Sin orden ni concierto. Elisa Lerner

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209.

«Un tarareo silencioso y obsesivo acompaña la tarea del escritor. Insistente tarareo que se deja acompañar por esa orquesta de cámara que son algunos recuerdos. De tal guisa Franziska, escritora próxima a los sesenta, decidió internarse en un ancianato a orillas del mar a fin de que no la siguiesen invitando a veladas nocturnas que pudieran poner en jaque su tarareo», dijo uno del ramo.
 
 
 


 
 
 

231.

«En mis sueños los recuerdos se arrastran como un viejo vestido de novia, como una cúpula azul que el oleaje derriba como un perro atroz salido entre las aguas», dijo la soñadora.
 
 
 


 
 
 

271.

«Vinos claros u oscuros. Maduran en despensas de la senectud», dijo el escritor de memorias.
 
 
 


 
 
 

329.

«El sueño me devolvió un amigo muerto hace años, fino de mucho humor, transformado en feroz bandido casi oriental y el rostro ornado por una temible barba que era como una corona de atroces dientes negros. No tuve ocasión de implorarle que recordara tiempos antiguos y más clementes. Menos mal que ciertos sueños adversos tienen la ventaja de ser jugarreta escurridiza, pasan página muy rápidamente», dijo una dama pequeña y delgada en cuyo sombrero de grandes alas se habrían quizá mecido muchos recuerdos.
 
 
 


 
 
 

332.

«La memoria es la frágil pero indispensable despensa del escritor. Sin ella no hay futuro», dijo una escribidora que no quiere saber de olvidos.
 
 
 


 
 
 

499.

«La avenida Urdaneta era como un ave perdida de las alas de su vuelo. Conté unos cuantos jóvenes soldados apostados en la calle en celebración de no sé qué aniversario militar. Finalmente pude tomar un taxi en la Baralt. Supe que lo era por un cartoncito colocado de cualquier manera en el parabrisas. Solo la memoria es rosa no ajada por los años. Desde luego mucho el tiempo transcurrido. En el café del Pasapoga, a una chica extasiada Oswaldo Trejo (caballero helado que ardía en fogatas de santa literatura) le hablaba de Moira, novela de Julien Green. Unos pasos más abajo, cada tarde, don Julio Garmendia sacaba a pasear el perro algo apaleado de una hipnótica desesperación. Un personaje como salido del teatro de Beckett encontraba su mejor escenario en las cercanías del hotel Cervantes, donde por años vivió», dijo una antigua paseante por esos parajes.
 
 
 
 
 

n.e.

Los textos son de su libro: Sin orden ni concierto. Homenaje pospuesto a Virginia Woolf (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2022) y los seleccioné a partir de un punto en común: la memoria y el recuerdo.
 
 
 
 

*

Elisa Lerner cumplió 91 años el pasado 6 de junio y el 15 de mayo de 2023, fue investida con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Metropolitana de Caracas. Sobre tan merecida distinción, la nota de prensa emitida por la UNIMET señala que:

«La obra de Elisa Lerner constituye un patrimonio de extraordinaria valía para las letras venezolanas. Como cultora de diversos géneros literarios, especialmente la dramaturgia y la crónica, ha abordado e indagado con notable maestría en los territorios de la cotidianidad nacional, de la identidad urbana y de nuestro mundo artístico e intelectual, siempre atenta a las secuelas de nuestra propia historia como país, así como a las múltiples posibilidades de interpretación de la venezolanidad, desde una perspectiva muy propia y singular. Su legado será, sin lugar a dudas, un estímulo permanente para las presentes y futuras generaciones de creadores.»
 
 
 
 

Elisa Lerner (Venezuela, 1932). Dramaturga, cronista, narradora y ensayista. Fue integrante del grupo literario Sardio. Premio Nacional de Literatura (1999). Ha publicado: En el vasto silencio de Manhattan (teatro, 1961), Vida con mamá (teatro, 1976), Una sonrisa detrás de la metáfora (ensayos, 1969), Yo amo a Columbo o la pasión dispersa (ensayos, 1979), Carriel número cinco (un homenaje al costumbrismo) (crónicas, 1983), Crónicas ginecológicas (1984), Carriel para la fiesta (crónicas, 1997), Así que pasen cien años (crónicas, 2016), En el entretanto (relatos, 2000), Homenaje a la estrella (relatos, 2002), De muerte lenta (novela, 2006), La señorita que amaba por teléfono (novela, 2016). Asidua colaboradora de las revistas Zona franca, Imagen, El sádico ilustrado y del diario El Nacional. En 1964, obtuvo el Premio Anna Julia Rojas del Ateneo de Caracas por la pieza En el vasto silencio de Manhattan. Vida con mamá, recibió el Premio Municipal de Teatro del Distrito Federal y el Premio Juana Sujo. Fue coordinadora de la revista Venezuela, del Ministerio de Relaciones Exteriores.
 
 
 
 
Con autorización de la autora.
 
 
 
 
fotografía: Martha Viaña
 

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