Rojo Prodigio. Ophir Alviárez

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Avispas en la boca

Asumo la mañana como en la famosa imagen del mulo al que no detiene el abismo y con la rudeza de unos dedos aburridos de vagar en cuerpo propio, racimo el declive, los embates, las arrugas de una piel que ya he empezado a bruñir para asentar lo insalvable, la prolongación de las letras, el algodón empapado, las preguntas que no quiero responder para no rozar la costra, ni lo crédulo. Porque las coyunturas gimen cuando abandono la silla y es rancio el humor de la oreja que recuerda, no importa que digan, no hay a salvo pues salvar es relativo y la relatividad va en proporción directa con la calma —y con la gula—; con el mismo cerebro que sabe que, aunque entregue todo, no hay cómo abreviar la vida en una página.

Asumo el tono, me revelo. Fantasía y pifia adornan el cuero; la lengua y los clavos que aún no escupo, los caballos del 5 y 6 de los domingos en los que deseaba un cromosoma Y que revolviera mi X —osado—, las noches en que la luna se perdía y el hambre aún no hacía chinchorro en mi sexo. Era la época de las avispas en la boca, tan vivas…
 
 
 


 
 
 

The relationship

Regalos, periódico, la espera, los silencios. Tanto silencio que deseo empezar la vida nuevamente, imagen que crece. Cuestión de géneros y sin sorpresa consigues cómo hablar, cómo escuchar, cómo besar, cómo reír, como confiar. Bostezo que no va conmigo, tedio que no se aprende en las caligrafías. Un idioma, dos idiomas, el idioma del jade en arcos superciliares, arquetipo la muerte cuando ronda ética, pelética, pelempempética y los complejos insisten desnudos porque es más fácil quitarse la ropa que las máscaras y en el reloj las agujas no tienen la culpa. Insomnio o primer estadio a la locura, idiopático o acostúmbrate porque la lidia es del consciente. Temido conflicto, the relationship, traspié y meto la pata porque soy un hueco o un huevo y el uso, el desuso, la carne, el ulular, el índice, la seña.
 
 
 


 
 
 

Rojo prodigio

Día largo, calle, amigos empeñados en memorias, acechanza del pasado, visos de páginas, eco, arritmias, insomnio. Es tarde, pesan los ojos y los años, pasan los días, pisan y como en ese verso de Lezama, paso es el paso del mulo en el abismo. Ganas, ganas de ganas entonces el miedo y recurrencia. Miro el teléfono, imagino la noche azteca, la escocesa, la oriental, me enrollo en un colchón en el que alguien durmió, ayer. Dónde ayer mientras me hice de humo, dónde. Debo seguir y el debo y el tengo son piedras en los zapatos, pican poemas, pico aquí, hondo. Qué hacer con los abismos, dónde una caja de besos, full, dónde yo cuando las manzanas parecen guayabas y los gatos se vuelven mapaches. Regresar con un nombre, regresar con el mismo nombre, abrir la puerta, escuchar las paredes, arrancarse la piel, detenerse en los pedazos; tornar al balcón, develar soldados en las luces, el pre y el post que voy siendo, dónde; dónde y una voz me remite a las orillas, rapada. Sexto piso, octavo piso, terraza, cuarto antiguo en un hotel antiguo, cortinas rojas, puerta roja, el rojo es un color que no aprendí en la escuela; qué pasó con la escuela, con la misión, sumisión, por qué escribo en los márgenes, por qué de atrás y no adelante, por qué los hombros si el yunque y hay flores y vino. La pantalla roja de la lámpara es reflejo, pero qué me hago en la vigilia y los ronquidos, anónima, a dónde voy mientras la cama es luz y es medianoche. Ayer un niño me increpó y una niña que podía ser yo habitaba una botella: a los nueve uno no debería pender de una botella, a los cuarenta uno no debería salir de una botella, pero hay dos manos y caricias, welcome.
 
 
 


 
 
 

Gradación nocturna

Prendo velas como si creyera, como he visto a la gente en algún templo. Huelo a fósforos, a humo que se espanta, a súplica; no importa qué mastico ni que la leche manche de culpa los colmillos. No importa la uña que hurga y entra y entra y nunca sale ¡qué imprudencia! No importa el peso de la falda o el susurro de mi abuela al viento —es el mismo clamor—, ni el escote, los pezones, las llagas en los pies ajados. Duelen las mitades cuando el divisor no es par y la tarea se mofa en los números primos. No hay colección de dedos ni de nombres, el desapego a la cama que se viste mientras me desnudo de la lágrima y el ala azul de la libélula. Artificio de piernas sembradas en arena, el agua moja el talón que me torcí una noche en la que la gula durmió entre capiteles y capitales que no llegaron a pecado porque soy finita y el desvelo me hace surcos en los ojos, patas de palo, no hay Campanita, ninguna pared o coartada.

 
 
 
 
Rojo prodigio. Madrid: Kálathos, 2023.
 
 
 
 

Ophir Alviárez. (Venezuela, 1970). Ha publicado: Escaleno el triángulo (Asociación de Escritores de Mérida, 2004), Ordalía o (La pasión abreviada) (Fondo Editorial del Caribe, 2010). Parte de su obra ha sido recogida en antologías colectivas en países de América Latina y Estados Unidos. Está residenciada en Houston, Texas, desde hace 23 años.
 
 
 
 
Con autorización de la autora.
 
 
 
 
fotografía: cortesía de la autora
 

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