Poemas. María Angélica Moreno

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Parque Aragua arde
a las tres de la mañana.

Los carros pasan
a velocidad luz.
……….. —Los travestis se quedan
……….. íngrimos otra vez—

El loco Panchito
pasa por aquí
todas las madrugadas
cantando villancicos.

Los junkies de
La Bolívar
lo mandan a callar
y miles de perros endemoniados
corren tras él.

Sobre mi rostro
titila el cartel de neón
de Torigallo.

Todo lo veo arder
mientras mis piernitas
de niña
cuelgan desde la ventana
de un segundo
piso.

 
 
 


 
 
 

En la madrugada
Parque Aragua es un desierto.

Sin el taconear de los travestis
sin el cantar de Panchito.

Algunas luces se cuelan
por las ventanas
de los edificios
acompañando a esta
ave nocturna

brillando solo para mí.

 
 
 


 
 
 

Recuerdo el día
cuando nos encontramos
frente a frente.

Yo apoyaba mis pies
sobre un par de Chuck Taylor,
mientras tú
apoyabas los tuyos
sobre el asfalto caliente.

Las luces de la ciudad
dibujaban figuras abstractas
en tu cara
para disimular
la nostalgia de ser un niño
de casa.

Cruzamos la calle.
Te compré un pan francés
un jugo de naranja.

Con la boca llena,
me dijiste que la vida
no sabía tan mal.

Agradeciste con una sonrisa
y te fuiste con el sol.

Te observé hasta perderte
entre la gente.

En el fondo,
aún
no somos tan distintos.
 
 
 


 
 
 

Acostada sobre el concreto
observo el cielo desde
el parque.

Allá arriba
las nubes tejen
vestidos floreados y
un montón de
muñequitas de papel.

Con las manos en alto,
alcanzo a acariciarlas
con mis dedos elásticos.

Juego con ellas,
les cambio los vestidos
y al mismo tiempo cantamos
Ale Limón
para esperar el ocaso.

En este parque
todo es calma
aparente.

 
 
 


 
 
 

A Félix

En esta casa de piedras,
cada domingo trato de ponerle orden a mi vida.

Siempre suelo comenzar por mis libros:
los limpio con un trapito decolorado,
los abrazo,
los huelo,
releo sus páginas
y mis dedos se enredan entre ojeada
tras ojeada.

Para evitarme complicaciones,
los ordeno en tres categorías:
Leídos, No leídos y Para regalar.

Por cuestiones de espacio
y tendencias obsesivo-compulsivas,
me es necesario hacerlo de esta manera.
La semana pasada,
encontré un libro de Khalil Gibran
que me regalaste hace siete años.
Estaba lleno de anotaciones,
y de inmediato supe que era tuyo
porque no soy de escribir sobre los libros.

Leí todas tus notas,
observaba tu letra temblorosa en tinta azul
(escrita con un Kilométrico
Paper Mate, quizás)
y te imaginé escribiendo
en medio del calorón asfixiante
típico de la casa de la abuela,
mientras las gotas de sudor bajaban a carreras
para ver quién llegaba primero
hasta tu cuello arrugado.
Al terminar de leer tus anotaciones,
me quedé sonriendo con la misma ternura
de cuando en mi infancia
te fastidiaba cada vez que pintabas
las paredes aguamarinas
en el apartamento de Parque Aragua,
¿te acuerdas?
O cuando por las tardes de junio
te escuchaba hablar
y coincidíamos en lo de estar locos de atar
por decir la verdad.
Entonces,
agarré el libro
y creé la cuarta categoría
de “No regalar”.

Después de todo,
fue lo único que le dejaste a esta tonta,
quien —inútilmente—
cada domingo
sigue tratando de ponerle orden
a su vida.

 
 
 


 
 
 

Desde el fondo de tu vientre
gritaste mi nombre al universo
y no escuché tu llamado.
Estuve perdida
años luz
me convertí en una estrella
que vigilaba tu llanto
desde la Vía Láctea.
No tuve consciencia
de mi origen
hasta escucharte
narrar esta historia de cuna
todas las noches
antes de dormir.
Vengo de la galaxia
vengo de tu sangre
vengo de tu carne
vengo desde el fondo
de tu vientre débil
gritando mi nombre
al universo.
Ya no estoy perdida, madre.
….. Hoy
….. escuché tu llamado.

 
 
 


 
 
 

Siempre te encuentro, oigo tu voz,
en mi hora más secreta, cuando refulgen las gemas del alma.

Vicente Gerbasi


 
 

Te escuché gritar mi nombre.

Giré mi torso
pero solo vi a la muchedumbre caminando
por los pasillos de Parque Aragua.

Lánguidos
con la piel pegada a los huesos
con la sangre brotando de sus talones
como quien va sin Dios
sin norte
sin miedo.

Juraría que te escuché.

Ahora me pregunto si querías
orar un último
padrenuestro.

Correría hacia ti de inmediato
para fundirme en tu pecho
dejar de ser materia.

Aún escucho tu voz gritando mi nombre
aún te espero bajo el techo de mi casa de piedras.

………..Te dejo la puerta abierta.
 
 
 
 
María Angélica Moreno (Venezuela, 1994). Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Bicentenaria de Aragua (2017). Ha participado en diversos talleres literarios dictados por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. En 2014 ganó el segundo lugar en el primer Concurso de Literatura de la Universidad Bicentenaria de Aragua en la mención Poesía. De 2016 a 2019 se desempeñó como periodista en la revista UB Magazine. Textos suyos fueron publicados en El Estímulo, Guddi Magazine, La vida de nos, Pasillo y Letralia. Se dedica al marketing digital y a la creación de contenido.
 
 
 
 
Con autorización de la autora.
 
 
 
 
fotografía: cortesía de la autora
 
 

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Comments

  1. Diego Cortez - martes 9 de abril de 2024 @ 6:04 pm

    Adoré cada poema. Tienes un estilo que me lleva fácilmente a tus recuerdos y me hiciste llorar. Te quiero mucho, Mary.

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