Violencia. María Ramírez Delgado

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Clausura

Entre el friso y el muro, la humedad crea una absurda
intranquilidad.
 

El prepotente punzón descose el yeso. Incrustada, la
escondida mujer esbelta, lacónica, hambrienta. Su mirada
seca de piedra ha corroído la piedad hasta hacerla huir, serena
mantiene una impetuosa dignidad. Un perro duerme a sus pies,
chorreando una rabia de molusco, sin turbarla.

En la exposición, un soplo define el juicio.

 
 
 


 
 
 

Parafilia

La muñeca de porcelana cruza los brazos melindrosa.
 

Su vestido intachable de seda azul con encajes arropa sus
rodillas diminutas. Su hueco torso blanco protege gruesas
amarguras color melcocha.

La muñeca sentada en las piernas del coleccionista es un
proyecto perseguido, la cerámica y el nailon en sus brazos
son la calidez, en sus ojos de vidrio se fragua, hasta el reflejo,
el horror de lo posible. Se extiende la obsesión sobre la tierna
pareja inusual.

En los murmullos acecha una y otra vez la pequeña muerte.
 
 
 


 
 
 

Tiempo de orden

Toda limpieza esconde un acto siniestro, vil.
 

Hora es de recoger las sábanas, orquídeas macilentas.
Levantar las costras del piso, buscar la alfombra yacente al
fondo. Amputar los fragmentos olvidados y dispersos en la
habitación, ahora nuestra. Implica la separación del asco.

Ordenarnos en una caja, porque las cajas pueden soportar
placentas y reprensiones. Descolgar los espejos, arrancar
los clavos, raspar las paredes. Mientras el reloj, meticuloso,
gestiona un tiempo preciso para el orden. Atiborrar las bolsas
de cabellos profanos.

Despejar el cuarto, secar las últimas llagas, correr la cortina,
cerrar la puerta.
 
 
 


 
 
 

El cíclope y la aguamala

Sordas dentro del cráneo se extinguen las fulguraciones.
 

Al fondo se sacude radiante e insolente, late la aguamala
tibia ante un despeñadero de corales vivos en su azul
inmovilidad; su traslúcida casa toda hecha añicos no puede
contener la expansión de sus órganos.

El último cíclope apaga la luz, y se lava las manos.

 
 
 


 
 
 

Forma pura

El dolor es forma pura.
 

Vimos al gato agonizar en el patio, era una certeza
extendida, suave guama: abierto y fecundo; lo acompañamos
mientras su pecho se alzaba en pulcra inflexión, meditamos.

El espacio era un arco cerrándose sobre un charco.

 
 
 


 
 
 

Vértebras

Una vara impía atraviesa mi columna.
 

Delicada y pulcra se alimenta de mi médula, bebe mi
perversidad, germina a través de mí, se extiende en incontables
ramas.

He visto a otros contemplar con horror la trasmutación, el
incuestionable alarido de la viga, la obstinación del hueso.

Un alcatraz confiere a la mar su última resistencia, mientras
me escucha retoñar.

 
 
 


 
 
 

Las muchachas

No retires la cortina, todo lo sospechado es cierto.
 

Las muchachas permanecen atadas a las camas, ajustan
sus candados atadas a las camas, abren las piernas, gimen las
muchachas, porque no hay donde esconderse.

Se bañan en agria postura.

Las muchachas exponen su agobio metálico, azotan sus pies
de lunes a lunes, beben de ariscos pitillos, son frágiles y tiernas
según el deseo, doblan sus huesos sobre las aceras.

Las muchachas sonríen, pero no se marchan.
 
 
 
 
María Ramírez Delgado. Violencia. Santiago de Chile: Editorial MAGO, 2017.
 
 
 
 
María Ramírez Delgado. (Los Teques, Miranda, 1974). Licenciada en Filosofía egresada de la Universidad Católica Santa Rosa (Ucsar) y es profesora de la Universidad Monteávila. Ha publicado: Éramos malos (Caracas, Ediciones Funsagu, 2002), En el barro de Lesbos (Caracas, Ediciones Funsagu, 2002), Quemaduras (Caracas, Eclepsidra, 2004), Navajas sobre la mesa (Caracas, bid&co, 2009) y Violencia (Santiago de Chile, Mago Editores, 2017). Sus textos han sido traducidos al inglés, al alemán y al portugués, y han sido incluidos en revistas y antologías.
 
 
 
 
 
 
fotografía: Carmen Rosa Gómez
 
 

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#MaríaRamírezDelgado#PoesíaVenezolana#Violencia

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