Mi Serena revisitada. Teresa Calderón

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Así como tu vida arruinaste aquí

En este rincón pequeño, en toda la tierra destruiste.

Kavafis
 
 

I.

Regreso.
¿Partí, me expulsaron, regresé o nunca partí?
Es extraño el regreso, sobre todo cuando nunca partiste.
O te partieron. ¿De parto?
¿Parir como irse?
¿Volver como nacer?
Es el año 1991.
Conduzco con Tomás, quien llama a La Serena “La Levítica”
porque así la llamaba Gabriela Mistral
libro de los castigos y los pecados jamás pecados.

Tras la última curva de la carretera,
veo por fin el mar en La Herradura,
como una extraña fruta agitándose y azul,
partida, parida, abierta en dos al aire salino y remoto
de mi infancia.

¿Encontraré el cofre del tesoro de Sahrp ahora?
¿o siempre seguirá Charqui llegando a Coquimbo?

¿Encontraré en las mismas calles
y en los mismos recuerdos
la nostalgia reiterada
esa que me habla
de lo que nunca tuve
de lo que nunca fue?
 
 
 


 
 
 

II.

Camino sin brújula por las calles de mi ciudad
y llegó sin un Norte en el Norte,
al Museo Arqueológico de la ciudad.
Entro con tanto temor como respeto
como niña
y recorro las salas veo las vasijas.
En cada vitrina intento descifrar
la escritura de la arcilla
y no logro descifrarlo.
Y no me importa qué dicen las vasijas
qué me dicen en sus rasgados ecos esos antepasados
directos e indirectos:
estoy como Sthendal y su síndrome
siento que me voy a desmayar
pero bebo de la botella de agua que traigo en mi mochila
y no desfallezco, simplemente se me cae una lágrima
sin fin sin destino sin futuro
pero con tanto pasado transcurrido.
Y lloro sin llorar.
 
 
 


 
 
 

III.

Continúo caminando espacio tras espacio del museo:
y llego a las momias.
Desde un tiempo sin tiempo
demasiado atrás de mi nacimiento
muy pero muy lejos de cuando mis padres
Alfonso y Lila tuvieron ese gesto extraño
de engendrarme, las miro, las observo.
¿Qué me dicen con sus bocas en ese gesto de la Muerte?
¿En ese aparente grito como el de Munch?
¿En ese gesto congelado al momento de dejar esta tierra
del Norte de Chile?
Sé que me están hablando qué me quieren decir algo
pero ya mudas para siempre me quedo con ese gesto
detenido con sus mechones de pelo ríspido
con lo que quedó de sus dientes permanentes
y ahí permanezco mirando las momias diaguitas
y haciéndome las preguntas de siempre
esas que no tienen respuestas.
 
 
 


 
 
 

Tercera Estación: Caigo por primera vez

En la radio suena una canción:
The Dead Don’t Die
porque siempre
estuvimos muertos.

Esto va a terminar mal
dice uno de los actores.
porque leyó sus líneas
del guion.

De tumba en tumba
de tumbo en tumbo
pirámides y mausoleos.

Cementerios católicos
tierra y mortajas judías
cruces y estacas
murciélagos y coronas.

En la radio suena la última canción:
The Dead Don’t Die
porque siempre
estuvimos muertos.

Esto va a terminar mal
dice uno de los actores
el que se sabía el guión.

Los otros improvisaban
sus líneas
entre las lápidas
del cementerio improvisado.

Y yo caigo de rodillas ante ¿qué?

Ahora la memoria registra la fragancia
el fragor del exterminio
en estos días de tumba:
un impecable trailer de la muerte.
 
 
 


 
 
 

EPITAFIOS

Derivado del término griego epitaphios que significa «oración fúnebre». Los epitafios son citas o frases que aparecen talladas de la tumba que conmemora al difunto. Estas inscripciones conmovedoras —algunas con mucho humor— marcadas en la piedra, retratan pensamientos finales y la memoria del ser querido fallecido.
 
 
 

Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien. (Molière).
 
 


 
 


Aquí sigue descansando el que nunca trabajó. (P. Melich).
 
 


 
 


Espero que Cristo cumpla su palabra. (Miguel Delibes).
 
 


 
 


Estuve borracho muchos años, después me morí. (Francis Scott Fitzgerald).
 
 


 
 


Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga. (Johann Sebastian Bach).
 
 


 
 


Que baje el telón, la farsa terminó. (Rabelais).
 
 


 
 


Estoy listo para encontrarme con mi creador. Si mi creador está listo para encontrarse conmigo es otra cosa. (Winston Churchill).
 
 


 
 


Parece que se ha ido, pero no se ha ido. (Cantinflas).
 
 


 
 


Llame fuerte, como para despertar a un muerto. (Jean Eustache. Fue escrito en la puerta de la habitación del hotel en la que se pegó un tiro).

 
 


 
 


Si alguien va a mi funeral con una cara larga, nunca le hablaré de nuevo. (Stan Laurel).
 
 


 
 


Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo. (Miguel de Unamuno).
 
 


 
 


Soy escritor, pero nadie es perfecto. (Billy Wilder).
 
 


 
 


No es que yo fuera superior, es que los demás eran inferiores. (Orson Welles).
 
 


 
 


Perdonen que no me levante. (Groucho Marx. Lo pensó, pero nunca se grabó).
 
 


 
 


Yo, Ennio Morricone, he muerto. (Doctor, este es mi epitafio para la prensa)
 
 


 
 

 
 


 
 

Teresa Calderón. (La Serena, Chile, 1955). Poeta, cuentista y novelista. Se tituló como profesora de Castellano en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde también realizó estudios de Licenciatura en Estética. Dirige talleres de creación literaria. Ha dictado clases en diversas universidades chilenas. Parte de su obra ha sido traducida a varios idiomas y compilada en más de 30 antologías. Entre sus poemarios destacan: Causas perdidas (1984), Género femenino, Imágenes rotas, Aplausos para la memoria, El poeta y otras maravillas; Obra Poética; Elefante y Eslabones (2020). Su obra ha recibido diversos reconocimientos, entre ellos: Primer Premio Concurso de Poesía El Mercurio 1988, Premio Pablo Neruda 1992, Condecoración Ricardo Palma en Lima, 2000, Premio Medalla de La Serena 2002, por su aporte a la Educación y a la Cultura de Chile. Premio Consejo Nacional del Libro y la Lectura 2004, mejor novela, Amiga Mía, Premio Altazor 2009 por Elefante, Premio del Círculo de Críticos al mejor libro de poesía publicado en 2020 por Eslabones.
 
 
 
 
Con autorización de la autora.
 
 
 
 
fotografía: cortesía de la autora.
 

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