Frontispicio. De hielos en el horizonte, cangrejos mutantes y la propensión a fingir o imaginar que somos tigres. Javier Alvarado

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Nuevamente me encuentro ante un suceso para celebrar la edad terrena y también la edad en los versos de un poeta nicaragüense, residente en Costa Rica que ha llamado mi atención con un magnífico libro titulado: Hielo en el horizonte. El hielo es efímero y hay que trabajar rápido y amar bajo el sol, como nos dijo el gran poeta peruano José Watanabe en su poema El guardián del hielo. En este caso, Carlos Calero tiene setenta años cronológicos y muchos en el oficio de poeta. Hoy nos brinda este recorrido desde lo más reciente a lo más primigenio donde a manera de mirador, podemos ver su evolución creativa.
 
Dediqué unas palabras a la aparición de su libro, a su irrupción silenciosa en las letras centroamericanas con el libro que mencioné y quiero añadir esas reflexiones al corpus de este frontispicio para celebrar su obra y también llevándome de la mano de un ángel que nos señala desde el promontorio de las cebollas.
 
 

I

Hoy encontramos a un poeta

No sé si debo entregar la memoria a los vivos,
de la que me exigen cuenta mis muertos
.”
C.C.
 
 

Nombrar a Nicaragua desde su fuerza acuática en sus lagos; telúrica con sus volcanes, es remitirse también al gran magma lingüístico y poético vertido desde sus aedas: Rubén Darío, el universal artífice de Azul y de Prosas Profanas; hasta luego enumerar a poetas de una vasta tradición: José Coronel Urtecho con su Pequeña Biografía de mi mujer y sus traducciones, Joaquín Pasos con el Canto de Guerra de las Cosas, Ernesto Cardenal y su Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, Ernesto Mejía Sánchez con sus Recolecciones a Mediodía, Pablo Antonio Cuadra y La tierra que habla, Carlos Martínez Rivas y La puesta en el Sepulcro, Manolo Cuadra y su Tristeza como un policía, Ana Ilce Gómez y sus Ceremonias del Silencio, Gioconda Belli con sus poemas de Sobre la grama, Leonel Rugama, muerto prematuramente y conocido por su poema La tierra es un satélite de la luna, Claribel Alegría y su Carta a un desterrado, a quien los poetas siempre jóvenes como Francisco Ruiz Udiel, autor de dos poemarios valiosísimos: Alguien me vio llorar en un sueño y Memorias del agua, apodaba a ella: “Su Majestad”; hasta el acento personal de Marta Leonor González con sus libros Palomas equilibristas y Managua 38 °. Escudriñar en esta gran tradición es un ejercicio estremecedor donde se conjugan motivos existenciales, amorosos, eróticos, sociales que vislumbran las realidades de nuestra Latinoamérica golpeada y con numerosos sueños y constelaciones de zacates y gritos campesinos y también de otras realidades citadinas, personales y colectivas.
 
Hace un tiempo, gracias a las redes sociales y cibernéticas, he establecido contacto con el poeta Carlos Calero (1953), nacido en Monimbó, Nicaragua, y el cual migró hacia Costa Rica estableciéndose en ese país y acentuando allí sus raíces. Publicamos en la revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro una muestra de su trabajo y él ha estado allí, acucioso, trabajando calladamente, su poesía. Tuve noticia de que el sello El Ángel Editor con sede en Ecuador, publicó un libro suyo titulado Hielo en el horizonte. Le escribí a Xavier Oquendo Troncoso y le pedí una serie de antologías y libros de grandes autores ecuatorianos: Miguel Donoso Pareja, Rodrigo Pesantez Rodas, Ana María Iza, Carlos Eduardo Jaramillo, Fernando Cazón Vera además del mencionado libro de Calero, los cuales me fueron entregados en Salamanca, España, celebrando de antemano la aparición de una publicación de un poeta centroamericano en Sudamérica.
 
Hielo en el horizonte es un libro que sorprende por su audacia poética y sus giros metatextuales. Es un ejercicio paciente de escritura donde se conjugan temas personales y universales. El tomo inicia con un pórtico que anuncia al lector lo que se avecina:
 
 

(Los rostros y voces maestras, que nos preceden, no deben
comprometer su palabra con nadie.
En la soledad del oficio se comprueba.)

 
 
Inmediatamente en el primer poema, titulado “Donde el sueño busca un sable”, nos hallamos en ese reto escritural:
 
 

Si escribí un verso
fue para deslizar la uña del tigre
donde el sueño me entregó un sable.

 

 
 
Si escribimos un verso
fue para señalar con el dedo
un poder de océanos,
sus mantras circulares

 
Carlos Calero hace un despliegue fabuloso de la metaforización; algo de lo cual se rehúye actualmente. Su verbo y sus palabras caminan seguras por las planicies y valles del papel. Además de poemas en verso libre, también hallamos prosemas en el cuerpo de su libro que van acompasando el tono y la propuesta poética con gran acierto:
 
 

Deseo
(Fragmento)
Si llamo recurso al silencio, esto implica extraños universos. El silencio semeja una larva de luz en los arbolarios y pupas con futura geometría de mariposas.

 
 

Hay, con intencionalidad voluntaria o no; la alusión al trabajo del poeta, condición que puede trasladarse a la vida de Calero y a su rutina, desde el rigor y la paciencia. La lectura de Hielo en el horizonte no sólo me pone a imaginar copos de nieve o a escuchar baladas gélidas en este lugar donde se asume el trópico; sino que me ha descubierto a un poeta del cual deseo leer sus libros anteriores y los posteriores que esté dispuesto a darnos. Para nuestra Centroamérica es digno de celebración que su obra vaya en ascenso hacia otras latitudes; de una tierra volcánica a otra, desde el Masaya hasta el Chimborazo, desde el Momotombo el Cotopaxi, desde el Telica hasta el Pichincha, en un diálogo de hielo y fuego. Gracias, Carlos Calero, por tu obra; hoy, mañana, quisiera estrechar su mano y conocerlo personalmente, quizás en otro país de volcanes: Costa Rica, donde se ha acendrado, con su Poás, Irazú o Turrialba o en otra geografía con el material piroclástico de las palabras. Alegría por él, por su Nicaragua, por sus destinos de migrante. Ayer y hoy, encontramos a un poeta:
 
 

Hoy encontramos a un poeta
que limpia la nostalgia del patio y nuestros ancestros

 
 

 
 

Hoy encontramos a un poeta
que escribe un poema
mientras resuelve sus axiomas
y no rompe las vértebras de las palabras.


 
 

Panamá, 10 de noviembre de 2021
 
 
 

II

El fingimiento o el imaginar que somos tigres

Son muchas las referencias al tigre en la poesía latinoamericana. Pensamos en el argentino Jorge Luis Borges y en el mexicano Eduardo Lizalde, al que pude conocer en ciudad de México, dedicándome sus libros y yo recitando por dentro las metáforas e imágenes magníficas que él dedicó a ese animal salvaje y poético. Hay una gran selva, una selva con sus espesuras, sus vidas, sus muertes, su renovación de fauna, de flora y de paisajes. La poesía al mismo tiempo va mutando, va renaciendo y va metiéndose en la boca de los tigres para sus megafónicos rugidos.
 
También contemplo el paso del cangrejo, en este caso, para el lector, para que contemple de adelante hacia atrás el recorrido de Carlos Calero, a la manera de Alejo Carpentier en una especie de viaje a la semilla. Saludo a este su libro celebratorio por sus setenta años y sigo sosteniendo que es una de las voces más potentes y actuales de la poesía nicaragüense para el gran caudal de la poesía latinoamericana. Sus poemas recientes adquieren una vitalidad y son espejos semánticos de evoluciones y transformaciones. Acérquense a su trabajo y démosle el lugar que se merece:
 
 

El que arde, el que es la selva, el que merodea con espadas
los andamios, la noche y sus pasillos,
y los ojos que saborean
a los inmortales felinos que despojan
y dejan entre el junco su fuerza
y se alzan como libélulas o pájaros
para explicar la simetría
entre la libertad, la tumba y nuestra existencia.

 
 

Panamá, 30 de junio de 2023

 
 
 
 

Javier Alvarado. (Panamá,1982). Poeta y ensayista. Licenciado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Panamá. Su obra ha sido reconocida nacional e internacionalmente, y entre los premios recibidos se pueden destacar: Premio de Poesía Pablo Neruda 2004, Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010 con su obra Carta Natal al país de los Locos (Poeta en Escocia) , libro también finalista del Festival de la Lira (Ecuador) en 2013, Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011 en poesía con el libro Balada sin ovejas para un pastor de huesos, Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua por El mar que me habita, Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012 por Viaje Solar de un tren hacia la noche de Matachín, Premio Ricardo Miró de poesía, máximo galardón de las letras panameñas, en 2015 y 2023, Mención de Honor del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo en 2019, The Gabo Prize in Literature in Translations & Multilingual Texts 2020 (junto a Lucía Estrada y el traductor Russel Karrick), Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana 2021, Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz (ex aequo) con su libro Un trueno sobre el Barú, Premio Dámaso Alonso 2023 concedido por la Academia de Buenas Letras de Madrid por su trayectoria y obra.
 
 
 
 
Con autorización del autor.
 
 
 
 
fotografía: Carlos Calero. Cortesía del autor
 

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