(Centenario Ida Gramcko 1924-2024). Ida Gramcko. Testimonio de un alma espejo y un país. Edda Armas

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Comenzaré confesando la fascinación que me produce la obra de Ida Gramcko, la cual me resulta un vasto universo que hospeda insondables aristas de misterio. Mientras más me interno en su universo, más aprecio que ella, henchida de una estremecedora sensibilidad y bebiendo de pozos profundos alquímicos, construyó una personalísima voz con percepciones de largo alcance, la cual deslumbra en cualquiera de los géneros abordados por la escritora: poesía, teatro, cuento, ensayo, crónica periodística, y algún otro, del que hoy me ocuparé, compartiéndoles un hallazgo que me tiene conmovida.

A la poeta Elizabeth Schön, a quien Ida sentía hermana (y viceversa), compartiendo con ella sus años de infancia en la cercanía del mar en Puerto Cabello y en Caracas hasta sus años finales, le debemos un revelador “retrato sentimental de Ida”. En ese retrato, Schön nos aproxima a la esencia de la dinámica vital de Ida, retratándola de esta manera:

Si tú lees la obra de Ida, te das cuenta de que ella fue totalmente fiel a su sentido poético, a su palabra, y fue la palabra lo que la llevó a ser lo que fue, a trascender lo cotidiano (…) Ella habla mucho de la voluntad como motivo indispensable para la creación. Fue la palabra y la misma pasión con la que la nombraba lo que la sostuvo. (…) Era desbordada, pero con un profundo conocimiento del hecho poético. (…) La palabra fue mucho más importante que todo.

Ida vivió 69 años vertiginosos, en los que asumió a la escritura como centro de vida. De las palabras hizo dúctil instrumento para expresarse con extremada lúcidez, al punto de llegar a afirmar en su último año de su vida: “ya no tengo motivos para vivir” a raíz de la muerte de su hermana Elsa (artista visual) a quien prodigaba protección. Ida escribía de noche y algo dormía de día. Con celo cuidaba el lenguaje al escribir. Escogía y pulía las palabras con virtuosismo y afanado rigor, siendo una profunda conocedora de las entrañas del idioma. Creo que Ida encontraba un refugio salvador en su profesión, tanto en las temporadas luminosas como en las oscuras. Muchos críticos refieren su inteligencia de genialidad, exaltan el temple de su carácter y su sólida formación en filosofía, sabiéndola una lectora voraz, estudiosa de la obra de Cervantes, Garcilaso de la Vega, Góngora, y tantos más.

A una escritora así, apasionada y visionaria, hay que leerla. En mi caso, la he leído sin seguir un plan. Sus libros me fueron llegando como verdaderos regalos de los dioses. Cada libro suyo me atrapó desde la primera página, oyendo entre líneas el ángel de su alma, con su seductora, precisa y tan poética manera de enhebrar pensamientos y sentimientos, al referir aquello que le ha causado fascinación. Lean a Ida.

Y celebrándole el centenario de su nacimiento a Gramcko, les revelaré el anunciado hallazgo que tanto me ha conmovido. Se trata de un artículo suyo intitulado Fantasía de un país, llegado a mis manos hace apenas días por la generosidad de un apreciado colega investigador de las artes, Rafael Rondón Narváez, a quien tanto se lo agradezco, pues además del placer personal que me produjo, al leerlo pensé que esta joya merecía difusión al tener tanta pertinencia en este tiempo del país. Al elegirlo, también pensaba que bien valía la pena rescatar a esta otra Ida, tal vez menos mencionada e icluso menos conocida. Me refiero a la Gramcko en su faceta descollante de crítica de las artes plásticas, la cual emerge en la década de los años cincuenta, con la misma maestría en el uso de la capacidad poética de su escritura, ocupándose de artistas como Mateo Manaure, Mercedes Pardo, Feliciano Carvallo y Gego, por nombrar apenas algunos. Los textos críticos de Ida sobre arte se publicaban en catálogos de exposiciones de museos y galerías privadas, en la prensa o en revistas como Élite, Revista Shell y la Revista Cal (que dirigía el escritor Guillermo Meneses), y al leerlos uno percibe que en ellos Ida entregaba momentos repletos de finos detalles con la sensibilidad del ojo-corazón que orientaba su acercamiento a la obra analizada.

Considero oportuno referirles tres consideraciones previamente. Uno. El artículo que les compartiré, es una valoración crítica que hace Ida de una exhibición de obras varias (cuadros, tapices y muñecas) de la pintora Lourdes Armas, realizada en el Museo Emilio Boggio del Concejo Municipal de Caracas en 1978. Dos. Lourdes Armas era hermana de mi padre, el escritor Alfredo Armas Alfonzo, madre de Laura Antillano –escritora y profesora de la Universidad de Carabobo– y madrina de mi bautizo en la fe cristiana. Tres. Para la fecha de la mencionada exposición, la artista tenía un año de fallecida, pues su deceso ocurrió el 28 de abril de 1977 en la ciudad de Houston, tras una operación de corazón abierto, de la que no logró sobrevivir, con tan solo 49 años de edad.

Dos últimas reflexiones antes de presentarles “La fantasía de un país”. La primera, que me parece oportuno rescartarlo en nuestro presente, para sentir como se destaca la belleza y la sencillez en el estilo de Ida al apreciar una obra de arte, recreando también y con ternura, un mundo donde la fantasía y la belleza se fusionan. Pues su lectura transmite una idea reconfortante: tal vez, la belleza proteje y salva. La segunda, en este texto tasamos que la poeta pudiese haber establecido una íntima identificación con el mundo y la óptica de las cosas y personajes expuestos en la obra de la pintora.
 
 
 
Texto leído el 27 de octubre de 2024 en Mi lectura de Ida Gramcko, actividad en el marco de la 21° Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILUC).
 
 
 
Con autorización de la autora.
 
 
 
fotografía: Ida Gramcko. Archivo Diario de Caracas.
 
 

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