Poemas. Moraima Guanipa

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Lección de pintura

Dice el maestro:
Sólo se necesitan cuatro colores:

el de Melos para los blancos”.
Del polvo volcánico
nace la pureza,
que quieres prolongar
en la mirada de lo que amas.

el ático para los ocres”,
En cada grano de esta tierra hay una historia
amalgama de voces,
cenizas nutricias
vuelven raíz, flor, semilla, fruto
cuanto tocan.

el de Sinope de Ponto para los rojos
La intensidad de la sangre
no alcanza los lujos de la púrpura
que alguna vez vistió Darío,
opaco reflejo de la riqueza
de la satrapía
dibujada en el mapa de Alejandro.
Rojo persa
capaz de abarcar un continente entero
la bizantina de Sinope, la del reino del Ponto
te regala la antigüedad de su sangre.

y los negros de atramento
Tinta, noche cerrada
sobre la piel de la historia.
No hay luz en la caverna
que el atramento
guarde en el deslinde de las formas
imprecisas.

Pero tú
desoyes al viejo maestro.
Ignoras
que en la sencillez
de cuatro colores
está la lección del mundo.
 
 
 


 
 
 

Frente al “postre de barquillos” de Lubin Beguin

(siglo XVII)

El pintor
traza las pinceladas
del buen vino.
Vasija de sed y sudores,
Botella,
afán de labios,
sabor transparente
de su cristal escondido.
Dio lustre
el pintor
al metal del plato,
espectro
que pende en el borde
de un abismo
de silencio.
Trabajó con deleite
el abrazo
de la harina ardida en el fuego
y pintó de crujiente
el sabor de estos barquillos
animados por el frágil balance
de nuestra mirada.
El pincel
midió la exactitud
de estas formas sencillas
que hablan del inestable equilibrio
de la vida honrada.
 
 
 


 
 
 

Mirada

Inclinado
ajeno a la sombra de Narciso,
miras
directo
al pez grácil
que te devuelve
el asombro.

Mirar
en ti
es fundación
y deslumbramiento.

En ti mira
la poesía.
 
 
 


 
 
 

Nada será real si no lo escribes

La mano desaparece.
Dedos devorados,
huérfanos.
Uñas cabizbajas en la noche
roídas de insomnio.
Has perdido la gracia de lo táctil,
dedos fantasmas persiguen siluetas
imposibles para el dibujo.
La mano es un corazón
pero a ti te han dado
apenas
este lamento de lo ausente.
Sin lápices.
Sin anillos.
Condena cierta
al deletreo
de una herida.
 
 
 


 
 
 

La más antigua ciudad

Afuera
todo tan claro,
tan definido:
puedo
precisar el cansancio de un hombre
el vaivén de una rama
delirio de la gravedad.

Un pájaro
busca cobijo
en la cabeza de un ángel.

Adentro
de pronto
el velo blanco:
lo que fue nube y cielo
es frío y brisa
paisaje de sombras
indiferentes
al ruido
la basura
la sangre
la calle.

Constatas que el dolor
es la más antigua ciudad
que habitas.
 
 
 


 
 
 

Domingo en San Bernardino

Es mañana
y todo descansa
en San Bernardino.
Las calles
son de mastines sin amos
y perros
amarrados
a manos desganadas.
El desfile
se prolonga
en estas calles que
de pronto
resumen
la manada dócil
que acompaña
la soledad.
 
 
 


 
 
 

El Cristo de la catedral

Mira mi cuerpo
todo sangre
pendido
en el centro del mundo.
Mira estas heridas
de dolor detenido
Mira estas palmas huecas
este sudor de madera muerta
Mira estos siglos
en la flama
joven
de mis ojos ciegos.
 
 
 

Moraima Guanipa (Maracaibo, 1961). Poeta, periodista y docente de la Universidad Central de Venezuela, con Maestría en Literatura Venezolana (UCV), ha publicado los poemarios Bogares (1998, mención en el Premio de Poesía «60 Años de la Contraloría General de la República», organismo que editó el poemario en su fondo editorial), La jaula de la sibila (2002), y las plaquettes Ser de agua (1997), Voces de Sequía (1999), Bodegón (2011). Es autora del libro Hechura de silencio. Una aproximación al Ars Poética de Rafael Cadenas. Colabora en distintas publicaciones culturales del país.
 
 
 
 
Con autorización de la autora.
 
 
 
 
fotografía: cortesía de la autora
 

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