70° Aniversario natal de Alberto Aguilera Valadez. Lo que yo tengo de más. Juan Rivas Pulido

Compártelo:


 
 
especial para el cautivo
 
Hace muchos años, cuando gravitábamos en el entorno del Pedagógico de Caracas y éramos habituales de El Torreón, en una de aquellas añoradas noches le pedí a Freddy Acevedo, el mariachi del lugar, (un carupanero que de tanto darle ya hablaba como chilango de la Plaza Garibaldi) que nos cantara La farsante, desgarrada canción, favorita de entonces para nuestra trepidante pandilla. Acevedo se negó de plano, con el argumento de que ellos eran un mariachi a lo mero macho y no cantaban canciones de Juanga. Aunque hoy parezca un absurdo despropósito, era una respuesta que se sustentaba en el rumor de que la asociación de mariachis de México le había prohibido al gran intérprete y mejor compositor que vistiera el traje típico y se presentara como tal, supuestamente por su probable orientación sexual. Nunca vimos un documento que comprobara la veracidad de la interdicción, pero Juan Gabriel ciertamente vistió siempre trajes parecidos pero no exactos, sin pistolones de utilería, ni chapaduras, sin grandes lazos negros ni diametrales bigotes. Hoy, desaparecido físicamente el protagonista, dudamos de la existencia de tan incongruente pedido, pero sin duda JG la explotó al máximo, mostrándose como el sobresaliente empresario que sería durante las últimas dos décadas de su vida. Aunque parezca que queda muy poco que agregar acerca de su vida y de su obra, nos atrevemos a asomar algunas vertientes: la adecuación de sus versos perfectos al sentimiento referido, sean el máximo altruismo, la melancólica renuncia o la baja pasión de los celos. El concepto de entrega, la generosidad por encima del orgullo. La reivindicación de la amistad, de la lealtad más allá de finalizado el romance.

Aquella noche, ante lo que para mí fue una insolencia imperdonable y, en atención, de no amargar la fiesta, recuerdo que apenas le contesté a Freddy, eso sí, solemnemente, algo como: Freddy, recuerda esto, Juan Gabriel está hoy a la altura de Agustín Lara o Manzanero, y con el tiempo será más importante que José Alfredo Jiménez. Y nuestro caribeño mariachi me debe haber respondido más o menos: Jíjole, chingao, qué alto lo pones.

Su creación inicial, sus primeras canciones famosas, soportan cierta especulación en cuanto a la musicalización de sus letras; así vemos los versos más apasionados, más desgarrados, en heptasílabos agudos: “Hace tiempo que lo sé (…) Y a pesar de tu traición”, y siempre al final de estas estructuras entraba un fraseo, unos arpegios de violín que parecieran funcionar como demarcadores emotivos para los versos siguientes, de tema concesivo, expresiones de la generosidad y el desprendimiento propios de los afectos nobles, en octosílabos graves: “Pero no te dije nada (…) De que recapacitaras”. Esa combinación armoniosa de letra y música hizo que sus primeras canciones fuesen distinguibles, poseedoras de una cadencia característica. No obstante, no ocurrió con JG lo que acontece con otros muchos artistas, incapaces de reinventarse, predecibles en sus creaciones por numerosas que sean, generadores de un divertido y monótono repertorio para los enfiestados vocalistas espontáneos. Juan Gabriel evolucionó constantemente como músico, como poeta y como individuo. En sus letras pareciera existir un mensaje de sublimación progresiva, ya no aparecen aquellos versos rabiosos. “ Voy a hacer que tú hincada me pidas perdón/ y me implores amor/ delante de tu amante”, al contrario, puede advertirse que la comprensión del mundo devenida de los años vividos y las experiencias acumuladas lo hacen entender el amor como un estadio superior de la amistad, de la lealtad, del placer de la compañía y la celebración de la existencia en sí misma, en versos tan logrados como “pues sabes que ante todo soy amigo/ y me preocupa que vayas a sufrir”, es la aceptación de una realidad inexorable, que cuando el amor muere, tan imprevistamente como nació, no puede ser explicado, no sufre argumentaciones, debe ser aceptado ese final porque el desamor es dejar de amar, no hacerlo, y la omisión no requiere estrategias ni presume planificación. Otra de las notables diferencias en las composiciones finales del autor, en sus letras, es la ausencia de dudas; sus temas ya no formulan interrogantes ni exigen respuestas con manidas expresiones del tipo por qué me dejas o cómo has dejado de quererme; el poeta parece expresar con esos silencios que toda pregunta es intrusiva, y el desamor proscribe la confesión, niega la intimidad.

La presencia de AAV en el devenir de la música mexicana es apreciable. Una historia musical trágica y alegre, que va del corrido de Lucio Vásquez al Son de la negra en una misma fiesta, popularizada mayormente por rancheras, corridos y huapangos, pero si consideramos solamente los grandes compositores que también cantaban, las almibaradas marías bonitas de Agustín Lara, el romántico profesional que fue Armando Manzanero y por supuesto la monumental creación que hizo José Alfredo Jiménez sin saber leer música ni ejecutar instrumento alguno, encontramos un momento único, cuando Juan Gabriel impuso sus originales estructuras estróficas, un formato que se parece más a lo que los cubanos llaman “canción”, más propicio para ser interpretado por una orquesta de cuerdas que con mariachis, y ese es uno de sus principales aportes. Otro gran acierto de Juan Gabriel fue el canto a dos voces, no dueto ni contrapunto sino un canto conversacional que suponemos descubrió tras su larga y aplaudida relación artística con Rocío Durcal, con la limitación de que ambos fueron cantantes más o menos del mismo estilo. Entonces ocurrió lo que aludíamos al principio, Juan Gabriel adecuó sus composiciones, tanto en la ejecución como en el mensaje, al cantante que invitaría a su espectáculo. Así, “Yo te bendigo mi amor”, un tema fuerte, difícil, de largos períodos y compases sostenidos, expresando un tema de generosa renunciación, lo acompañó con David Bisbal, para entonces un muchacho creíble, de canto sincero, y sin duda un vocalista muy potente, de altos registros. En cambio, para la tenue pieza “Ya no vivo por vivir”, una letra de enamorados incondicionales, trajo a la dulcísima mexicana Natalia Lafourcade, una cantante de feliz y arrulladora interpretación; y así en otros casos. Otro sí es su fanaticada, su inmensa legión de admiradores ultrosos, que coleccionan sus discos y grabaciones, un devocionario internacional, permeado socialmente, que se reúne a oírlo, cantar sus canciones con mayor o menor afinación y beber cerveza, vino y lo que sea, una auténtica feligresía que celebra al artista y hombre que evolucionó desde Juan Gabriel hasta el señor Alberto Aguilera Valadez. Su desaparición física sólo significa que su cuerpo terrenal ha pasado a formar parte del ciclo del carbono; su irrepetible obra, su personalidad y simpatía permanecen. Yo no he vuelto a El Torreón; los autores que de esta historia escriben han pontificado que no es bueno regresar a los lugares donde uno ha sido feliz. Dicen que el sitio todavía existe, tal vez con otro mariachi, pero si fuera con el mismo, me gustaría conocer ahora el juicio de aquel cantante, y pedirle, si sus muchos años se lo permiten, que nos cante La farsante.
 
 
 
 
 

Juan Rivas Pulido (El Tigre, Anzoátegui, Venezuela, 1949). Magister en Literatura Hispanoamericana egresado de la UPEL. Ha publicado: El juego del gato maula, relatos, (2010), Viernes de Venus, novela, (2012), Tan ciego como Homero, ensayo sobre la narrativa de Jorge Luis Borges (2013), Al lugar donde fuérades, novela (2014), Por escrito, cien reseñas literarias (2015), Pobre gente de París, novela (2017). Actualmente vive entre España y Portugal.
 
 
La farsante
 
 

fotografía: Robert Hacman, tomada de https://www.facebook.com/JuanGabrielPorLosSiglos/photos/a.787600267997699/787600447997681/?type=3&theater
 
 

Compártelo:

#70AniversarioNatal#AlbertoAguileraValadez#JuanGabriel#JuanRivasPulido#LaFarsante

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.