viernes 31 de diciembre de 2021
En este breve y húmedo puñado,
donde se alza el clavel de mi maceta,
está la tierra entera contenida.
La siento cómo late entre mis dedos.
Aquí, en esta porción mínima, todo
resumido está en átomos su cuerpo.
Total y multiforme entre mi mano.
Tierra del cielo y tierra de la tierra,
astro para los ojos de otros mundos,
polvo desmenuzado al paso nuestro.
La siento aquí con ríos y montañas,
nevada sien y corazón de fuego
en la palpitación de sus volcanes.
Aqui está con sus bosques y desiertos
la tierra de las bestias y los hombres,
la de los cataclismos y las siembras.
La oscura tejedora de raíces
mientras acuna mares en el pecho.
La que deja saltar los manantiales
y oculta dentro la dorada veta.
Y hace entreabrir por donde quiera flores,
haya o no la mirada para verlas.
Prodiga el fruto y salva la semilla
para el fértil abrazo del regreso.
La tierra maternal, ubre perenne,
la de la dulce, generosa entrega,
y la de lejanía inalcanzable,
inexplorada en cumbre, abismo, selva.
Toda está aqui, presente a mi contacto,
reconocida en lúcido momento.
Aquí toda substancia, minerales,
jugos de savia vegetal, la esencia
de ese ritmo sutil pero gigante
con que forma y transforma nuestro cuerpo.
Su amor pasa mi piel, identifica
mi sangre en la unidad de la materia.
Su amor pasa mi piel, pasa mi sangre,
penetra más allá del pensamiento,
a la extraña región desconocida
donde a tientas me busco y no me encuentro.
Y en instante fugaz, siglo, minuto,
me trasmite una voz, más bien un eco,
de la gran armonia traducible
apenas en sonrisa y en silencio.
Y una chispa infinita de ternura,
gota de llanto y luz fluye en mis dedos,
mientras en la maceta florecida
oprimen un puñado de la tierra.
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