a Oaxaca sufrí el impacto de la multitud tanto en una estación de metro como en su terminal de autobuses. Viajaría por bus junto con la poeta colombiana María Clara González y los avatares y aventuras de esos días nos ofreció una amistad que todavía conservamos.

Mujeres Poetas en el País de las Nubes tenía su sede en un pueblo maravilloso del estado de Oaxaca, del cual me traje muchos y hermosos rebozos, Huajapan de León. También quedé prendada de las artesanías hechas de hojalata, todavía conservo unas cajitas y unas figuras. Allí vi en la Catedral por primera vez, cerquita, a un marichi, uno de verdad, cantándole Las mañanitas a Santa Cecilia. Todavía me parece estar allí escuchándolo en aquel atardecer. Había llegado en noviembre pero sólo quedaban los restos de las flores secándose en los altares de los cementerios, uno de los lugares que suelo visitar cuando viajo. Nunca he coincidido con la festividad de los muertos y lo lamento. El encuentro, organizado con escasos recursos, nos permitió convivir con familias del pueblo y me permitió desarrollar más aún la necesaria disciplina que hay que tener cuando se participa en encuentros internacionales.

Pienso en Huajapan de León y pienso en un palenque. En aquel tiempo no sabía lo que era un palenque, de haberlo sabido hubiera buscado conocer alguno. El círculo donde dos gallos se enfrentan en danza por la vida y la muerte; el círculo donde los cantantes exponen su arte en extrema cercanía con el público. El palenque es el más popular de los escenarios, el más riesgoso también, pero Juan Gabriel no le tuvo miedo. Sin riesgo a exagerar, se los conoció todos a lo largo de sus 45 años de carrera artística. Un escenario donde me hubiera gustado verlo en acción. El director Enrique Patrón de Rueda cuando aceptó el reto de dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional en medio de las grandes polémicas que rodeó el primer concierto en Bellas Artes, fue llevado a escucharlo a un palenque en el marco de la Feria de Texcoco para que conociera el estilo del intérprete y el reto que implicaría trabajar con alguien cuya una de sus fortalezas en el escenario era el arte de la improvisación.

En Ciudad de México, al regreso, teníamos pautada una lectura en un salón del Palacio de Bellas Artes y mientras esperábamos que se organizara el orden de lectura, eran alrededor de 80 poetas, una de ellas me invitó y nos asomamos a través de las cortinas y vimos la majestuosa soledad del teatro, ese donde en tres oportunidades cantó Juan Gabriel. Un lugar impresionante en su vacío, pleno de público debe ser sobrecogedor, pero cuando hubo el primer concierto en noviembre de 1990, ya las multitudes le eran naturales al artista. Pero él mismo reconocía el valor que para su carrera y para la historia musical tenía ese primer concierto dirigido por el ya mencionado maestro Enrique Patrón de Rueda y precedido por una avalancha de críticas pero con el aval de Carlos Mosiváis quien escribió el programa de mano del concierto y ya había reflexionado sobre la importancia cultural de Juan Gabriel.

En 2004, fui invitada a participar en Poetas del Mundo Latino. La invitación me llegó por vía de la embajada. Así, volvía a Ciudad de México por unos días, pero mi destino era Morelos, Michoacán. Un viaje complicado, inició mal porque en el aeropuerto de Maiquetía en la fila de abordaje me robaron y abordé el vuelo sin dinero ni tarjetas de créditos pero ya no había vuelta atrás, me estaban esperando. La belleza de la región y el contraste de su vegetación en relación a lo que ya conocía del país, fue mágico. Muchos de los poetas invitados hablaban de Páztcuaro, algunos se quedarían a pasar unos días allí, otros lo relacionaban con la atmósfera de Pedro Páramo. Así, una mañana en la cual no tenía actividades, visité en solitario Páztcuaro. Tomé un autobús y allí, cerca de la estación estaba la basílica, todavía guardo en lugar privilegiado de la memoria la visión de la Virgen de la Salud, la imagen de tamaño natural había sido elaborada con una técnica prehispánica de los purépechas quienes usaban la caña de maíz para crear una masa que resistía el paso del tiempo. Allí estaba, su cuerpo con forma de campana, la primera imagen de la virgen construida en América, según se dice. A la salida de la basílica compré la estampa, una mínima estampa de la Virgen de la Salud. No mucho exploré del pueblo pues el robo del que había sido víctima no me lo permitía, pero creo en la atmósfera de los lugares y éste no me defraudó. Cerca estaba Paracuaro y para esa fecha yo no tenía registrado en mi mente que ese era el pueblo natal de Alberto Aguilera Valadez y Michoacán con todo su verdor, era su tierra de origen, la tierra de los purépachas. Conservo todavía una hermosa edición de 2004 en papel couché, cuyo largo título reza: Canto, cuento y poesía de las niñas y los niños P’urhépecha de la región lacustre de Michoacán y cuando vi un video de uno de sus cumpleaños celebrado en Parácuaro donde tocaron músicos purépechas me acordé de ese libro y mucho más cuando escuché esa obra magnífica que es El México que se nos fue, grabación de estudio de 1995 en la que un par de piezas, El palo y El hijo de mi compadre, son sones michoacanos. La importancia de esta grabación al igual que la de Las tres señoras, ha sido poco tratada pues otros éxitos han llamado más la atención pero ambas son un indudable aporte a la historia musical mexicana.

En 2008, regresé a Ciudad de México invitada por la Cátedra Simón Bolívar de la UNAM coordinada por Josu Landa. Dicté varias conferencias sobre uno de mis temas de reflexión, el erotismo, e hice una lectura a modo de presentación de la voz de mis hermanas y otros poemas, en La Casa del Poeta. Una vez más me hospedé con Saúl y Mariluz. No recuerdo que este viaje me ofreciera algún nuevo vínculo específico con Juan Gabriel, pero el siguiente sí.

Era 2010 y me invitaron a Ciudad Juárez, en un sombrío momento de asesinatos, con la sombra de las mujeres asesinadas y negocios cerrados que daban a las salidas nocturnas un aire de aventura peligrosa. Literatura en El Bravo era parte del Festival Internacional Chihuahua y yo fui emocionada. Llegué a El Paso y tuve que cruzar la frontera, toda una experiencia. No recuerdo a dónde nos dirigíamos cuando el poeta Jorge Humberto Chávez, juarense y coordinador del evento, me dijo: –Mira, la casa de Juan Gabriel. Yo volteé a mirarla hasta que la perdí de vista. Tenía las luces apagadas, luego supe que cuando estaba en su amada ciudad mantenía las luces encendidas y así todos sabían que él estaba allí. Era la casa donde había trabajado la madre y que luego adquirió en un gesto de reparación y compensación, uno de los muchos que hizo y necesitó en vida.

Ahora yo quisiera haber desandado esos caminos y haber visitado Paracuaro y haberme detenido ante las rejas de la casa de la 16 de septiembre, aquella donde su madre trabajó y luego Alberto Aguilera Valadez adquirió como una manera de lavar o aliviar un destino. En esa época no estaba el mural que ahora preside a Ciudad Juárez desde 2013. Tal vez hubiera buscado ir a Cancún y a Acapulco. Los lugares siempre se impregnan de la gente o las personas dejan sus huellas en los lugares que habitan o visitan. Admiradores y fanáticos de artistas y de grandes personajes acostumbrar visitar casas, tumbas y cualquier lugar que se vincule con esa persona. Es el deseo de recuperar lo perdido, de deterner lo que se ha ido, de burlar el tiempo con el deseo. Me recuerdo a finales de los 80, visitando Caño amarillo, el lugar donde arribó Carlos Gardel a Caracas en 1935, un acontecimiento único para la ciudad y el país. En aquel tiempo todavía estaba la escultura de Marisol que inmortalizaba el momento. También me recuerdo en Mérida visitando la tumba de Mariano Picón Salas allá en 1998 y en 2002, la tumba de José Asunción Silva en Bogotá. Modos de honrar y agradecer, de vincularse con el quehacer creador y artístico desde el reconocimiento.

Nueve años después, es decir, en este año, en un evento donde estaban representantes de la embajada de México, con la impertinencia que dan ciertas pasiones, les insistí que debían organizar un homenaje a Juan Gabriel. Por supuesto, no espero realmente que se haga, pero creo que es algo necesario el difundir los aportes culturales indiscutibles que este artista hizo sobretodo porque sé las difíciles relaciones que cierto sector intelectual tiene con el universo de lo popular, pero también sé de los estudios, artículos especializados y libros que se han escrito en torno a su figura y que el público merece conocer. Un tributo no sólo para recordar su música sino el significado cultural del artista y creador.

Como muchos en Venezuela yo vi sus presentaciones en Sábado Sensacional y hasta ahí. Pero, luego de su muerte, cuando hubo un desborde de información y un redescubrimiento del artista que él mismo propició con la grabación de Los dúo y el lanzamiento de la serie, yo me dediqué a ver los conciertos en vivo que abundan en YouTube gracias a la generosidad de sus fanáticos y a escuchar de manera amplia su discografía, cosa que me obligó a desplazarme a la música pop, algo que no me interesaba mucho, pues siempre me había movido en las coordenadas de la música popular de la primera mitad del siglo XX, tango, ranchera, bolero y, también, salsa junto a los ritmos que la precedieron.

Mi escritura ha crecido acompañada por estas manifestaciones. Siempre he mantenido ese diálogo porque lo culto y lo popular son una sola moneda. Mi trabajo de grado para optar al magister en literatura latinoamericana fue sobre nueva canción latinoamericana. Lo popular es un componente imprescindible y un pilar en mi escritura. criba de abril es un tributo a Vivaldi, un músico bastante popular en nuestros días, índigo fue escrito bajo la escucha de Virgen de medianoche cantada por Daniel Santos, madera de orilla con Plazos traicioneros, temples dedica una sección al famoso tango cantado por Susana Rinaldi, Los pájaros perdidos, y Carlos Gardel se asoma en los trabajos interminables y en índigo. En limaduras se mueve una singular pieza: Vino tinto, un pasillo de Fulgencio García (1880-1945). Y la escritura de mi monólogo Como una mariposa fue a ritmo de Debo hacerlo. Lanzada en 1987, la exitosa pieza a pesar de superar los tres minutos recomendados para un éxito radial, medio que garantizaba los éxitos en esa época hizo historia. 9:42 minutos que rompieron los parámetros de la industria musical y se mantuvo en los primeros lugares por meses.

Alberto Aguilera Valadez no compuso sólo rancheras. A pesar de su apego y conocimiento de la tradición musical mexicana y latinoamericana, fue también un creador que rompió una serie de esquemas musicales, conceptuales, sociales y culturales. Así que oyendo y oyendo fui descubriendo cómo recreó géneros, creó el bolero ranchero, introdujo elementos pop y del blues en la ranchera, puso a bailar al mariachi en el mejor estilo stripper, recreó el sentido del espectáculo de los 50, como lo demuestra al final de su carrera la interpretación que hacía de María José y la inclusión de un bailarín conocido como El Pachuco sin olvidar que en uno de sus conciertos invitó a bailar a la mítica Tongolele ya en sus ochenta años. Su concepto del concierto era en grande y cantando en vivo, algo cada vez más escaso en el mundo del espectáculo. Admirador de sus admiradores, como se reconocía, el amor de su público era la respuesta ante la entrega en el escenario, una entrega desbordada por ese duende del que habló García Lorca.

Los presentimientos surgen de señales, algunos son el resultado de una larga suma de acontecimientos que preparan el momento cuando todo converge y algo se revela o se concreta, se hace más visible. Así, aquí estoy escribiendo una vez más sobre Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel en medio de la nostalgia por los viajes y mientras añoro tributos más valorativos de su obra y no sólo los que desde el escenario ofrecen cantantes e imitadores o los conciertos sinfónicos que revelan sus valiosos aportes musicales. Mientras me detengo y vienen a mi mente dos palabras de una canción que seguro entonarán muchos este 28 de agosto en su tercer aniversario luctuoso: “como quisiera…”
 
 

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#AlbertoAguileraValadez#JuanGabriel#MaríaAntonietaFlores#México

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