domingo 31 de mayo de 2020
especial para el cautivo
Hace muchos años, cuando gravitábamos en el entorno del Pedagógico de Caracas y éramos habituales de El Torreón, en una de aquellas añoradas noches le pedí a Freddy Acevedo, el mariachi del lugar, (un carupanero que de tanto darle ya hablaba como chilango de la Plaza Garibaldi) que nos cantara La farsante, desgarrada canción, favorita de entonces para nuestra trepidante pandilla. Acevedo se negó de plano, con el argumento de que ellos eran un mariachi a lo mero macho y no cantaban canciones de Juanga. Aunque hoy parezca un absurdo despropósito, era una respuesta que se sustentaba en el rumor de que la asociación de mariachis de México le había prohibido al gran intérprete y mejor compositor que vistiera el traje típico y se presentara como tal, supuestamente por su probable orientación sexual. Nunca vimos un documento que comprobara la veracidad de la interdicción, pero Juan Gabriel ciertamente vistió siempre trajes parecidos pero no exactos, sin pistolones de utilería, ni chapaduras, sin grandes lazos negros ni diametrales bigotes. Hoy, desaparecido físicamente el protagonista, dudamos de la existencia de tan incongruente pedido, pero sin duda JG la explotó al máximo, mostrándose como el sobresaliente empresario que sería durante las últimas dos décadas de su vida. Aunque parezca que queda muy poco que agregar acerca de su vida y de su obra, nos atrevemos a asomar algunas vertientes: la adecuación de sus versos perfectos al sentimiento referido, sean el máximo altruismo, la melancólica renuncia o la baja pasión de los celos. El concepto de entrega, la generosidad por encima del orgullo. La reivindicación de la amistad, de la lealtad más allá de finalizado el romance.
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