epífitas. Caro Juan. María Antonieta Flores

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Juan Liscano ya no está, aunque siga presente. Todavía resuena en mí, la voz del sacerdote que cantó invocatoriamente ante su féretro anunciando sagradamente que una ciudad celestial abre sus puertas para recibirlo.

La pérdida siempre implica dolor, se siente la falta cuando se ha amado, admirado o se ha sentido necesaria una presencia.

En el caso de Juan Liscano, del Poeta Juan Liscano, el dolor viene por dos vías. Necesario por su voz, su actitud, su aporte a la construcción de un país y una nacionalidad. Amado por poeta y ser humano generoso, claro e intransigente desde sus creencias y principios.

Cuando estudiaba en el Instituto Pedagógico de Caracas, su Panorama de la literatura venezolana actual cuya primera edición data de 1973, de la cual conservo un manoseado ejemplar en mi biblioteca, constituyó uno de los acercamientos críticos básicos a la literatura venezolana y todavía es un camino marcado y, a la vez, abierto para interpretar el acaecer de la palabra en el país. Me aproximé primero a su discurso crítico y ensayístico antes de leer su poesía.

Luego, interesada en la poesía erótica, me hice de Cármenes editada por la prestigiosa editorial Losada de Buenos Aires, allá en los sesenta. Es un libro entrañable, cuyo fuego se mantiene vivo y vigente. Marcó un hito en la poesía hispanoamericana.

Después tuve la suerte de ser leída por él, que hasta entonces era para mí más palabra y libro que persona tangible, y cuando me tocó llamarlo por teléfono para agradecerle su lectura, se hizo cercano desde esa aspereza que aprecio tanto en las personas cuando son genuinas y ciertas, una aspereza producto de la dignidad y la claridad en su posición existencial, actitud cada vez más difícil de encontrar en el mundo actual y en nuestra cultura de omisiones y máscaras.

Pude apreciar y disfrutar sus poemarios publicados en los años noventa, tan vivos y actuales, tan cercanos. La resurgencia de la vida como ciclo de renovación, la trascendencia, lo transpersonal marcaron su poesía de esa década de una manera definitiva. El eros y lo solar, signos constantes en su mirada y en su obra, también estaban presentes. En Aries, es un ejemplo formidable de ello. Luego, me quedó el camino inverso: leer su obra poética anterior para descubrir el arrojo de un guerrero que encontraba en la palabra su arma y la luminosidad del sol que dota al amanecer de nuevas esperanzas y posibilidades.

Queridísimo Juan, queda la alegría de tu obra, de tu poesía, de tu vida intensa, de los breves encuentros y queda también la tristeza de lo poco que se aprecia y se tiene presente a los poetas, artistas, intelectuales y pensadores, forjadores auténticos de una nacionalidad y de un sentir colectivo.
 
 
 
 
Este artículo fue publicado en el desaparecido diario El Globo, el 19 de febrero de 2001 en la página 38.
 
 
 
 
fotografía: archivo del diario El Globo.
 
 

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