epífitas. Lo doméstico, categoría íntima de lo urbano y lo poético. María Antonieta Flores

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Luz Machado nació en Ciudad Bolívar en 1916 y falleció en Caracas en 1999. Poeta y ensayista, pese a que fue fundadora del grupo Contrapunto, desarrolló su obra al margen de grupos, manifiestos y programas. Premio Municipal de Poesía en 1946 y Premio Nacional de Literatura 1986. Sus obras figuran bajo la firma de Luz Machado de Arnao y luego bajo el de Luz Machado. Casada a los quince años con Coromoto Arnao, tuvo una vida intelectual activa y fue militante de la causa feminista

La situación de esta poeta en el canon literario nacional, revela el mecanismo de silenciamiento de autores que no se supeditan a grupos de poder ni practican el arte de los satélites. La moda, la amistad y los grupos de poder o con intereses ideológicos van marcando los caminos oficiales del reconocimiento, pero lo genuino se impone bajo el lugar común del tiempo que todo lo depura. Machado es escritora que necesita ser releída e interpretada bajo otra luz.

Probablemente, Machado vivió varios tipos de discriminación y de agravios como escritora e intelectual. Lo menos perdonado, escoger un camino propio y sufrir la acusación de ser una autora pasada de moda, criterio baladí para justipreciar lo literario pero que pesa profundamente en un medio que baila al son de la feria de las vanidades y según los dictados de la moda. Por esta razón, su obra está marcada por la marginación de los grupos de poder literarios y de la crítica oficial. Apenas La casa por dentro ha sido recuperado por generaciones posteriores. Los poetas del grupo Tráfico, nacido en los ochenta, reconocen su deuda y vínculo con la propuesta que allí elaboró.

Su obra se caracteriza por una temática que desarrolla lo íntimo, aunque en títulos como Canto al Orinoco (1953) y La ciudad instantánea (1969) exploró tópicos alejados de su estética de lo mínimo.

Juan Liscano es contundente: “Su obra tiene una validez excepcional en la poética venezolana”. Ana Teresa Torres y Yolanda Pantin señalan en El hilo de la voz: “la condición del encierro doméstico, tema que será recurrente en su poética”. Tal vez por ello, la crítica coincide en que su poemario más importante es La casa por dentro. 1943-1965 (Caracas: Editorial Sucre, 1965).

La escritura de este poemario “de lenguaje directo, pero no por ello de elaboración simple.” según Arráiz Lucca, abarca la transición de la actitud conservadora de la década de los cincuenta a la liberal de los sesenta con sus luchas enmancipadoras. Igualmente, dentro de la historia de Venezuela, la elaboración de este libro engloba un período que encierra la caída de un tipo de democracia (golpe de estado a Medina Angarita en 1945 y a Rómulo Gallegos en 1948), una dictadura (Pérez Jiménez, 1952-1958) y el surgimiento de otra etapa democrática (Betancourt, 1959-1964) marcada por la violencia política producto de la lucha guerrillera y su represión. En consecuencia, paralela a la situación personal, la e experiencia colectiva puede reflejar más que una evasión de esa realidad —si se toma en cuenta que Machado ocupó cargos diplomáticos y fue activa en la lucha feminista—, puede pensarse en un exilio interior lo que dota de nuevo sentido al poemario. A una mujer que, a pesar de casarse a los quince años, supo proyectarse socialmente con sus acciones y sus obras literarias, es difícil imaginarse que decida regodearse en las agujas y enseres de su casa. Esta sería una lectura muy cómoda y plana. Este libro ofrece más perspectivas y aristas, más saberes: “En mis manos, como una astilla cósmica, una sola aguja / realiza los milagros más simples, sin salir de la casa.” (“Las agujas”).

La lectura inmanente del poemario, lo ubicará como un texto apegado al orden establecido, pero si se interpreta en diálogo con la vida y las acciones públicas de Machado, se puede establecer una mirada irónica y con distancia ante lo poetizado. Un ejemplo es el poema “Sumisa”:

Aquí está el vaso de agua fresca.
Te prometo hacer silencio con los niños.
Tú lo sentirás alzándose, cuidándote,
maravilloso alrededor.
Podrás dormir, soñar lo que tú quieras,
leer el gran cuento de los días
bajo la luz que encienda tu deseo,
comer el pan, tomar la leche
y el vino de las celebraciones,
apaciguar el enojo de la ciudad
y del horario
y alzar la voz.

Porque tú eres el Dueño.
Porque tienes un anillo cerrando el vínculo.
Y yo te amo.

Igualmente, traslucirá un conflicto, una aceptación consciente de la situación y un saber profundo de lo poético en cuanto la autora es capaz de encontrar en lo cotidiano y en lo rutinario, sustancia para el poema.

Si para Arráiz Lucca, La casa por dentro es un camino encontrado y perdido, para Liscano es una “hazaña poética lograda” que mantiene un continuo con sus obras anteriores y posteriores. Ambas opiniones coinciden con la de José Napoleón Oropeza: “Así llegó al nudo de toda su creación: ese libro maravilloso llamado La casa por dentro (1943-1965) . Sintetiza toda su búsqueda alrededor de la necesidad de construir el poema mediante simbiosis entre el ser y la cosa.”. Sin duda, este poemario abre un lugar inexplorado en la poesía nacional con, vuelvo a citar a Oropeza, sus “imágenes del entorno familiar para dibujar andanzas del ser en busca de descubrir una luz interna, íntima, callada”.

Pudiera pensarse que este un poemario marcado por las Odas elementales de Neruda por aquello de agujas, ajo, cebolla, sartén, hornillas, escoba, que en este caso son vasos comunicantes de una realidad poética que no deja de ser agobiante. Pero no es así. No es una mirada celebratoria, pero si amorosa. Elabora líricamente el mundo cotidiano adelantándose a los poetas de los setenta y demás décadas posteriores.

De esta manera, en La casa por dentro, Luz Machado no expresa una lucha por conquistar un espacio propio, lo tiene y lo posee. No elabora una crítica a la situación, la acepta y la revela. No muestra una posición que pudiera leerse como feminista para generaciones posteriores, se ubica en lo femenino. Es un discurso iluminador de la dignidad femenina: “Yo salgo del incendio matriarcal y profundo” (“Álbum”).

Machado elabora poéticamente el mundo de lo doméstico, tópico ligado a las luchas feministas de las que la autora no era ajena. Por otra parte, lo doméstico se constituye en un tópico de lo íntimo tanto del discurso urbano como del poético.

Publicado en el mismo año cuando se edita en español La poética del espacio de Bachelard, las correspondencias entre lo propuesto por la fenomenología que elaboró el francés y el poemario son obvias. Pero el libro no es un canto a lo doméstico y la casa, no es así tan simple el asunto. El poemario abre con un poema titulado igual que el libro y que está dedicado “A la poesía”. Esto establece una ecuación de igualdad entre la casa y la poesía, primer indicio de la no inocencia de este libro. Se referirá entonces tanto a la escritura como a la casa “Debo quererla entera, salida de mis manos / con la gracia que vive de mi gracia muriendo”. Más adelante será un asunto de elección: “Olvidando la casa apareció a mi lado” (“El poema”), “Suma los paraísos y se ve dividida / como una estrella rota.” (“Servidumbre y descanso”), “Nadie sabe que por las noches / mueren envenenadas cerca de mis oídos las palabras” (“Miro la casa desde un retrato”), “Un día te dije: ya no vengas. / Entre agujas y escobas voy y vengo en la sal del día / como cáscara alzada en el oleaje.” (…) “oh, mi pequeña lámpara gemela, poesía,” (“Ruego a la Poesía”).

Esta igualdad entre la casa y la poesía es la expresión de la vivencia cotidiana de ambas instancias: “Dócilmente repasas un día y otro día / la intimidad. Y callas. (“La escoba”), “hacia la otra más morada interior/de la casa por dentro” (“Presentimientos”), “por el verbo, sedienta, / y por amor y poesía, quemada,” (“Mesa con lotos”), para ser “Sola palpitación. Sola insistencia” (“Un canario”).

La casa por dentro muestra la cura de la desgarradura, el apaciguamento del conflicto al aceptar la convivencia de las dos instancias a las que Luz Machado no pudo renunciar e integró, con melancolía, en su discurso: “Y tiemblo y escondo el pequeño infierno crujiente” (“Demonios”). Se coloca, de este modo, en el umbral de las vivencias íntimas y de la poesía:

Todo destino en ti se cumple,
ara de sangre,
perspectivas del mundo que dominas,
sitio desde donde los mundos se abalanzan
al abismo del hombre,
puerto de despedidas,
puerto de los regresos,
puerta-puerto,
inmensa cerradura, llave inmensa
de la casa por dentro y por fuera,
de la casa que muere o resucita (“La puerta”)

La Dueña con mayúscula aparece en este poemario, no como señora y propietaria sino como fuerza arquetipal y profunda bajo la conciencia de que “La madre debe abrir las puertas” (“La casa sola”). Por eso escribirá versos como estos: “La dueña dispone la materia doméstica,” (“Servidumbre y descanso”); “Porque la Dueña vigila el tiempo” (“Las hornillas”); “Acompaña a la Dueña en su labor:/ limpiezas y tejidos, la costura y los caldos” (“Un canario”). Pero esta dueña no requiere sentirse Dueña ni apoderarse de la casa. Está en equilibrio con las fuerzas cósmicas e invoca la presencia del hombre, del compañero, y le pide sostén: “Hombre: toma tú el candelabro. Enciéndelo. Verás su luz elevarse temblorosa como papiros rotos en cada cirio. Toma tú el candelabro y llévame. No me dejes caer” (“La casa sola”).

Si un aporte significativo tiene desde el punto de vista sanador colectivo —una de las funciones de la poesía primitiva— es el haber dado permiso a los poetas y a las poetas de hablar de su domesticidad, el pequeño relato de sus vidas, lejos de los grandes tópicos (la vida, la muerte, el eros, la naturaleza, la guerra). Su palabra revestida por lo sencillo ya no es el agua procelosa del Orinoco sino la quieta agua atrapada en una olla alcanzando su punto de ebullición, lo que legitima la pertenencia de La casa por dentro al canon de la poesía venezolana.

Gracias a esta puerta abierta, voces como la de Yolanda Pantin, Rafael Arráiz Lucca, Leonardo Padrón, María Auxiliadora Álvarez, Hernán Zamora, Arturo Gutiérrez Plaza, Jesús Alberto León y otros poetas se adentraron en el tópico de lo doméstico con fiesta y sin sospecha ética ni estética en el contexto de nuestra poesía.

Por otro lado, quizás esto se pueda leer como una manera de expresar el viejo tópico de la soledad, pero ya como algo rutinario y que resbala en los objetos y lugares donde se transitan los días.

Un gran dolor pule los huesos cuando la casa
cae con la noche encima, sobre el lecho.
Sí. Es la casa entera sobre los hombros,
sobre la espalda, sobre la frente,
sobre las rodillas,
en los pies, entre los brazos. (“El oficio cumplido”)

Lo cierto es que, a mitad del siglo XX, Luz Machado contribuye a fundar un espacio alejado de los grandes relatos de los poetas malditos de la modernidad, iluminando los pasos hacia el espacio posmoderno y cibernético finisecular y neosecular actual.

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No es así el caso de Elena Vera (1939-1996) quien publica por primera vez en 1959, posterga la poesía y se dedica a lo doméstico, a lo familiar y a la docencia y sólo regresa, cerrada la etapa familiar en 1980, con ese libro extraño que es El celacanto, para publicar cuatro poemarios más y morir. Obviamente, ni Machado ni Vera se hubieran visto en estas encrucijadas si hubiesen sido hombres.
 
 
 
 
Esta es una versión con pequeñas modificaciones del texto incluido en Aproximación al canon de la poesía venezolana. Joaquín Marta Sosa, coord. Caracas: Equinoccio, 2013.
 
 
 
 
fotografía: cortesía de Fundación La Poeteca
 
 

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